Mihajlović
Los que tenemos menos pretensiones, no se sabe por qué misteriosa ley psicológica tendemos a identificarnos y buscar referentes en hombres fracasados. De hecho, el que es católico acaba admirando y amando a uno que acabó en clavado en una Cruz. En el ámbito político, sucede algo parecido. Los que hemos nacido desgraciados y nunca llegaremos a ocupar ningún cargo político, ni falta que nos hace, nos atraen ciertos personajes olvidados por la historia, pero tremendamente fascinantes. Al menos eso me ocurre a mí. Más en concreto, uno de esos protagonistas del que me apetece escribir hoy es Draža Mihajlović. Me separa un mundo de diferencias culturales y religiosas, pero su dramática vida tiene algo que vaticina el destino de los que pretenden ser coherentes con sus principios.
Los mediocres políticos se alimentan de la admiración de las masas y las mediocres masas de reflejan en la proyección sublimada que ellas mismas han creado.
Mihajlović nació en 1893, en el Reino de Serbia (aún no existía la ya extinta Yugoslavia). Eligió como vocación la carrera de militar y demostró su valentía e integridad en la I Guerra Mundial. Nuestro personaje llegó a pertenecer al Estado Mayor del Ejército, pero su integridad -denunciando corruptelas- le grajeó muchos enemigos. Entre ellos el Ministro de Guerra Milan Nedić, quien a la postre, durante la II Guerra Mundial, se pasó a los alemanes y presidió el gobierno colaboracionista serbio. Todo lo contrario que Mihajlović que durante la guerra mantuvo su fidelidad a su Patria y sus creencias.
Ahí empezó su cruz. Fue testigo de la traición de sus jefes y su entreguismo a los nazis. Con una pequeña unidad decidió refugiarse en la vieja Serbia. Apenas contaba con 80 hombres de los que quedaron pocas decenas tras enfrentarse tanto a los alemanes como a paramilitares musulmanes. Buscó refugio en las montañas de Ravna Gora, rechazando contra toda esperanza rendirse ante la Wehrmacht. Cualquier analista diría que Mihajlović era un loco enfrentándose solo contra el mundo. Sin embargo, ese minúsculo grupo, fue el embrión de una fuerza de varios miles de patriotas serbios que se le fueron sumando como voluntarios, atraídos por su ejemplo e integridad.
Cualquier analista diría que Mihajlović era un loco enfrentándose solo contra el mundo.
El viento de la Guerra parecía soplar a favor. Había contactado con el gobierno yugoslavo en el exilio y con el Ejército británico. Sus hombres debían de servir de puente para que las tropas británicas entraran en Serbia y derrotaran a los alemanes. Pero nadie contaba con la entrada de la Rusia comunista en el conflicto. El Partido Comunista de Yugoslavia se organizó militarmente en torno a Tito. La diferencia ideológica era evidente: Mihajlović era creyente y monárquico, y Tito era ateo y republicano. Y los aliados apostaron por Tito dejando de suministrarle a aquél armas y recursos. Acorralado por todos, su situación era más que desesperada.
Desde las montañas serbias, se defendió con sus Chetnicks (milicias monárquicas, patrióticas y ortodoxas) contra alemanes, italianos, serbios comunistas, croatas nacionalistas (los Ustaše) y musulmanes de Montenegro. Le hubiera sido fácil pactar con algunas de las facciones enemigas, pero prefirió mantenerse fiel a su idea de una monarquía ortodoxa y fiel a la tradición Serbia. Sin embargo, los que dirigían los hilos de la II Guerra Mundial ya habían decidido que no podría existir nunca más un Reino de Serbia. Churchill, Stalin y Roosevelt decidieron en 1943 suspender toda la ayuda a los Chetniks. Posteriormente se acordó apoyar solamente a los comunistas de Tito durante la Conferencia de Teherán. El capitalismo y el comunismo se unían para liquidar lo que representaba Mihajlović: las viejas patrias que no debían volver a renacer tras la guerra. La excusa fue que los Chetnicks habían cometido masacres ¿y quién no en aquella maldita conflagración?
El capitalismo y el comunismo se unían para liquidar lo que representaba Mihajlović: las viejas patrias que no debían volver a renacer tras la guerra.
Todos abandonaron a nuestro hombre, incluso sus hijos que se pasaron a los partisanos comunistas. Escondido en las montañas y con apenas unas decenas de fieles, fue capturado, ejecutado sin juicio y enterrado en una tumba sin marcar. En la nueva Yugoslavia comunista que se estaba preparando no había lugar para patriotas como él. Perdonen que me haya extendido. Dejando de lado la mala fama de los Chetnicks, no sé por qué me siento identificado en parte con la tragedia de Mihajlović.
Esa sensación de soledad luchando contra todo y todos; la incomprensión de muchos; la traición de los más cercanos, la alianza de enemigos naturales para acabar con uno, sólo puede tener dos explicaciones: o lo estás haciendo muy mal en la vida, o lo estás haciendo demasiado bien para que los que se creen dueños de almas y destinos lo puedan aceptar. Hoy en día -en el ámbito de la política– te aceptarán, aplaudirán, vitorearán, incluso te financiarán, excepto que tengas ideales, principios, te los creas, quieras ser consecuente y no pongas precio a tu alma. Y sino, acabarás como Mihajlović: asesinado (civilmente), enterrado y olvidado. O al menos lo intentarán.
Javier Barraycoa
PD.: ciertamente, se objetará, Mihajlović intentó a la desesperada pactar con algunos crupos que lo acosaban. Pero ello no resta méritos a su epopeya.
Mihailović en el centro conversando con sus chetniks