Carlos Alberto Marmelada analiza su libro Cómo hablar de Dios con un ateo (Sekotia)
(Una entrevista de Javier Navascués) –
Carlos Alberto Marmelada. Nacido en Barcelona en 1962, es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona. Con más de 20 años de experiencia docente es en la actualidad profesor de la Universitat Internacional de Catalunya. Es autor de los libros: El origen del hombre. Cuestiones fronterizas. Charles Darwin. Evolución y vida. Y Darwin y el mono (junto a Daniel Turbón). Así mismo ha publicado más de 180 artículos sobre evolución humana, cosmología, metafísica y el diálogo entre ciencia, razón y fe. Ha impartido numerosas conferencias sobre estos temas en diversas universidades e instituciones. Ha sido ganador del Premio Arnau de Vilanova.
¿Por qué un libro sobre cómo hablar de Dios con un ateo?
El ateísmo de nuestros días tiene unas características muy distintas a las del ateísmo de los dos siglos anteriores. El mundo cambia, la sociedad cambia y el perfil del ateo de nuestros tiempos también ha cambiado. Por eso resulta esencial hacer una radiografía detallada del ateísmo actual, para así poder dialogar con él de un modo sincero, honesto y, sobre todo, fecundo; ya que, si el diálogo no conduce a ninguna parte, ¿para qué sirve? Este libro pretende prestar una contribución positiva al importante y necesario diálogo entre los que sostienen una visión teísta del universo y la vida (especialmente la humana) y la cultura actual (que, en Occidente, se caracteriza por una evidente ausencia de Dios).
En el s. XIX y la primera mitad del s. XX, las grandes figuras del pensamiento ateo intentaron dar pruebas racionales de la no existencia objetiva de Dios. A esta postura se la conoce como ateísmo teórico positivo. Durante la segunda mitad del s. XX el ateísmo dimitió de esta pretensión; ni una sola de las pruebas presentadas por el ateísmo fue capaz de resistir la crítica. En el libro se analizan estos argumentos y sus correspondientes críticas. De modo que el ateísmo teórico positivo fue sustituido por un agnosticismo que se extendió por todas las capas de la sociedad. El agnosticismo se vivió como un ateísmo práctico y, con el paso de las décadas, acabó dando lugar al indiferentismo religioso que caracteriza a nuestra sociedad; y que es la forma de ateísmo dominante en nuestros días. Este libro pretende ser una herramienta útil para poder dialogar con esta forma nueva de ateísmo.
¿Tiene sentido hablar de Dios hoy?
Por supuesto que sí. Siempre lo tendrá. Kant decía que el ser humano es metafísico por naturaleza, ya que la razón humana no puede vitar el plantearse las cuestiones más importantes que afectan a nuestra existencia desde la misma raíz. Para el filósofo de Königsberg la metafísica es connatural al hombre, de manera que mientras haya seres humanos habrá metafísica. Efectivamente, la propia necesidad le impulsa hacia unas preguntas que no pueden ser respondidas mediante el uso empírico de la razón; es decir, con la ciencia. Por todo esto, siempre ha habido algún tipo de metafísica, y la seguirá habiendo en todo tiempo. Estoy totalmente de acuerdo con Kant, y con Cornelio Fabro cuando afirma que el problema de Dios es el problema esencial del hombre esencial. En efecto, no es lo mismo que Dios exista que que no exista. No es lo mismo que nuestra alma sea inmortal que todo aquello en lo que consistimos, desaparezca con nuestra muerte. ¡No! ¡No es lo mismo! El giro es de ciento ochenta grados. Este libro, entre muchas otras cosas, arroja luz sobre esta cuestión.
¿Tiene sentido hablar de Dios hoy? ¡Claro que sí! Pensemos por un momento en una dicotomía muy simple; no es lo mismo que el ser humano sea un simple producto de la evolución biológica resultado del azar, que que sea un ser creado por Dios y que esté llamado por éste a vivir eternamente una vida bienaventurada. Dicho de otro modo, no es lo mismo ser un mono con suerte que una imagen y semblanza de Dios. La cosa cambia mucho, ¿verdad? Por esto es tan importante hablar de Dios hoy…, y siempre. Dios siempre será un tema de actualidad; es una de esas cuestiones perennes. Mientras haya seres humanos, seguirá en pie la reflexión acerca de Dios. Para el ser humano, Dios es una cuestión inevitable e ineludible. Como he dicho antes, todas las personas somos metafísicos por naturaleza; por esto mismo estoy totalmente de acuerdo con el ateo Camus cuando afirma que nada puede desalentar el ansia de divinidad que hay en el corazón del hombre.
¿Por qué no atrae la idea de Dios al hombre moderno?
Estamos cambiando de época. La modernidad, nacida en el s. XVIII y extendida hasta casi el final del s. XX, es un proyecto que se ha agotado. Estamos dejando atrás la modernidad, para entrar en una nueva etapa de la historia. No nos damos cuenta porque estamos justo en medio de todos estos cambios; es aquello de que los árboles no nos permiten observar la auténtica frondosidad del bosque. Aún no ha pasado el tiempo suficiente como para que los historiadores y los filósofos puedan encontrar un nombre específico que nos identifique en el registro historiográfico; por eso mismo, nos autodenominamos posmodernos. Está claro que ciertos valores de la modernidad aún perduran, todavía no le hemos dejado tan atrás; pero también lo es que han aparecido otros nuevos, o que algunas de las características que se habían dado puntualmente en algunas épocas, ahora se hicieran presentes en unas dimensiones que antes resultarían inimaginables. En el libro se habla esta cuestión y al final se analizan algunas propuestas.
El agnosticismo, el ateísmo práctico masivo y universal, el relativismo axiológico y gnoseológico, el escepticismo, el nihilismo, el hedonismo, el consumismo, el materialismo, el cientificismo… Frente a todo esto se alza la voz de Jesucristo diciéndonos que hemos de ser santos como lo es nuestro padre celestial (Mt 5, 48). No nos dice que nos esforcemos en ser buenos, o que hagamos en la vida lo que buenamente podamos. ¡No! Nos dice, ni más ni menos, que seamos santos como lo es Dios mismo. ¡Apaga y vámonos! ¿No es esta una carga demasiado pesada? ¿No es esta una pretensión que no merece la pena esfuerzo alguno por nuestra parte, porque sabemos que es una batalla que está perdida de antemano? Y quien dice esto, dice el peso que puede suponer el decálogo: ¿cómo ser un empresario cristiano y no pagar comisiones bajo mano, sobornos, para que te den contratación de obra pública, por ejemplo? ¿Y que decir de la exigencia de la ética sexual cristiana? Y tantas otras cosas. Efectivamente, un Dios que exige tanto… ¿cómo puede ser atractivo? A esto cabe recordar, al menos dos cosas; la primera es que, si fuera algo que dependiera exclusivamente de nuestro esfuerzo (pelagianismo), no tendríamos nada que hacer. Pero, junto a esa propuesta (la de la aspiración a la máxima santidad, y la fidelidad al decálogo) está el ofrecimiento de la gracia santificante. Y la segunda, que no se trata de ver el decálogo en clave negativa (no harás esto, no harás aquello…), sino en clave de perfeccionamiento personal; por eso la invitación es a vivir el mensaje de Cristo con alegría sobrenatural; ese gozo (gaudium) que surge de la esperanza (spes) entendida como virtud sobrenatural.
En pleno cambio de época (impulsado por una revolución tecnológica que está transformando las relaciones humanas, la sociedad y el planeta), la idea de Dios parece estar desplazada por una sobreestimulación. Pero al final, en la soledad de su alma, como decía Platón, las personas llevan a cabo un diálogo consigo mismas; y ahí está Dios.
¿Qué propuesta da en el libro para romper esta dinámica?
Ya hemos dicho antes que los tiempos están cambiando significativamente; y, en consecuencia, el ateo del s. XXI no tiene el mismo perfil que el de los siglos XIX y XX. Hay que saber hacer atractiva la figura de Dios a la persona de la posmodernidad. También hemos comentado que el libro, entre otros objetivos, tiene la voluntad de ser una herramienta que pueda contribuir a este propósito. En este sentido, cabe recordar que Dios sigue siendo atractivo (de hecho, lo será siempre), porque las cuestiones fundamentales que interpelan al hombre de la posmodernidad, siguen siendo las mismas que instan al hombre en cuanto tal. Hoy somos posmodernos, sí; pero, ante todo, somos personas.
Resulta evidente que, desde una visión teísta de la vida hay que defender el máximo respeto por todas las personas, independientemente de sus ideas y credos religiosos. La apuesta ha de ser por un debate ideológico, una confrontación intelectual de ideas y de modelos de vida. Y, naturalmente, lo mejor es partir de aquello que nos une. Todas las personas, independientemente de si son creyentes o ateas, amamos la libertad, por esto en el libro reflexionamos a fondo sobre esta cuestión. A todos nos preocupa encontrar una respuesta razonable a la injusticia que supone el sufrimiento inmerecido de los inocentes; especialmente, en el caso de los niños. ¿Y qué decir de la existencia del mal moral? En efecto, cómo es posible seguir creyendo que Dios existe verdaderamente, después de haber visto los campos de exterminio nazis, los gulags soviéticos, los crímenes de Mao o de los Jemeres Rojos, el genocidio del pueblo armenio; las matanzas de Srebrenica, Biafra, Katanga, Ruanda, y tantas otras atrocidades (y eso que, deliberadamente, nos hemos querido limitar a unos pocos, en verdad, muy muy pocos, ejemplos del s. XX). Pues sí, Dios existe. E, incluso en medio de todas esas desgracias, se le puede encontrar. En el libro se explica cómo es esto posible.
También es muy importante depurar la idea de Dios. En efecto: ¿Cuándo los ateos niegan la existencia de Dios, a qué idea de Dios se están refiriendo? Esto es muy importante, porque según cual sea la caracterización que hagan de Dios, los teístas también podríamos coincidir en su rechazo y en su negación. Por ejemplo, Nietzsche y Sartre, niegan la existencia de Dios porque dicen que Dios no puede ser causa de sí mismo; pero éste es el Dios de Hegel, no el del cristianismo, ni el del teísmo propuesto por la metafísica del ser. Lo mismo pasa cuando se rechaza la existencia de Dios porque se le identifica con la nada; y, así, podrían multiplicarse los ejemplos; como es el caso del juez sancionador, que es una figura propia del teísmo moral kantiano, que nada tiene que ver con el Dios Amor del que nos habla San Juan; ni del Dios infinitamente bueno (puesto que es el mismo bien subsistente, ya que el bien y el ser se identifican por ser trascendentales del ente) de la teología natural tomista. Como decíamos, es muy importante depurar la imagen de Dios; y, para ello, resulta capital ver cuál es la idea que tienen de Dios los ateos cuando niegan su existencia real. En el libro se trata mucho toda esta cuestión.
En realidad, no se trata de hacer el Evangelio atractivo; porque ya lo es.
En efecto, el ideal de vida, la propuesta de santidad a la que nos invita el cristianismo, es atractiva per se; y, por muchos siglos que pasen, no se marchitará nunca. Pero, una cosa es cierta, ese mismo paso del tiempo ha traído nuevos retos. Pongamos un par de ejemplos. Con todo lo que sabemos hoy en día acerca de la evolución humana, ¿todavía tiene sentido hablar de Adán y Eva? ¿En serio? ¿De verdad? Acaso no es razonable que las personas de la posmodernidad se pregunten cómo puede ser posible que en un mundo tan tecnificado y dominado por el conocimiento científico, siga habiendo personas que crean literalmente en este relato, aparentemente, tan infantil, sobre nuestros orígenes biológicos. En este asunto, los intelectuales cristianos, ya sean filósofos o teólogos, tienen una buena ocasión para interactuar desde la visión teísta del mundo con la cultura actual y arrojar luz de un modo decisivo sobre este tema antropogénico que resulta clave.
Y el otro ejemplo lo encontramos en el tema del origen del universo. ¿Todavía necesitamos seguir creyendo en la existencia de un Dios creador, cuando podemos explicar el origen del universo a partir de un big bang? Y si nos dicen que seguimos necesitando a Dios para explicar el origen del big bang, podremos contestar que tampoco lo necesitamos, puesto que nuestro universo sería una burbuja, una región, de un multiverso infinito; o el resultado de una colisión entre dos universos de P- branas. El teísta también tiene aquí una magnífica ocasión para hablar de Dios con la cultura actual. Por ejemplo, lo sorprendente no es saber cómo es el universo; sino que lo verdaderamente admirable es que haya algo en vez de nada. Esta cuestión nos planta justo en frente del misterio del ser. Es decir, el teísta siempre le podrá preguntar al cientificista: ¿por qué existe un multiverso infinito en vez de nada? O, ¿por qué existen una infinidad de universos de P- branas, que chocan entre sí para dar lugar a otros universos? El teísta siempre podrá recordar que, por mucho que se postergue a Dios o se pretenda eliminar su necesidad creadora afirmando que nuestro universo surge de otros, habrá que decir que, por definición, sólo puede existir un único universo; por lo que las preguntas metafísicas fundamentales acerca de la razón explicativa del ser del universo, siguen en pie.
Y, finalmente, no hay que olvidar que lo más atractivo del cristianismo, no es el debate intelectual con la cultura actual, algo que es apasionante en sí mismo e importantísimo; sino el vivir la propuesta cristiana, ya sea de una forma tan heroica y meritoria como es el caso de las misiones, como el no menos heroico reto de santificar la vida ordinaria.
Y de sacudirse muchos complejos y defender la verdad con convencimiento.
Claro. Tanto es así que, otro de los objetivos del libro es prestar una ayuda a la superación de complejos por parte de personas de fe que están tentadas a pensar que tienen razón los ateos cuando afirman que creer en la existencia de Dios, del alma y de un más allá es algo retrógrado. Antes hicimos una referencia a Adán y Eva; pero es que esa, y tantas otras ideas comprendidas en la Biblia, no serían ideas propias de un modo de pensar mitológico y supersticioso, más propio de un estadio precientífico que ya no tiene ningún sentido hoy. Serían ideas propias de una conciencia temerosa, poco formada en el pensamiento crítico, que necesita de mitos consoladores para sobrellevar las angustias existenciales que toda persona tiene debido a la apertura metafísica que le brinda su condición racional.
Nietzsche decía que, frente la falta de formación de tantos creyentes, no era necesario gastar munición real (esgrimir extensos y farragosos argumentos), sino que bastaba con los fulminantes. Es decir, Nietzsche se refiere al hecho de que no son pocas las personas que tienen un escaso conocimiento de los fundamentos de sus creencias religiosas, de modo que no es necesario gastar tiempo y esfuerzos en someterles a arduos argumentos; en el caso de estas personas, para quebrantar su fe, basta con exponerlas a eslóganes emotivos e ingeniosos. El libro entero está consagrado a brindar al teísta de las herramientas, los argumentos y los contenidos propios para superar esta situación, a sacudirse, con un fundamento racional sólido, esos complejos a los que se aludía en el enunciado de es este apartado. Y, en este sentido, la introducción del libro se titula, precisamente, de pólvora y fulminantes; toda una declaración de intenciones.
Por otra parte, en esta época en la que la verdad es un valor en desprestigio (no en vano, una de las características de la posmodernidad es ser la época de la posverdad), uno de los recursos para manipular a las masas consiste en no apelar a la razón, sino al corazón. Ya no se argumenta con razonamientos convincentes, sino con eslóganes apotegmáticos que apelan a los sentimientos y las emociones. A este respecto, Benedicto XVI, cuando era el cardenal Ratzinger, nos recordaba algo muy importante, y es que el cristianismo no nació con la pretensión de ser una religión más entre muchas otras, sino de ser la verdad; y, algo muy importante, lo hacía desde la defensa de la racionalidad. En el libro se explica la importancia de todo esto.
¿Por qué es necesario recuperar la filosofía realista del tomismo, frente a la inmanencia de la filosofía reciente?
En mi opinión, no solo es necesario, sino que, además, es inevitable. Me explicaré. Parece muy posmoderno eso de hablar de que vivimos en una época que se caracteriza, entre muchas otras cosas, por estar más allá de la verdad. La posverdad no deja de ser una versión 2.0 del viejo ideal sofista consistente en convertir en débil el argumento fuerte y en fuerte el argumento débil. ¿Qué significa esto, sino el ideal marxista de insistir en que la verdad es histórica -relativismo-; o que la verdad es lo que triunfa en la práxis -pragmatismo-?
Por muy actual que nos pueda parecer todo esto, no hemos de olvidar que la naturaleza humana es la que es y no ha cambiado, a pesar del transcurso de los milenios. En efecto, la mente humana, por su propio modo de ser, está naturalmente abierta al conocimiento del ente. Ya decía el viejo Parménides que lo mismo es pensar y ser. O sea, que nuestra mente está capacitada de un modo natural para conocer cómo son verdaderamente las cosas. Conocemos el ser de modo natural; y, la verdad es ser son lo mismo, de modo que, nuestro entendimiento está naturalmente abierto al conocimiento de la verdad. Y esto será siempre así; porque nosotros somos así. Sobre esta realidad podemos añadir todas las superestructuras epistemológicas alienantes que se quieran, pero no se podrá cambiar nuestra naturaleza. Nuestra mente está hecha, por así decirlo, para pensar y decir la verdad; y eso no puede cambiarlo nadie. Es cierto que no conocemos las cosas en sí mismas, sino las representaciones que nos hacemos de las cosas. También es cierto que cada especie viviente tiene sus propis estructuras cognitivas que le hacen representarse la realidad de un modo determinado; pero esto no impide que, tal como sostiene el realismo moderado de la epistemología tomista, nuestras representaciones se corresponden con aspectos fidedignos de la realidad.
¿Qué aporta de nuevo el libro con todo lo que se ha escrito de nuevo?
El tema del ateísmo es sumamente complejo, y en el diálogo entre el teísmo y la increencia entran en juego muchos factores. Pues bien, creo que es muy importante, y muy útil, realizar una buena síntesis que permita interrelacionar todos esos factores en un todo coherente dotado de sentido; de modo que nos permita obtener una radiografía ajustada del tema; algo que puede ayudar a identificar los puntos débiles y las insuficiencias argumentativas de los planteamientos ateos. Algo que contribuye, en buena medida, a aquella superación de complejos a la que aludíamos anteriormente.
Siguiendo esta línea argumentativa, entre otras cosas, en el libro se analizan las características del ateísmo actual; se reflexiona sobre la importancia del problema de Dios; se estudian -y se deconstruyen- las falsas caracterizaciones de Dios (que servían para justificar el ateísmo); se analizan los argumentos más importantes de los ateos más famosos, de tal manera que se evidencian las insuficiencias y los déficits de sus planteamientos. Se estudia a fondo el único argumento que les queda en pie a los ateos actuales, la cuestión del mal; y vemos cómo, paradójicamente, la existencia del mal no solo no sirve para probar que Dios no existe, sino que demuestra la necesaria existencia de Dios. También se estudia la compatibilidad de la existencia de Dios con la libertad humana. Se analizan las causas del indiferentismo religioso actual; así como los distintos tipos de indiferencia. Todo esto son instrumentos que permiten ajustar el marco adecuado para el diálogo con el indiferentista, lo que brinda la posibilidad de poder establecer unas claves idóneas para la realización de la Nueva Evangelización que pedía el papa Juan Pablo II, en el contexto de la propuesta de una recristianización de Europa. Este libro está escrito de una forma que sea comprensible para todos los lectores; de tal modo que aborda temas complejos con un lenguaje asequible, sin renunciar al tratamiento profundo y riguroso de los temas, de manera que el conjunto pretende ser una herramienta útil para el pensamiento teísta.
Un comentario en “Carlos Alberto Marmelada analiza su libro Cómo hablar de Dios con un ateo (Sekotia)”
Luis Manteiga Pousa
Sólo se que no se nada. Ni siquiera se si es posible saber si Dios existe o no. Pero me gustaría creer.