Carta a monseñor José Ángel Saiz Meneses, Arzobispo de Sevilla.

(Por Gonzalo G. Y.) –
Excelentísimo Señor Arzobispo Saiz, mi querido pastor:
No sé ni por dónde empezar.
Ayer se convocaba en una parroquia una charla que por el título y sobre todo por los convocantes (con las letras y colores acostumbrados) ya hacen pensar que lo que vamos a vivir es una exaltación de la perversión y de uno de esos pecados que claman al cielo.
Entre grupos de amigos y conocidos cruzamos varias llamadas. Me dicen que un pequeño grupo va a asistir para, en el turno de intervenciones, corregir fraternalmente lo que haya que corregir. Alguien me propone ir a rezar el Rosario en la puerta. Y otro grupo me dice que van a ir a recibirles en la puerta con carteles recordando palabras textuales del papa Francisco, y mi opción que es hacer unos carteles con unas cartulinas recordando simplemente la Escritura y el Magisterio para exhibirlos en la puerta a la llegada, por recordar la lección a los ponentes.
Como todo lo que puede salir mal, sale mal, no puedo llegar con el adelanto que pretendía y cuando llego ya están todos dentro. Lo mismo ocurre con los de las palabras del papa Francisco, que habían ido a la puerta del templo encontrándose con una misa, mientras que el acto era en la calle de atrás, en las dependencias parroquiales.
El grupo que viene con la idea de asistir la mantiene y entra en la charla. Mi intención inicial es esa pero para levantarme a corregir conforme se fueran proponiendo cosas contrarias a la doctrina católica, si es que no se hacía. Ellos pretenden escuchar todo y luego corregir. Como yo tengo menos caridad o paciencia que ellos, decido no entrar porque no voy a soportar 2 horas de propaganda aberrosexualista en una parroquia sin alzar la voz. Sobre todo, por no fastidiarles a ellos su plan.Mi esposa sí entra.
El grupo de jóvenes con las frases del papa, viendo que aquello va para largo y también sin querer cambiarle el plan al grupo que se queda, deja esos carteles en el corcho de la entrada. Quedan (quedamos) un rato en la puerta, comentamos alguna cosa con algún transeúnte, y nos vamos.
Mi mujer me va transmitiendo desde dentro. Todo según yo esperaba. Efectivamente, yo no hubiese aguantado dos horas de chapa que dieron. Al menos tres de los que entran para corregir intervienen, con cariño y exponiendo doctrina, no opiniones. Se les abuchea. Uno de ellos se dirige al párroco (a todo esto, el párroco D. Juan José González estuvo presente todo el acto, se le notaba cercanía a los organizadores, que le llamaban “Juanjo” y le agradecían), que no ha discutido ninguna de las exaltaciones del pecado se han dado, si por favor puede responder con un sí o un no si la sodomía, si las relaciones homosexuales, son pecado. El párroco se niega a contestar.
A la salida, el grupo “dialogante” está desolado. Mantenían un hilo de esperanza de que se hablara de acogida y acompañamiento, como manda el Catecismo. Lo que se hizo fue defender las relaciones homosexuales, mostrar el orgullo de tenerlas, señalar a los “católicos conservadores” como malísimos porque no aceptan su “modo de vida” y ensalzar a “ateos sin prejuicios” que sí lo hacen… Unos padres presumían de lo contentos que estaban porque su hija a los quince años hubiese decidido que era un niño y lo contentos que están con su transición, algunos intervinientes hablaban de sus relaciones estables homosexuales mientras subrayaban su condición de catequistas, la lesbiana que proclama que ella no tiene pecado y que no hay necesidad de confesar… Y agradecimiento al párroco, mucho agradecimiento a “Juanjo”, que asentía y sonreía a todo, sin decir ni mu.
Estas mismas ensaladas de letras y colorines tienen convocado para este sábado, en otro templo de la diócesis, una presentación de libro y una “Eucaristía en tierra de acogida”, todo anunciado con los 6 colorines reglamentarios.
La archidiócesis guarda silencio. Usted no dice nada, y sobre todo no dice nada la curia, que me consta fehacientemente que pone mucho interés en enterarse de qué se hace en según qué templos o de en qué lengua rezan algunos, empezando por los seminaristas. Mucho control para según y quienes, pero para la ensalada de letras y colores todo vale.
Decía San Juan Bosco que ningún sacerdote se irá solo ni al Cielo ni al Infierno. La responsabilidad de los pastores es gravísima. De ellos depende la salvación de muchas almas. Entre sus obligaciones está no sólo impartir la sana doctrina, sino combatir a la insana. Y no es que no se la combata, es que se le acompaña y alienta.
Mi querido pastor, vuestra excelencia tiene que actuar y tiene que hacerlo YA. Antes del sábado. Por el bien de las almas. De los que proclaman el pecado y de los que acabarán cediendo a la ira ante tanta provocación. Por evitar la perdición de tantos. Poner orden, alentar a los buenos sacerdotes y reconvenir a los malos. Hablar públicamente. Señalar el error y proponer la virtud. No hacerlo es incumplir sus obligaciones. Los lobos nos rodean y necesitamos que los pastores nos defiendan.
Y si ellos no lo hacen, será que es la hora de los laicos, como para tantas otras cosas. Ya se les ha corregido fraternalmente. Una, dos, tres veces. La respuesta es perseverar en el error y ensalzar el pecado. Creo que es hora de retirar lo de fraternalmente. De las consecuencias será culpable quien no ejerció su labor a tiempo.
Me duele remitirle este mensaje. Me duele mucho. Porque me siento abandonado. Nos sentimos desamparados. Pero también creo que es mi obligación hacerlo. Le pido perdón por la dureza, pero creo que es necesaria.
Le imploro que haga algo, que ponga orden, que defienda la Verdad y que deje de consentir este y tantos desaguisados que son consentidos y por tanto amparados por su curia.
En Cristo Rey,
(P.S. El último correo que le envié implorando su acompañamiento no tuvo respuesta. Temo que porque le filtren los mensajes “incómodos”. Por ello, y por la premura de tiempo, he decidido publicar este mensaje además de dirigírselo al correo)
Gonzalo GY