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La memoria histórica

Fuente: Diario de Jerez 

SIXTO DE LA CALLE VERGARA

En los años ochenta tuve que realizar numerosos viajes profesionales a México. Como necesitaba allí de asesoramiento jurídico, pedí consejo a mi admirado profesor, don Manuel Olivencia, quien me recomendó un bufete, situado en el Distrito Federal, que había sido fundado por un catedrático de Derecho Mercantil en España -La Laguna- y en México (donde se exiló tras la Guerra Civil), don Joaquín Rodríguez y Rodríguez.

Cuando llegué a México, don Joaquín Rodríguez había muerto, muy joven, hacía ya muchos años, pero en el bufete quedaba un hijo suyo, competentísimo, con el que enseguida intimé y que ejercía de director del despacho: era José Víctor Rodríguez del Castillo y tenía más o menos mi edad.

Nuestra amistad fue ensanchándose y enseguida fui requerido para asistir a los acontecimientos familiares que se celebraban durante mis prolongadas estancias en la capital mexicana. Allí conocí a doña Laura del Castillo, viuda de don Joaquín Rodríguez y madre de José Víctor.

Doña Laura era una persona extremadamente amable y simpática. Era de Alcalá la Real (Jaén) y tenía esa educación tan propia de las clases medias de la Andalucía de hace bastantes años. En nuestras conversaciones, me explicó que ella era hermana del teniente José del Castillo, Guardia de Asalto, cuyo asesinato, tuvo como consecuencia el de don José Calvo Sotelo y, en definitiva, fue origen de la Guerra Civil. Ella -me dijo- ya no sentía ningún rencor, aunque sí tristeza, por aquellos años tan trágicos. Es más, viajaba con frecuencia a España, donde conservaba alguna de su familia.

Tan íntima se hizo mi amistad con los Rodríguez del Castillo que organizamos la venida de toda la familia a España, en el siguiente verano, para que conocieran Jerez y a mi propia familia.

Formalizada la invitación, José Víctor insistió en conocer a mi padre, Sixto de la Calle Jiménez, de quien, a través de don Manuel Olivencia, sabía que era un jurista de prestigio. A mí aquella idea me pareció, como poco, incómoda, porque mi padre, aparte de ser claramente de derechas “de toda la vida”, tenía muy presente el asesinato de su hermano José María, en Paracuellos del Jarama, por el sólo hecho de estar matriculado en la Academia Torres, de Madrid, para iniciar su carrera militar. Así se lo hice ver a mi amigo.

No obstante, José Víctor insistió en el encuentro, por lo que me vi obligado a explicar a mi padre quien le iba a visitar.

El encuentro se celebró en el despacho de mi padre, en Jerez. Yo estaba de espectador. José Víctor y mi padre se extendieron sobre las diferencias entre el Derecho Mercantil en España y México y las figuras de don Joaquín Rodríguez y don Joaquín Garrigues, amigo de mi padre, pues el padre de José Víctor había sido profesor ayudante de Garrigues, siendo éste catedrático en la Universidad Central antes de la Guerra.

Ni José Víctor hizo referencia a la dureza del exilio que vivieron los suyos; ni mi padre a la pena por la ausencia del hermano asesinado. Pero en un momento de la conversación, mi padre dijo: Mira, José Víctor, tu sabes quien soy yo y yo sé quien es tu familia materna; pero quiero que entiendas que, aparte del recuerdo y la pena, mis sentimientos están enterrados. Y te quiero dar un abrazo. Seguidamente, ambos se levantaron y se fundieron en un enorme abrazo del que se separaron con abundantes lágrimas.

Esta sí que es, entiendo yo, la memoria histórica.

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