Fermín Ángel González, “El Cura de la Motosierra”, que ha restaurado los tejados de 600 iglesias
(Una entrevista de Javier Navascués) –
Fermín Ángel González lleva 40 años de cura rural en Burgos (España). Ha sido noticia porque ha restaurado los tejados de 600 iglesias en la diócesis. Nos hemos puesto en contacto con él para reflexionar por este hecho digno del Récord Guinness.
¿Por qué se involucró en la tarea de reparar los tejados de las Iglesias?
Comencé por pura necesidad y luego, con el tiempo, le coges el gustillo a la tarea de construir, dar soporte, acompañar con lo que sabes o puedes a los pueblos. La realidad de ser útil es uno de los gozos de vivir entre personas, en comunidad. También hay momentos y temporadas de pensar en parar, de dejarlo; porque en ocasiones la presión, la responsabilidad y las dificultades o problemas se hacen enormes. En mi caso siempre ha podido la gente, las personas que he tenido la suerte de conocer y con quienes he compartido esos años.
Empezó por la de su parroquia, pero ha llegado a restaurar 600 tejados de Iglesia. ¿Qué supone para usted haber podido hacer tanto bien con esta labor?
Lo calculas ahora cuando ha pasado tanto tiempo, pero realmente es una oportunidad que no todos han podido tener: conocer tantos pueblos, tanta gente generosa, tantos edificios preciosos con su personalidad cada uno fruto también del trabajo, la imaginación, la destreza de tantas personas en cada época. Edificios llenos de arte a su vez y con sensibilidades tan diversas a través de siglos… es cierto que te implicas en esa tarea con otras personas, pero realmente es un regalo haberlo vivido.
¿Se podría decir que lo más árido de esta tarea es conseguir las ayudas, los trámites burocráticos etc.?
Las administraciones son muy obtusas. Se comprende por la necesidad que tienen de ser transparentes, de ser responsables de cómo se reparten las ayudas, los dineros que son de todos, la seguridad, la protección tanto de los edificios históricos y artísticos, de su patrimonio, como de las personas que trabajamos y trabajan en cada espacio. Es difícil señalar cuál es más árido, si la pura burocracia (que la hacemos personas) o la dificultad de emprender el cuidado de los espacios que tenemos y en los que desarrollamos nuestra realidad social, religiosa, humana. Hay tantas necesidades en las comunidades rurales, que cualquier paso debe ser meditado y repensado teniendo el futuro a 60 u 80 años vista. Y no se si siempre somos capaces de ver con claridad. Hay muchos puntos ciegos.
¿Cuál es la mayor satisfacción que ha recibido?
El agradecimiento mostrado a través del gesto de trabajar a tu lado. Es un reconocimiento que va más allá de los premios, placas, diplomas… y encontrarte hoy con esas personas y saber que lo recuerdan como algo importante en sus vidas, sus pueblos, sus parroquias… a mí, por lo menos, me llena de gozo.
La dimensión y trascendencia en el tiempo suele ser lo que da valor a nuestros actos. Porque tenemos esos detalles de comarcas, de pueblos, de asociaciones, de administraciones… pero lo que conservamos y transmitimos cada uno a otras generaciones está asentando los pilares de una parte de los valores de las nuevas generaciones. Habrá muchas cosas que se olviden o se pierdan en el paso del tiempo, pero hay experiencias que no podemos silenciar por ser de cierto calado vivencial y esas suelen ser creídas, valoradas y transmitidas.
¿En qué medida esta labor le ha permitido ganarse a los lugareños y llevar almas a Dios?
Ya le digo que la gente es muy generosa. Cuando eres generoso todo crece al lado y se multiplica. Dios está en todas las almas y cuerpos antes de que nos acerquemos a ellos.
Han trabajado a nuestro lado gratuitamente personas que no son practicantes, que no tienen adscripción a ningún credo, pero que saben valorar y distinguir lo importante para la vida y sus gentes.
Reconozco que la presencia generosa y decididamente abierta hacia sus necesidades o intereses te hace caer bien a esas personas; pero eso no nos autoriza a acercar la ascua a nuestra sardina. Yo me sigo sorprendiendo de la bondad de muchas personas ante la cantidad de limitaciones que tengo, su capacidad de comprensión, de aceptación con mi credo y mis aspiraciones por una sociedad más justa y más humana donde a nadie le falte lo necesario.
Es curioso que la mayoría de las veces más que otros curas los que pedían su ayuda eran los feligreses que sentían la Iglesia como algo suyo…
Es cierto. El compañero Víctor Ochotorena, cura y aparejador, lo decía muchas veces con cierto aire de escándalo: los curas nos deberían estar llamando y mareando todos los días. Y no pasaba.
A veces, también los curas nos hacemos administración y vemos más pegas que facilidades o posibilidades. Somos así, podemos tener miedo, nos cuesta arriesgar, nos parecen actuaciones complicadas, con serios riesgos económicos…
Es un problema del excesivo clericalismo que hemos montado. Si confiáramos más abiertamente en los feligreses que se nos encomiendan… y les diésemos responsabilidades y categoría, como bautizados… tal vez no aparecieran tantos miedos y reparos. Porque realmente la Iglesia es algo suyo, ellos la conforman, ellos creen, ellos anuncian, ellos celebran…
Por encima incluso de este sentimiento tan noble está el hecho de restaurar la casa de Dios.
Yo, ante esta realidad, me acuerdo de san Francisco de Asís: “¿no ves que mi casa se hunde? Ve y repárala” y él remangado y decidido se esforzaba en reconstruir la techumbre de la ermita de san Damián. Luego se fue dando cuenta que la Iglesia no eran las piedras sino las personas, la comunidad, el evangelio que hemos recibido, el mandato del amor y la justicia, del perdón. Por eso son las personas las que tenemos que cuidar, restaurar, sanar, amar, proteger… y todo lo que las personas aman y cuidan. También los templos, pero primero las personas.
Y lo digo yo que he reparado muchas cubiertas, pero me parecen imprescindibles las personas que las habitan, sus sueños, sus aspiraciones, los proyectos de sus familias, la capacidad de hacer realidad el sueño de Dios de que seamos felices.
¿Cómo ha podido compaginar estas tareas con su labor más específicamente sacerdotal?
Es una misma tarea: procurar por esas personas que se te encomiendan. Había tiempo para trabajar, que es necesario; diría que imprescindible. Tiempo para hablar, para la formación, para el acompañamiento, para hacer una revista que llegaba a mil quinientas familias de la comarca, para rezar, para dar gracias, para celebrar todo lo que atañe a las personas. Porque tanto el dolor como el gozo suyo eran los nuestros.
La tarea es hacer presente el Evangelio en las diferentes esferas de la vida. Aunque tampoco puedo asegurar que lo hiciera bien. Las limitaciones personales son tantas que no es fácil vivir ese compromiso de Jesús con todas las personas reconociendo su dignidad y su grandeza.
¿Qué pasos tendrían que dar aquellas personas que ven que su Iglesia está en mal estado y el párroco no tiene medios para repararla?
Pienso que sigue habiendo ayudas desde los diferentes organismos y administraciones. La parroquia (los bautizados en esa localidad) son los primeros responsables del cuidado de lo que han recibido. Luego, subsidiariamente está el Arzobispado, el Ayuntamiento, la Diputación, la Junta, el Estado… los cauces son muy amplios, pero debe existir esa responsabilidad, ese sentido del deber. Lógico que hay que aceptar también las dificultades que nos superan. Pero si antes se trabajaba entre todos hoy existen los micro mecenazgos que nos permiten colaborar con esas realidades que a los más cercanos les superan. Hacemos gala de nuestra generosidad y solidaridad con otras comunidades más necesitadas y abrimos cauces de participación para poder responder a esas urgencias. “Hispania Nostra” es un buen cauce para cooperar.