Un reciente estudio de la Comisión Europea ha calculado que 89 millones de toneladas de comida en buen estado se desechan solo en la Unión Europea. Este desperdicio supone 14 kilogramos de comida por persona en todo el mundo y 179 kilogramos por cada habitante de la UE (medio kilogramo diario por persona: una cantidad que no se pueden permitir en muchos países actualmente en hambruna). El consumismo mantiene a una parte de la población mundial en pobreza (1000 millones de personas: 1 de cada 7 personas) y en riesgo de malnutrición. También permite que el 42% de los hogares europeos desperdicien la comida gracias a fechas de caducidad y paquetes de comida que no están destinados al ahorro de los consumidores sino a la compra masiva. De la comida desperdiciada por los particulares en la UE, el 60% podría evitarse. Los hogares españoles tiraron a la basura 1.326 millones de kilos de alimentos en 2015. Lo que significa que se desechan unos 3,7 millones de kilos diarios en nuestro país.
En todo el proceso de la cadena de producción, distribución, compra y consumo de alimentos hay despilfarro. El estudio de la Comisión Europea indica que hay una falta de conciencia social en lo que supone un kilogramo de comida en los países más desfavorecidos. Las industrias quieren ahorrar costes y no se centran en el ahorro alimentario sino en el ahorro económico que significa comprar por volumen. Parte del problema está en la excesiva competencia que las grandes superficies hacen al comercio pequeño. Se estimula la cantidad y la bajada de precios en vez de la calidad y la confianza del establecimiento cercano y tradicional.
En los procesos de fabricación se pierden un 39% de alimentos. Una de las razones es que los alimentos tienen que tener un buen aspecto ante el consumidor. Las frutas o las verduras “deformes” conformes a un proceso natural de crecimiento, no se aceptan en muchas de las estanterías de los supermercados españoles (Eroski es la excepción). Hay un miedo excesivo a la caducidad y hay también poca formación acerca de que alimentos y en cuanto tiempo se malogran. Además, el mal etiquetado de los alimentos frescos puede conllevar su retirada del proceso final de empaquetado. La razón es la desconfianza social ante las industrias alimentarias y la consiguiente burocracia excesiva que dice proteger al vecino de a pie de los excesos de las empresas por la reducción de costes.
Muchas personas identificaran la denuncia del desperdicio alimentario con el refrán español “que los niños de África se mueren de hambre” que las madres repiten continuamente a sus hijos. En realidad no es una cuestión de alimentar a todas las personas del mundo con nuestros desperdicios. Significa rediseñar la industria y reducir el consumo para que las personas puedan ahorrar más o invertir más y empoderarlas económicamente en un país donde hay cada vez mayor dependencia de créditos, bancos, trabajos temporales… Significa también que podría rediseñarse la cadena de distribución y producción alimentaria para dar a las personas más pobres de nuestros barrios los alimentos que no podrían comprar con los escasos recursos que tienen. Significa, en definitiva, utilizar los recursos de los que disponemos, en otros fines para mejorar nuestro entorno. La comida que se tira es un dinero que se desperdicia para mejorar muchas realidades sociales de nuestro alrededor. Siempre nos queda África, por supuesto. No obstante, para los menos solidarios, ahorrar en comida podría ser más útil de lo que se piensa.