Reproducimos a continuación el texto íntegro de la misiva.“Sra. Dña. Nekane Balluerka. Rectora de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
Señora Balluerka:
Soy el joven al que el resultado de la radicalización de la juventud vasca, así como de algunos alumnos de la universidad, le costó una paliza entre una quincena de individuos. Le escribo para poder comentarle un par de asuntos que me han llamado la atención y, de algún modo, impactado, sobre usted y sobre el resto de miembros de la dirección de la UPV/EHU. Como sabrá, no he querido aparecer en ningún medio de comunicación para mantener mi anonimato. Pero en este momento, con todo el asunto más calmado, siento la necesidad de decir ciertas cosas, y no se me ocurre mejor manera que mediante la redacción de esta carta.
Durante varias semanas, tanto yo como el resto de personas que formábamos el grupo estudiantil AEDE estuvimos contactando vía email con la dirección de nuestro centro para que realizasen ciertas labores de limpieza (carteles, la ya famosa pancarta de ETA de Leioa, pintadas en nuestro edificio con la inscripción “E.T.A. (M)”, etc.) y he de decir que la respuesta que obtuvimos fue muy pobre. En alguna ocasión sí que quitaron algunas pancartas y pintadas, pero en otras, en mi modesta opinión muy ofensivas, no fue así. Nos parecía indignante que todo el alumnado, y en especial algunos de nosotros, que vivimos la represión de E.T.A. En nuestras carnes, tuviéramos que ver en nuestro centro de estudios manifestaciones que pidiesen la amnistía de todos los presos, pintadas en las que nos llamaban fascistas, etc. Nos daba la sensación de que para una parte de la dirección de la Universidad éramos “estudiantes de segunda” por no someternos a esas fuerzas radicales, sin derecho a protestar, silenciados y reprimidos por ese gran grupo violento amparado por gran parte de la sociedad e instituciones.
No podíamos permitirlo y decidimos unirnos y protestar por ello, demostrar que existimos y que, si no pudieron callar a nuestras familias, no nos iban a callar a nosotros. ¿Qué se terminó demostrando? Que hay un grupo que se ampara en su impunidad y su alta capacidad de agrupación y organización para “silenciar” a los díscolos. Para ello emplearon la violencia, la misma que los presos que tanto se defienden. Salimos el pasado 30 de noviembre de una reunión, la primera y única, y cuando nos dirigíamos al emplazamiento en el que parte el autobús bus hacia Bilbao, dos individuos se acercaron, uno de ellos directamente hacia mí, y tras preguntarme si pertenecía al grupo de AEDE, empezó a propiciarme puñetazos. Una vez en el suelo, continuaron con patadas y gritos. En ese momento, mientras mis dos compañeras pedían ayuda a gritos, con impotencia, llegaron el resto de jóvenes que continuaron pateándome al grito de “español de mierda”. En ese momento perdí el conocimiento hasta que llegó la ambulancia que me trasladó a urgencias, donde estuve días ingresado y me sometieron a una intervención quirúrgica.
Tras narrar brevemente los hechos del pasado 30 de noviembre que ya conoce, me gustaría centrarme en lo que ocurrió posteriormente. Salí del hospital, hice las pertinentes gestiones y, después de una semana de reposo en mi casa, decidí volver a clase. Durante toda esa semana de clase no paré de recibir llamadas y mensajes de apoyo de muchas personas, nunca había tenido a tanta gente dándome ánimos. También recibí una llamada de la dirección de mi campus, diciéndome que estaba previsto emitir un comunicado, lo cual acepté. Me pareció un gesto emotivo, pero al conocer su contenido, más tarde sospeché que tal comunicado se emitió para que la dirección de la universidad pudiese eludir responsabilidades respecto a lo que me ocurrió. Esto lo pensé tras conocer, al regresar a las clases, que fueron algunos de mis profesores los que se movilizaron para que se hiciese la concentración, y no la dirección del centro. Me enteré de que la cúpula que estaba encargada de redactar ese comunicado había estado horas debatiendo sobre si hacerlo o no, puesto que había un sector que no quería emitir ese comunicado. Esto me parece, por decirlo de algún modo, una grave falta de respeto, pues se me comunicaron ciertas cosas y se dijeron algunas otras que no fueron del todo ciertas.
También me gustaría comentarle otra cuestión que me parece importante. Según tengo entendido, las fuerzas y cuerpos de seguridad solamente pueden entrar al recinto universitario si han sido requeridas por la dirección. Esto puede parecer más o menos corriente, pero me resulta difícil de comprender puesto que, según he sabido con posterioridad, los servicios de seguridad privada del campus, que ya se ha demostrado que son insuficientes, dieron a las autoridades universitarias el aviso de que un grupo de personas encapuchadas estaban entrando y saliendo de los edificios del recinto de manera sospechosa y “como buscando algo” (cita textual). Tras eso, nadie decidió llamar a la Ertzaintza. Y tengo varias preguntas al respecto: ¿no se consideró que la presencia de casi veinte encapuchados era lo suficientemente sospechosa como para llamar a la policía? ¿Es suficiente la seguridad del campus? ¿Puede el alumnado acudir a las clases con seguridad? ¿Se dan privilegios a los grupos violentos que emplean sus “aulas” como lugares de reunión y planeamiento de ataques a la universidad? ¿Por qué se financia y consiente eso?
Tengo muchas más cuestiones que me gustaría plantearle, tanto a usted como a su equipo de dirección. Durante las últimas semanas he tenido que oír cosas como “manda narices que la UPV sea conocida por estas cosas”. Mi respuesta es muy sencilla: cuando no se es capaz de garantizar la seguridad de un individuo, se niega la realidad y se muestra una preocupación que luego resulta ser falsa, ocurren este tipo de cosas. A mí, más que a nadie, me gustaría que mi universidad, la de todos los vascos, fuese un lugar de debate, un lugar libre y democrático. Pero, por desgracia, no es así, algunos lo hemos comprobado, y yo personalmente sufrido. Tras una paliza, amenazas, y cierto ninguneo por parte de las instituciones (alcaldías, grupos, etc.), me veo en la obligación de reconocer que la universidad pública vasca no es un lugar de paz, sino donde persiste un reducto de lo peor que ha existido en nuestra tierra: la violencia radical. Esa violencia que todos creíamos casi olvidada, salvo por algunos mensajes, sigue ahí, en el País Vasco, en Álava, en Vitoria-Gasteiz y en la UPV. Lo último que me gustaría aclarar es mi desconcierto al haber leído que usted ha mantenido constante contacto con la víctima, es decir, yo. Eso no ha sido así, hay personal de la universidad que sí lo ha hecho, pero no usted.
Esto ya se va olvidando, y se hará justicia o no, pero algunos seguiremos cargando con las consecuencias. Yo, con un enorme miedo a estar solo en la universidad, con el conocimiento de que hay un grupo que me quiere ver en la peor situación y que desean que desaparezca. He cargar con ello día tras día. A esto se le une la angustia que siento mientras voy por la calle y noto que Vitoria es el lugar en el que menos seguro me siento, concretamente en la UPV, donde soy casi incapaz de estar solo, aguantando miradas que me hacen pensar lo peor. Y finalizaré con un breve asunto: decirle que no sabe lo afortunada que es al tener entre su personal a profesores como los que me han tocado cerca, que se han desvivido por saber mi estado, se han preocupado por mí de forma sincera e incluso han estado a punto de emocionarse al verme volver a las clases. Esa gente es la gente que merece la pena de la UPV, las buenas personas que muestran el verdadero apoyo ante estas situaciones, no el cdr politiqueo generalizado que abarca todo, incluso una noble institución como es la universidad.