TRADICIONALISMO AMBIGUO NO ES TRADICIÓN
– Finis gloriae mundi – Juan Valdés Leal
X
TRADICIÓN proviene del término latino [traditio, -ōnis], pero, además, mantiene también su concepto originario de “entregar”.
En la general confusión y caos de concepciones y nociones fundamentales; de desorden de sentimientos, percepciones y sensaciones —antagónicos en esencia—, mezcolanza enmarañada de relativismo, subjetivismo y sincretismo en que nos movemos, opiniones, juicios, significaciones y conjeturas forman un laberinto que perturban, trastornan, ofuscan y desorientan, desdibujando los primeros principios del pensamiento, que se extravían y descarrían en este revoltijo de impresiones.
Santo Tomás sanciona que «la finalidad de la contemplación es la verdad» y Marco Aurelio, en sus Meditaciones, apunta la búsqueda de los primeros principios mediante “la simplicidad” como principio fundamental. De cada cosa pregúntese qué es en sí misma; cuál es su naturaleza; qué es lo esencial, segregando lo circunstancial, porque la complejidad aparta del propósito de conocer.
En Filosofía, la Lógica, que estudia los principios de la demostración, formula como primeros principios:
—Principio de no contradicción: “nada puede ser y no ser al mismo tiempo, en el mismo sentido”. Negarlo conduce al absurdo.
—Principio de identidad: “toda entidad es idéntica a sí misma”. Cada ser es idéntico a sí mismo y tiene determinadas notas esenciales que, aunque sean universales, sólo le pertenecen a él.
—Principio de tercero excluido: “no hay término medio entre dos proposiciones contradictorias”; esto es, el ser no puede estar en un lugar intermedio entre características contradictorias, pues esto resulta absurdo.
—Principio de razón suficiente: “todo cuanto existe tiene una causa”.
Por lo que es imprescindible definir la cualidad de lo que estamos considerando.
TRADICIÓN es la transmisión, oral o escrita, del conjunto de rasgos propios de un pueblo, de doctrinas, compilación de leyes, estilo, usos y costumbres, ritos, noticias de un hecho, composiciones, narraciones, fiestas, etc., que perduran a lo largo del tiempo, forjada de generación en generación, de padres a hijos. En religión es cada una de las enseñanzas y doctrinas, o el conjunto de ellas, transmitidas, oralmente o por escrito, desde tiempo inmemorial. En Derecho, es la entrega de algo a alguien, o el medio jurídico de transmitir la propiedad, derecho real o pleno dominio sobre la cosa.
Por lo tanto, lo TRADICIONAL es lo perteneciente o relativo a la tradición, es decir, lo que se transmite por medio de la tradición y que sigue las doctrinas, leyes o usos y costumbres, a lo largo del tiempo; el TRADICIONALISMO es la doctrina filosófica y política que toma la tradición católica como criterio y fuente de la verdad, consistente en la adhesión a sus doctrinas, leyes, usos y costumbres, persiguiendo mantener las experimentadas y curtidas instituciones veteranas competentes o restablecerlas y TRADICIONALISTA sería el adepto seguidor, devoto afecto incondicional al tradicionalismo y de lo perteneciente o relativo al tradicionalismo.
Lo tradicional se concreta en lo político, en lo social (tanto en lo económico, como en lo cultural), la religión, la moral, en lo comunitario y en lo personal, así ad intra, como ad extra.
Lo “liberal”, en cualquiera de sus muchas formas —ya conservador, ya radical—, prostituye esa razón y emponzoña su contenido con falsas alianzas, verdades a medias y falacias. No se puede ser liberal en algunas de las consideraciones anteriores (lo político lo social, lo económico, lo cultural, en religión o moral) y tradicionalista en otras. Por poner un ejemplo de confusión bastante común y fácilmente constatable, diremos que el liberalismo económico es a la Economía, lo que el liberalismo político es a la Política. Es incompatible el clasismo y la economía liberal con la virtud teologal de la caridad.
Igualmente ocurre con lo “progresista”; es incompatible caer en los decadentes estereotipos artísticos y pseudo artísticos de lo culturalmente “progre” y declararse políticamente tradicionalista. Es una contradicción en sí mismo.
Asimismo, se ha generado, también, una terrible confusión ante la progresiva “protestantización” de la doctrina católica, apostólica, romana, desde el Concilio, que ha devenido en una religión intimista, de sentimentalismo extremo, en que los elegidos deben obtener los beneficios divinos, al modo calvinista, en aras de una proyectada felicidad terrenal, que acaba desembocando en una profunda decepción y frustración ante los avatares de la vida, incompatible con la virtud teológica de la esperanza y la comunión de los santos con la iglesia militante, de sentido comunitario y social, pretendiendo hacer caer en el olvido que ésto no es sino un valle de lágrimas en tránsito.
Por otro lado, la proliferación de reinterpretaciones de la doctrina desde multiplicidad de premisas particulares —con características de quasi sectas, en que unas se oponen a otras—, la utilizción de lenguas vernáculas y la aparición de “conferencias nacionales” han puesto en tela de juicio la universalidad de la Iglesia, incompatible con la virtud teologal del Credo único.
RAZÓN y CORAZÓN han de estar en una misma sintonía en el tradicionalismo “práctico”, iluminados por la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Ante la más mínima duda, la doctrina está ahí para quién la quiera recoger y sembrar de nuevo, que es lo que la Tradición ha hecho durante siglos.