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17 de septiembre de 2017 0

Companys y Puigdemont: ¿Vidas paralelas?

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Es difícil saber lo que reside en la cabeza de Puigdemont y por qué está adoptando una actitud entre histriónica, infantil propia de protagonista de sainete. En la “biosfera catalanista” algunos sospechan preocupados que su pose quiera imitar el mito de Companys y acompañarle en los libros de historia. Ello nos sugiere buscar paralelismos entre sendos personajes.

Companys fue pura contradicción en su carrera política: aristócrata rural convertido en republicano; españolista entusiasta que se pasó al catalanismo; catalanista devoto de Alcalá-Zamora, transformado en golpista contra la República. Proclamó el Estat Català para dárselas de más catalanista que nadie, pues le corroía el complejo de su pasado españolista. Luego traicionó a sus compañeros de partido en aras al pacto con los anarquista de la FAI. A algunos allegados los mandó al exilio (Como Bonaventura Gassol o José María España) y a otros los entregó a las anarquistas para que los asesinaran por considerarlos competencia política (como a su amigo Rebertés).

Esta trágica trayectoria política que acabó en sangre y con un último capítulo en el Castillo de Montjuïch al ser juzgado y fusilado, se combinó con su estulticia que le hacía vivir la política como diversión camuflada de pasión.

Companys llegó a Barcelona desde un pueblecito de Lérida, para estudiar derecho. Era el típico hijo de buena familia, que pronto encontró en las tertulias universitarias la excusa para no asistir a clases. Tardó 18 años en acabar su carrera de Derecho. Fue vendiendo patrimonio familiar para sufragar su disipada vida. Fue tan bien un devoto practicante del espiritismo y un masón de tercera fila. Fue un hombre, vamos, un niño mal criado y rebelde que si no se imponía su voluntad era capaz de los espectáculos más vergonzosos.

En las memorias de un diputado de ERC coetáneo, Joan Solé Pla, se describe perfectamente el perfil psicológico de Companys:

“en el fondo es un enfermo mental, un anormal excitable y con depresiones cíclicas; tiene fobias violentas de envidia y de grandeza violenta, arrebatada, seguida de fobias de miedo, de persecución, de agobio extraordinario y a veces ridículas. ¡Cuántas veces el señor Macià con energía, regañándolo, exitándole el amor propio le había tenido que arrancar de ese aplanamiento en que lloraba y gemía como una mujer engañada”.

Éste era el verdadero Companys. Aunque sabemos que los mitos son indestructibles precisamente porque han eliminado todo rastro de humanidad real y miserable en los personajes que representan. Si Companys no hubiera sido fusilado y transmutado en mártir, ahora la historiografía catalanista lo trataría como el pelele que hundió el catalanismo.

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Puigdemont en el homenaje a Companys

El anunciado paralelismo entre personajes como Companys y Puigdemont, deviene del sentimiento de estar tratando con actores que no han dejado de ser títeres de la historia. Puigdemont al igual que “el president màrtir”, proviene de esas familias conservadoras, católicas y españolísimas, que germinaban antaño en la tierra gerundense. En la villa de Amer todos recuerdan a la familia franquista de los Puigdemont. Desde que de pequeño ya se disfrazaba de Harry Potter, se podía empezar a sospechar que su vida sería una mera ilusión o alucinación que ha durado hasta ahora. Si Companys y su primera mujer eran unos entusiastas del espiritismo, la cónyuge de nuestro “Puchi”, la rumana Marcela Topor, es conocida por su entusiasmo por lo esotérico. No es de extrañar pues hasta Pujol había recurrido a la famosa bruja adivina de los Pirineos. Puigdemont, de joven, frecuentó los círculos progres cristiano-catalanistas. Sus raíces franquistas se fueron disolviendo con la ilusión de convertirse en un “Che Guevara” de la Gerona profunda. Eso sí un Che Guevara de guitarra y kumbayá y buen Rollo.

Al igual que Companys, a Puigdemont eso de estudiar no le iba mucho. Mintió en su Currículo pues nunca acabó ni la carrea de filología ni la de periodismo. Su militancia en Convergencia y su mujer políglota, le permitieron armar el Catalonia today: un diario regado con subvenciones y escasísima resonancia internacional. Vinculado al diario independentista El PuntAvui, su mujer pudo enchufarse en un canal de TDT de este periódico, que recibe subvenciones inimaginables teniendo una audiencia menor que el Canal del Real Madrid en Cataluña. Companys arruinó a su familia en la que encontró un pozo casi sin fondo de recursos para llevar su vida regalada. En cambio, Puigdemont ya pertenece a esa generación de políticos cuya familia era el partido y su fortuna las arcas públicas.

Viendo los pelos alocados de ambos personajes y sus pueriles sonrisas uno teme que los acontecimientos actuales tengan algo de determinismo histórico. Ver en fotos antiguas la cara sonriente de Companys, tras las rejas, una vez detenido al finalizar el Golpe de Estado del 34, nos muestra que aún vivía en su burbuja. Companys creía que ya había pasado a la historia y sonreía inconsciente de su destino trágico. En el 39, las fotos de la nueva detención ya desvelan la conciencia de la trágica realidad, sólo se ve tristeza en su cara. Empero, ese Companys del 34 al ser indultado y volver a la Generalitat se creyó intocable y con los vientos de la historia a su favor. Pero todo acabó en un baño de sangre entre 1936 y 1939, pues con ciertas cosas nadie puede jugar sin quemarse.

Puigdemont aún está en la fase de infantilismo-burbuja, donde cree que puede controlar ciertas fuerzas políticas como la CUP o regatear en corto tanto a Junqueras como al gobierno central. En fin, vive ese idílico preludio donde hasta ahora la política ha sido un juego fácil (ni siquiera tuvo que ser elegido por el pueblo para llegar a Presidente de la Generalitat, ni poner un euro). Pero pronto pasará otra pantalla del proceso y esta vez la sonrisa se trocará en mueca grotesca del que toma conciencia de que las riendas de la historia se le han escapado de las manos; o mejor dicho, que nunca las sujetó. Y si le queda el menor atisbo de inteligencia, acabará abandonado esa sonrisa y ese histrionismo facilón para exaltar a los ya exaltados, pues habrá conducido a Cataluña a su enésimo descalabro político.

Javier Barraycoa

 

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