¡Viste! (Que Alguien Haga Algo Nº51)
(Por Javier Garisoain) –
Seguimos buscando qué hacer de provecho y topamos de nuevo con una obra de misericordia. Vestir al desnudo es algo que podría hacerse como en las emergencias, apenas con una manta para el frío, o con media capa al estilo de San Martín, o con las consabidas hojas de parra de Adán. Pero la humanidad, la cultura y caridad no pueden conformarse con un ande yo caliente. Toda persona necesita su vestido y no sirve uno cualquiera. Así como se acompasan el cuerpo con el alma, de manera íntima y definitiva, han de acomodarse también las ropas de cada quien. Porque la verdad irrefutable es que el hombre se compone de cuerpo, alma y vestido. “El hábito no hace al monje”, afirman con desdén aquellos que empezaron el liberalismo rompiendo los lazos íntimos que los unían a su propio hábito. ¡Qué mal se suele interpretar el manido refrán! Por supuesto que el disfraz no imprime carácter, pero es que en eso consiste precisamente el error moderno: en tratar a las personas como a individuos, a las familias y pueblos como a aluviones de extraños y a los vestidos propios como a disfraces. Procura vestirte pues con sinceridad, sin máscaras ni perifollos indignos. Con prendas que digan algo para tí mismo y para los demás. Siempre que puedas lleva ropas -y procúralas para los tuyos- que hablen de tu tierra, de tu profesión, de tus compromisos, de tus afanes… incluso de las fiestas que quieres santificar. Si tienes un uniforme llévalo con sano orgullo y deja que hable en su propia lengua porque tal como enseñaba San Francisco con todo se predica… “y si hace falta hablaremos”. Vístete con modestia y ayuda al buen vestir de los que te rodean. ¿No es maravilloso el carnaval? Sí, lo es. Porque nos enseña algo muy importante: que el resto del año no es carnaval.
(Publicado en Ahora informacion 172)