¡Libera! (Que Alguien Haga Algo nº47)
(Por Javier Garisoain) –
Hay una forma física y directa de otorgar la libertad al cautivo que consiste en derribar el muro de la prisión. No es esa sin embargo la manera más cristiana de hacer las cosas. Cristo es el gran libertador, pero la liberación que nos predica con su ejemplo es de esa clase que llamamos redención. El Redentor, el que redime, es aquel que nos re-compra pagando con su propia sangre. No es un liberador cualquiera. No es una fuerza bruta, ni una casualidad, tampoco un afán justiciero. No se limita a exigir un derecho y no lloriquea cuando no se lo conceden. Un redentor es alguien que está dispuesto a hacer lo contrario que hizo Judas Iscariote. Alguien que está preparado para pagar un precio claramente abusivo, un chantaje inaceptable, a sufrir una extorsión en toda regla. Por eso durante siglos los campeones de la auténtica teología y pastoral de la liberación cristiana fueron los padres Mercedarios, frailes-caballeros, cristianos prácticos, reunidos en el siglo XIII por un joven comerciante catalán llamado Pedro Nolasco. Ellos no hacían ascos a la hora de negociar con los terroristas de Berberia. Estaban dispuestos a pagar y, a menudo, lo hacían con la propia viva.
Este espíritu redentorista es el que nos invita a vivir la obra de misericordia cuando habla de socorrer al cautivo. Es una llamada a la liberación de los hermanos que va más allá de la reivindicación, la recogida de firmas o el activismo de pancarta. Es una exigencia dolorosa de rescate.
Hoy existen muchas formas de cautividad. La libertad, ya sea física o del espíritu, tiene muchos enemigos en un mundo cada vez más encorsetado. Por eso si pretendes dedicar tu tiempo y energías a la redención de tus hermanos necesitarás imaginación e ingenio. Y perderás la vida y la ganarás y serás feliz.