Un siete de marzo del 2021
Por Miguel Ángel Pavón Biedma
Jugaba una partida de ajedrez en mi apartamento cuando oí el estruendo. Ruidos rápidos, apresurados por los pasillos y el temblor del edificio amenazando con desplomarse. Observé el enorme hongo de humo y seguí mi partida. Gané pero eso es una vanagloria intranscendente. Inmediatamente acudí al hospital. Unos quinientos muertos en un polvorín de Bata en Guinea Ecuatorial. La versión oficial es que unas ancianas quemaban unos rastrojos, eso hizo detonar un depósito de cartuchos de caza y, a su vez, explosionaron las minas y munición de artillería allí depositados. No lo creí nunca pero sí lo sufrió mi espalda cuando me vi obligado a hacer frente a aquel caos. Actuar como médico, enfermero, celador, psicólogo y hasta policía. Pasaron los días. Llegaron los israelíes y su trabajo fue modélico, ejemplar. Llegó un grupo deslabazado procedente de España. Nunca entendí por qué no enviaron algunas de los excelentes equipos militares de acción inmediata en los que he participado algunas veces y se despliegan en horas. Ayuda francesa en forma de medicamentos, un excelente hospital de campaña congoleño de difícil acceso pues la policía y el ejército de aquella república exigía dinero para acceder al mismo ( dinero a aquella pobre gente mutilada, quemada, contentos de no haber perdido la vida). Además todo ocurrió en plena pandemia de Covid. Camerún mandó material logístico que desapareció, extrañamente, a eso de las tres de la mañana y nunca más se supo. Qatar mandó un hospital sin personal cuyo destino también fue incierto. Al final un funeral de Estado con entrega de cadáveres en ataudes que contenían restos de cuerpos distintos. Algunas indemnizaciones, un frío memorial construido a toda prisa, retirada apresurada, con excavadoras, de todo el material maloliente de cadáveres en descomposición mezclados con restos de explosivos. Cuántos murieron y qué pasó allí nunca lo sabremos o quizás sí y dentro de pocos años. Está claro que en aquella República, rincón malherido de las Españas, las cosas, los sucesos más trágicos tienden a ocurrir en el mes de marzo. Esperemos que, al menos este año, tales cosas no sucedan. Mientras tanto la policía, con ese carácter displicente habitual en aquellas latitudes registraba a pasajeros y viandantes, examinaba sus teléfonos móviles buscando alguna foto comprometedora que enseñara al mundo la realidad, la magnitud, de la tragedia que había ocurrido y que es poco probable que desaparezca de nuestra memoria.