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18 de marzo de 2025 0

El monumento no se toca

(Por José Fermín Garralda)-

Respeto: el monumento no se toca

El monumento Navarra a sus muertos en la Cruzada reclama sus derechos como obra de arte, arquitectura funeraria, estilo clasicista y urbanismo pamplonés. A los ideólogos de la revancha ideológica no les importa el arte, la cultura, ni el hecho  consolidado, sino destruir todo o parte del conjunto monumental, amén de su significado, aunque seamos meros administradores del patrimonio histórico.

El lunes 17 de febrero, la Asociación por la Verdad y la Reconciliación Histórica presentó, ante la Mesa y junta de portavoces del Parlamento de Navarra, la Iniciativa Legislativa Popular para ser admitida a trámite.

Este es uno de nuestros pocos monumentos funerarios -al margen de los gustos  personales- con los Caídos de Zaragoza (1954), el Águila de Sagardía (1940), a Mola en Alcocero (1939), la Pirámide de los italianos (1939) y sobre todo el Valle de los Caídos (1958). El Arco de la Victoria (1956, Madrid) no es funerario.

Ya en 1936 y con espíritu de victoria, varias instituciones públicas plantearon levantar “un monumento conmemorativo” a los voluntarios muertos en combate: el Ayuntamiento de Pamplona (X- 1936), y el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro en memoria de los muertos al “servicio de la Patria y de la Civilización Cristiana” (XI-1936). La prensa se involucró de lleno. La maqueta, imagen del monumento final, se presentó en 1940. La Diputación hizo suyo el proyecto en 1941, lo aprobó en 1943 y, el definitivo, en 1944. Se bendijeron los terrenos en 1942. En 1952 las obras estaban avanzadas, y dos edificios colindantes, levantados por los mismos arquitectos, se idearon como museo, para acabar como templo de Cristo Rey y casa parroquial. El 7-XII-1958 la Hermandad de Alféreces Provisionales celebró la primera Santa Misa. En 1961 se trasladaron los restos mortales de los generales Sanjurjo, Mola y cinco voluntarios, llegando los del sexto en 1964. El 1963 el monumento se donó al obispado, con un carácter votivo, a perpetuidad y para el culto divino. Si el obispado lo regaló al Ayuntamiento de Pamplona el 4-VII-1997, fue reservándose el usufructo de la cripta mientras el edificio se mantenga en pie, y con unas condiciones que el alcalde Asirón (EH-Bildu) infringió gravísimamente en 2015-16, con el mayor ultraje público hecho directamente a Dios en toda la historia de Navarra. ¡Qué flojísimos fuimos entonces! ¿Y no se dan cuenta de lo que ocurrirá si se cede a Talibán el usufructo de la cripta, que Asirón promete destruir? Instalen en ella por el contrario la capilla que los mártires navarros aún no tienen.

El conjunto arquitectónico es impresionante. Si los criterios de valoración del arte varían  según las épocas, algunos son universales. Por algo el edificio central –la basílica de la Santa Cruz y su cripta- está catalogado con el Grado 2 y las arquerías laterales y el conjunto homogéneo edificado de la plaza con el Grado 3. El espacio vacío de la Plaza no está catalogado.

La obra fue concebida a lo grande y su resultado estuvo a su altura. Artistas, sociedad e instituciones se implicaron de lleno. La Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz soñaba con el monumento desde su fundación el 26-XII-1939.

Pocas veces hay cuatro miembros de la Real Academia de Bellas artes de San Fernando en el mismo proyecto y de principio a fin: los arquitectos Víctor Eusa, José Yarnoz Larrosa, y José Alzugaray (no fue académico), el pintor Ramón Stolz Viciano, y el escultor Juan B. Adsuara Ramos. El vidriero de Munich fue Franz Mayer. Fueron de los artistas más prestigiosos y punteros de España, y ni siquiera el alcalde Asirón les puede quitar el talento y mérito de su obra.

La actual crisis religiosa y moral hace que hoy la temática resulte muy singular y aumente su valor por expresar la creencia de la vida en el Más Allá.

La cruz y el crucificado, enclavados en un nuevo Calvario, presiden un monumento funerario que es un enorme, sobrio y elegante cofre. Oteado éste desde el corazón urbano o Plaza del Castillo, y caminando por la gran avenida peatonal llena de vida, se puede sentir la leve pendiente ascendente que convierte la avenida en un “camino procesional” (De la Barba, 2024), hasta llegar a una gran plaza arbolada, cierre del IIº Ensanche. La Santa Cruz se eleva a cinco alturas detrás del gran estanque: tres delante del edificio y dos dentro de él. Seis escalones ascienden a la primera explanada, otros a la segunda, y siete más a la tercera plataforma de acceso a la basílica, en cuyo fondo y sobre otros siete se elevaba el presbiterio, y ahí, sobre un pedestal colocado detrás del Ara o altar mayor, la Cruz clava en Tierra, flanqueando su base dos medallones que rezaban: “Viva Cristo Rey” y “Con este signo vencerás”. Pero elevemos la vista hacia el Santo Cristo de Adsuara, que mide 3 metros, colgado en la parte superior de un largo madero ascendente, atrayendo, desde lo muy alto, todo hacia Sí. Centro de todas las miradas, el Cristo destacaba sobre una vidriera principal de vivos colores que representaba a la Madre y San Juan. Esta fue destruida a pedradas, y en 1997 el arzobispado quitó el presbiterio.

Dos arquerías abrazan al visitante, solemnizan al edificio, consolidan su espacio ad extra, y cierran una plaza abierta al Este con la luz de sus diez arcos.

Lo más representativo es la gran cúpula, equilibrada con las arquerías exteriores. Con 24 m. de diámetro, fue la segunda de España después de la Real basílica de San Francisco el Grande (Madrid) que fue la cuarta de Europa. Sus frescos asombran a todos por su tamaño, esplendidez, y la temática narrativa con la Cruz en el alma de Navarra: en el centro San Francisco Javier evangeliza el Lejano Oriente, enfrente la Navarra de las Cruzadas medievales, y, entre ambas, la Navarra religiosa y guerrera.

No es éste un único edificio sino un conjunto monumental, generador del IIº Ensanche. Es una referencia para toda la ciudad, capital del milenario Reyno, que carece de grandes edificios emblemáticos. Sus dos torres imitan las neoclásicas de la catedral. Sí, el conjunto forma una unidad indisoluble.

José Fermín Garralda

Publicado en “Siempre P’alante” IIª Epoca, núm. 39 (1-III-2025) pág. 14

 

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