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19 de enero de 2025 3

EL DÍA QUE CONOCÍ A LUIS JÁUREGUI, EL ÚLTIMO REQUETÉ DE NAVARRA

Fue en 2018. Yo tenía 27 años, y en aquel momento coordinaba la asociación juvenil Cruz de Borgoña en Navarra. No podía imaginarme lo que me sucedería antes de finalizar el año.

El 5 de diciembre recibo un mensaje de Teresa J.: una foto de una entrevista de la revista diocesana de Pamplona: La Verdad. El entrevistado era el suscriptor más longevo del boletín, Luis Jáuregui, que en noviembre cumplía 100 años. “Sancho, Luis Jáuregui es el último requeté vivo. Ha cumplido 100 años. Creo que merece la pena ir a hacerle una visita, cantarle, llevarle alguna cosica y celebrarle. Vive en Echauri”, continúa. La sorpresa fue grande, yo estaba pletórico, pues jamás hubiera sospechado que quedaran voluntarios carlistas de la “cuarta guerra” vivos.

No hace falta decir más. No recuerdo cómo conseguí su teléfono, pero le llamé y me contestó con su voz tranquila y recia: “¡diga!”. Me identifico como un joven carlista navarro, que desea conocerle. ¿Es usted don Luis Jáuregui, el requeté?”, le pregunto. “El mismo. ¿Quién lo pregunta?”. Le propongo la idea de acudir a verle. Se muestra entusiasmado: “muy bien, vente con algún joven más y charlamos a gusto”.

Así que, obediente y encantado de la vida, comencé a preparar el viaje. La idea inicial era ir de avanzadilla unos días antes para conocerle y tantear el terreno, y ya más tarde, acudir con las familias de Cruz de Borgoña para celebrarle un poco más. Pero pasó lo que pasa siempre, y se nos echó el tiempo encima.

Se iba acercando el día, y el ambiente se iba animando. El entusiasmo era generalizado. Los niños hicieron dibujos, manualidades, y escribieron cartas cariñosísimas felicitando a Luis. Le preparamos unos regalos, un pastel… Pasaban los días, el pobre Luis, de vez en cuando me iba llamando y me decía: “a ver, Sancho, ¿cuántos venís?”. Yo siempre le contestaba lo mismo: “pues la verdad que no tengo ni idea. Ya te iré diciendo, pero seremos alrededor de unos quince…”. “¡¿Quince?!? Oye, que mi casa no es ningún palacio, que no se si cabremos”. “No se preocupe, don Luis – le tranquilizaba – que los niños se sentarán en el suelo o donde haga falta”. “Sancho, escucha, deja de llamarme don Luis y de usted”. Evidentemente, el hombre de 100 años comenzó a mostrarse preocupado. Y yo, viendo que cada día me escribían nuevas familias que deseaban conocerle, compartía la misma preocupación.

Llegó el día. Convoqué la visita a las 11.00 en su casa. El hombre nos esperaba de pie en la entrada, y bajo la boina negra escondía un gesto serio. Yo llegué el primero, junto con mi mujer. Hicimos las presentaciones, y comenzó a llegar gente por todas partes. El pobre Luis no paraba de repetir: “oye, que no cabemos, que mi casa no es ningún palacio”. Así que le acompañé dentro y organizamos el salón. La casa era humilde: una habitación, un salón con dos sillones individuales y un sofá de dos plazas, el baño, y una pequeña cocina. “No se preocupe, Luis. Usted se sienta en ese sillón, los niños al suelo, y los adultos de pie, al fondo”, decía yo tratando de no dar mucho detalle. La realidad es que no tenía ni idea de cuánta gente aparecería. Era algo increíble poder conocerle, por lo que me escribieron cantidad de familias con niños y adolescentes, intrigadas por conocer las historias de Luis durante la guerra, sus acentos, cómo era, cómo pensaba, cómo vivía.

A todo esto, el teléfono no paraba de vibrar en mi bolsillo. Mensajes, llamadas, audios… para localizar el lugar exacto. Mi cabeza quería concentrarse en Luis para calmarlo. Le daba conversación, pero la temática volvía: “A ver, Sancho, pero ¿cuántos venís?”, me repetía. “Pues… unos cuarenta”, le contesté. “Oye, ¡¿cuarenta?!”, me grita de fondo mientras me doy a la fuga dejando a mi mujer al mando.

En ese momento salí a la calle a señalar a los demás invitados dónde era el lugar exacto, y dejé a mi mujer encargada del asunto. No paraba de sufrir por aquél pobre anciano, y de preguntarme si había hecho bien en invadir su casa de niños…
Al rato, entré y ¡cuál fue mi sorpresa! Una imagen entrañable. Una preciosa y joven margarita sentada en el sillón restante, con su boina blanca calada de una forma coqueta y dulce, guiaba una interesante conversación con Luis. Se miraban a los ojos, como si no hubiera nadie más en el salón. Aquel hombre nervioso y preocupado, ahora parecía tranquilo, satisfecho, contento, sonriente, de poder hablar en el mismo idioma con otra persona que empatizaba totalmente con su testimonio de juventud recia, consagrada a salvar España. Los niños, quietos, en silencio, abarrotando el suelo a pocos centímetros del hombre, escuchando atentos sin perderse ni un ápice de los chascarrillos. ¡Qué gozada! Nos regaló dos horas de conversación que jamás olvidaremos. Nos dejó meter los dedos en los agujeros que le produjeron dos balas durante la guerra. Y, no contento con eso, nos invitó a “echar unos vínicos” en el bar.

Tras la tertulia, antes de ir al bar, le hicimos entrega de unos regalos de parte de la juventud carlista de Navarra: los detalles de los niños, una boina roja con borla amarilla, escarapela y detente, una bandera rojigualda con el Sagrado Corazón, y unos gemelos con un pasa corbatas con la flor de lis. “Yo de esto no uso”, comentó ante las risas de los asistentes. Cuando uno veía a Luis, se daba cuenta de que era un hombre sencillo que prescindía de lujos. Su atuendo siempre era el mismo: una camisa de cuadros, un vaquero, mocasines, y su boina negra.

Aquel día quedé maravillado. No sé qué esperaba encontrarme, pero desde luego no pensaba descubrir a una persona tan Bella, con esa lucidez y un sentido del humor con tino, y siempre limpio y socarrón. Un niño de cien años. Un hombre alegre, íntegro, sencillísimo, correcto y educado, caballero cristiano, con un amor indecible a la Virgen María y a Nuestro Señor. No me toca a mí explicar su vida de Fe, solo decir que Luis era un hombre Santo, enamorado, que anhelaba ir al cielo, siempre preparado para dar el paso a la Casa del Padre.

Si bien para mí fue un honor y un privilegio conocer a Luis por lo que representa, más aún lo fue superar esa expectativa, haciendo amistad con él, al descubrir que Luis era muchas cosas, pero sobre todo era un hombre bueno.

Gracias por tu vida, amigo Luis.

 

 

Dejo aquí una simpática entrevista al protagonista, por ahorainformación.es. https://www.ahorainformacion.es/blog/luis-jauregui-un-requete-en-la-batalla-de-teruel/

Aquí, una emotiva despedida de su buen amigo, Pablo Larraz Andía: https://www.diariodenavarra.es/noticias/navarra/zona-norte/2023/01/31/luis-jauregui-ayesa-etxauri-el-ultimo-voluntario-556514-1009.html

Su testimonio también se encuentra en el libro “Requetés, de la trinchera al olvido”, de Pablo Larraz Andía.

Otras noticias sobre Luis Jáuregui https://www.diariodenavarra.es/noticias/navarra/2023/01/24/fallece-104-anos-el-ultimo-requete-navarra-555815-300.html

 

Luis Jáuregui, entrevistado por una joven margarita.

Foto panorámica de la parte delantera del salón de Luis, abarrotado de pelayos y margaritas. Detrás, se encontraban los adultos de pie.

Iglesia de Echauri.

Luis Jáuregui con el uniforme del requeté. Tenía 16 años cuando fue al frente.

Luis Jáuregui con 104 años. Falleció el 22 de enero de 2023.

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3 comentarios en “EL DÍA QUE CONOCÍ A LUIS JÁUREGUI, EL ÚLTIMO REQUETÉ DE NAVARRA

  1. identicon

    Xabier Arriada

    Preciosa anécdota. Gracias por compartirla.

    Responder
  2. José Fermín

    Muchas gracias, amigo Sancho, por tu testimonio.

    Responder
  3. José Fermín

    Muchas gracias, amigo Sancho, por tu testimonio.

    Responder

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