(Una entrevista de Javier Navascués) –
Armando Besga Marroquín nació en Bilbao en 1956. Se licenció en Geografía e Historia y se doctoró en la Universidad de Deusto. En 1983, obtuvo una cátedra de enseñanza media en las últimas oposiciones para cátedras y desde 1987 es profesor de historia medieval de la Universidad de Deusto. Su tesis de licenciatura (“Consideraciones sobre la situación política de los pueblos del Norte de España durante la época visigoda del Reino de Toledo”, Universidad de Deusto; Bilbao, 1983, 158 págs.) supuso la primera refutación de la teoría indigenista sobre los pueblos del norte de España, que culminó con la tesis de doctorado (“Orígenes hispanogodos del Reino de Asturias”, Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 2000, 635 págs.), que demostraba que la monarquía asturiana era un reino neogodo, que aseguraba la continuación de la historia de España, iniciada con la conquista romana. Sus investigaciones, que abarcan medio centenar de monografías, se han centrado en la Alta Edad Media, particularmente en el reino visigodo, el reino de Asturias y los Países Vascos. También ha publicado más de treintaartículos de divulgación.
¿Por qué decidió escribir el libro Hispania, la primera España?
Es una historia larga y complicada que cuento en gran parte en el comienzo del prólogo. En principio se trataba de promocionar el término “hispanización” para dar cuenta del proceso de la formación de España y de los españoles. De normalizar su uso, empleado para denominar a los procesos de extensión de la cultura española fuera de España, como ha sucedido con otros términos análogos que se emplean en la historia de España (“indoeuropeización”, “romanización”, ·cristianización”, “islamización”, “europeización”). Con ese propósito publiqué, en 2012, “La hispanización de España” en Letras de Deusto. Pretendía continuar ese estudio con otros que dieran cuenta del proceso de hispanización en las distintas etapas de la historia de España. Pero aquel número de Letras de Deusto fue el último, en mi opinión, porque había que ahorrar gastos para financiar la mastodóntica estructura pedagógica que se iba a desarrollar en la universidad con motivo del funesto Plan de Bolonia. No obstante, continué la empresa escribiendo un libro con el que no supe qué hacer. Así estaba la situación hasta que recibí un correo de Carlos X. Blanco, al que debo ya la publicación de tres libros, en el que me preguntaba si tenía algún breve estudio publicable. Tenía muchos. Pensé entonces en Hispania, la primera España, en el que había refundido los capítulos dedicados a la Prehistoria y la Edad Antigua. El editor de Letras Inquietas, lo aceptó inmediatamente. En las dos semanas siguientes corregí y enriquecí el texto que ha llegado a publicarse. Espero que los lectores me permitan continuar la serie hasta la España actual. Ya ha aparecido la segunda parte Spania, la España visigoda y está en prensa La Reconquista (y terminados La España que dejó de ser España y Las Españas de la Reconquista).
¿Hacía falta un estudio histórico definitivo sobre el nacimiento de España?
Lo primero que deseo señalar es que “El estudio histórico definitivo sobre el nacimiento de España” no es el subtítulo del libro. De hecho, no aparece en el interior. Se trata de un añadido por razones comerciales. También, por ejemplo, en el libro César de Adrian Goldsworthy aparece en la portada “La biografía definitiva”. Sería muy pretencioso por mi parte afirmar que no se puede decir más sobre el asunto, como el descubrimiento de América en 1492. Eso sí: el nacimiento de España en época romana es una evidencia indiscutible. Se podrá enriquecer la argumentación que he dado, incluso refutar alguna de las razones aducidas. Pero el nacimiento de España –repito– en la época romana es una evidencia, que podrían testimoniar los que vivieron en aquella época.
¿Por qué algo tan importante como el origen de España no había sido tratado en un libro monográfico?
Aunque parezca increíble, porque se publican muchas obras que no aportan nada e, incluso, sólo sirven para generar confusión añadiendo paja al trigo, hay todavía temas importantes que están esperando la primera monografía. En estos momentos estoy trabajando sobre el pensamiento de Sabino de Arana y Goiri a través de sus textos. Pues bien, todavía no se ha hecho una edición crítica de su obra, que sería una buena tesis de doctorado. Él escribió a menudo con seudónimos. De ahí, el problema de atribución de algunos de sus textos. En el caso del nacimiento de España, que es un asunto importante, se ha escrito mucho y, bastantes veces, se han pronunciado personas de gran autoridad. Pero no se había tratado la cuestión en una monografía. La consecuencia es que había propuestas para todos los gustos.
¿Cuándo nace realmente España?
Pues cuando recibe un nombre propio y sus habitantes un gentilicio, que rápidamente se convirtió en un etnónimo, que ya es un adjetivo calificativo. Y, sobre todo, porque a partir de entonces vivieron juntos por primera vez (y, por cierto, dejaron de matarse como extranjeros). En este sentido, es importante acabar con un malentendido: “Hispania” no es el nuevo nombre de Iberia; los griegos no sólo desconocían la existencia de una península, sino que también llamaron “iberos”, a los habitantes de la costa francesa hasta el Ródano.
¿Por qué dice que fue un parto doloroso?
Porque el nacimiento fue fruto de una conquista brutal, la más larga y sanguinaria que ha conocido España. Pero así funcionan las cosas en este valle de lágrimas. Sin la conquista, los antepasados de los hispanos no se hubieran unido nunca. Lo mismo sucedió con Grecia antigua, que fue unida (salvo Esparta) por Filipo II, un macedonio. El fenómeno se repite en Italia y en Francia. Estamos hablando de los países más antiguos de Europa, que es como decir del mundo. Germania, en cambio, siguió dividida, como Gran Bretaña, cuya conquista romana fue incompleta (lo que implica que el nombre de “Britannia” no tuviera la misma importancia que tuvo el de “Hispania” durante toda la Edad Media, cuando España no estuvo unida políticamente desde el siglo VIII).
¿Qué es lo que había antes de este nacimiento?
Pues una extraordinaria división, una gran diversidad y muchas guerras. Ni siquiera había una unidad étnica, porque había iberos, indoeuropeos, a los que se suele llamar “celtas”, griegos, cartagineses y algunos vascófonos en el norte de Navarra, que hablaban, por cierto, un euskera tan distinto del actual, como lo puede ser el español del latín o el griego antiguo del moderno (la mayoría se encontraba en los Pirineos centrales franceses). Seguramente, cada núcleo de población era independiente, a no ser que hubiera sido sometido por uno vecino. El número de lenguas y religiones que había sigue siendo incalculable. Incluso puede hablarse de la existencia de diferencias de civilización: una zona mediterránea urbanizada (gracias a estar más cerca de lo que entonces era el centro del mundo), la Meseta y Portugal en vías de urbanización, y la cornisa cantábrica, que era la zona más atrasada (por ser la más alejada del Mediterráneo).
¿Por qué afirma que no se trata tanto del ser como del estar?
Como afirma Chomsky, las cuestiones científicas se dividen en problemas “que son susceptibles, al menos en potencia de solución, de una respuesta, y misterios, que no lo son”. El gurú de la progresía no es santo de mi devoción. Pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. El tema de la identidad colectiva me parece una cuestión irresoluble. Es más: los que han creído resolverlo han propiciado las más de las veces consecuencias funestas. Porque definir no sólo es excluir, sino también jerarquizar. Esto es: expulsar de la comunidad y clasificar al resto como más o menos puros, o mejores o peores. El “estar”, que es de lo que se ocupan los estudios de Historia, ya plantea suficientes problemas, porque hay autores que consideran que los españoles no están hasta determinada época, e, incluso, que ni se les espera. El estar cuando se prolonga da lugar a la comunidad histórica, que es a lo máximo que, a mi juicio, puede aspirar una población. Son las relaciones que produce el vivir juntos lo que va creando unos comunes denominadores y sobreentendidos que favorecen la convivencia. No es un planteamiento original. Antes de que los nacionalistas prostituyeran el antiguo término de “nación”, David Hume la definió como una colección de individuos que, merced a un constante intercambio, llegan a adquirir algunos trazos en común. Es la idea que ya tenía antes de iniciar la empresa de la hispanización de España, aunque cada vez me inclino más por la españolización de Hispania, una realidad en principio sólo geográfica.