(Por Javier Garisoain) –
Hay católicos tan celosos del amor a los enemigos que no reservan ni amor, ni comprensión alguna hacia sus amigos. La frase es mía pero inspirada por un cura catalán llamado Félix Sardá. Él había estudiado a conciencia las distintas especies de liberalismo y conocía la típica incoherencia de los católicos liberales, tan blandos con los herejes, tan duros con sus hermanos ultramontanos.
Los mandamientos del amor incumben a toda la humanidad ¿pero no sería deseable que fuéramos nosotros, los cristianos, sus más fieles cumplidores? ¿No deberíamos tener grabado a fuego aquel primitivo elogio del “mirad cómo se aman”?
El sorprendente mandato de amar a los enemigos está ahí, y hay que cumplirlo. Pero me parece que no tendremos enemigos de verdad a quienes amar mientras no amemos al próximo. Amar al lejano no suele generar ni problemas ni enemigos. Porque la distancia todo lo difumina.
El verdadero reto del cristiano -el más difícil- es querer el bien del vecino. Solo cuando sepas amar de verdad a aquel que ves empezarán a surgir los enemigos que no ves.
Resumiendo el asunto con un criterio cronológico (y si algún teólogo pasa por aquí y percibe alguna herejía que me lo diga, por favor). La cuestión es que tienes que amar: primero, a Dios; segundo, a tí mismo; tercero, al próximo como a tí mismo; y cuarto: a los enemigos.