Hoy, día 6 de diciembre, se cumple el 40 aniversario de la Constitución Española, ratificada en 1978 en un referéndum nacional, en el que, con apenas dos tercios de participación, casi el 92% de votantes aprobaron ese texto legal.
La también conocida como Carta Magna resultó de un consenso de centristas, conservadores, comunistas, socialistas y nacionalistas, dentro de esa etapa histórica relativamente reciente, conocida como La Transición, ya que se pasaba de la dictadura franquista a la instauración de la democracia liberal.
Pero no voy a profundizar en ello, aunque sí señalar que este texto tiende a sacralizarse, en no pocos casos de manera inocente, como si fueran unas escrituras sagradas cuyo cumplimiento fuese un deber moral, o como si la idea de España se debiera a un tocho de hojas sin más. No le encuentro sentido, la verdad.
España, Las Españas o Hispania (como queramos llamarla) es una realidad desarrollada durante siglos de historia, no solo por medio de la anexión de diversos reinos, sino por patrones evolutivos de su sociedad y unos aspectos culturales propios, entre los que podemos encontrar la manifestación y profesión del catolicismo.
La riqueza patrimonial, el liderazgo en altruismo sanitario (donaciones de órganos) y logros como la invención del primer prototipo de helicóptero, la primera calculadora digital y el submarino, además de las investigaciones que resultaron en la “doctrina de la neurona” también forman parte de ello.
Es más, no hemos de olvidar el concepto de Hispanidad, que no fue un colonialismo genocida, sino una especie de empresa que no solo promovió la cultura hispánica sin más en las Américas y Filipinas, sino también valores como la libertad, el respeto a la dignidad humana y avances académicos y comerciales en dichos territorios.
Mientras tanto, ¿qué tanto nos beneficia un texto que cumple cuarenta años, en base al cual, nos piden promover el vacuo “patriotismo constitucional” de Habermas? ¿Tan útil ha sido para la salvación de nuestra querida España?
Primero, hay que decir que este texto supedita la propiedad privada, condición sine qua non para que haya libertad, al interés social. Al mismo tiempo, en vez de promover la subsidiariedad, garantiza una ingente cantidad de “falsos derechos” que básicamente fomentan la intervención del llamado “Estado moderno”.
Mientras, el derecho a la vida del no nacido, el anciano y el enfermo, no quedan lo suficientemente garantizados, mientras que se reconocen conceptos de “nacionalidades históricas” que solo obedecen a la necesidad que algunos tienen de emitir falacias para dinamitar la idea de España.
Sobre descentralización, no se nos garantizó el concepto de fueros, sino la posibilidad de crear diecisiete pequeños Estados que, lato sensu, salvo excepciones, solo tienen autonomía para gastar pero no para autofinanciarse, aparte de ser entidades centralistas que compiten por complicarnos la vida al máximo.
Ahora bien, con respecto a la garantía de la unidad de España ocurre lo mismo que con la plena garantía de derechos naturales y libertades del texto constitucional estadounidense. Dejando aparte las disposiciones de la nuestra a críticar, hay una degeneración que hace que no se cumplan determinados propósitos.
En los Estados Unidos, desde las eras lincolniana y hamiltoniana, haya habido una tendencia férreamente centralista, proclive a reforzar en la medida de lo posible la hipertrofia del Estado -aunque presidentes como Trump, Coolidge y Reagan hayan supuesto para ello alguna clase de obstáculo. Hay también espionajes.
Mientras, aquí en España, tanto el PP como el PSOE se han ido comprometiendo a hacer continuas cesiones a nacionalistas catalanes y vascos, incluso a no garantizar el derecho al ejercicio de libertad lingüística por parte de los hispanohablantes, recogido en las disposiciones constitucionales.
Una vez dicho todo esto, simplemente considero que en vez de sacralizar artificios iuspositivistas, deberíamos reivindicar y promover la historia de España y el valor de la idea de la Hispanidad, al mismo tiempo que defendamos la libertad, la subsidiariedad, la tradición católica y la vida.