¡Exige! (Que alguien haga algo, nº36)
por Javier Garisoain
Aun quedan medios para hacerlo. Cada vez menos, porque la inflamación burocrática tiene como uno de sus efectos más perniciosos la costumbre de colocar auténticos robots en contacto con la gente. El trato con las máquinas, los formularios digitales y las locuciones programadas es inhumano y exasperante. Aun en el mejor de los casos, aunque se reciba una confirmación de que su exigencia va a ser tramitada este sistema solo lleva a la desesperación. Al final el reclamante casi siempre se aburre y deja la queja.
En un país como España las leyes afirman que los que mandan lo hacen mandados por los mandados. Parece un poco difícil de creer. Hay que tener mucha ingenuidad democrática para creérselo. Si perdemos el espíritu crítico estamos perdidos. Hay que exigir. La exigencia puede tomar formas diversas: denuncias judiciales, quejas ante el “defensor del pueblo”, manifestaciones, “escraches”, recogida de firmas, cartas al director, acampadas, cadenas humanas… Y poco más. Todas y cada una de estas formas de patalear chocan al final con el bucle mentiroso de la partitocracia: “¿por qué protesta usted contra las personas o el estado de cosas que usted mismo, libremente, ha elegido en las urnas?” -te dicen. La trampa de la democracia partitocrática es más efectiva en la represión de la disidencia que las brutalidades típicas de las peores dictaduras. Porque en este sistema se llega al refinamiento de que te estén torturando y que te digan: “usted lo ha elegido. Si no le gusta esta tortura vote a otro partido dentro de cuatro años.”
Aun así, conocidas todas estas trampas, hay que exigir. Hay que recordar una y mil veces que los políticos, vengan de donde vengan, son servidores públicos; que los funcionarios son nuestros empleados; que la policía la pagamos entre todos para que nos proteja a todos; que ni siquiera la burla del “cállese, lo suyo es votar” nos puede hacer olvidar nuestras exigencias más justas y razonables.