Por Porfirio Gorriti
La infección universal por el Covid 19 es imparable. La naturaleza biológica de esta familia de microorganismos-los coronavirus- es perfectamente conocida por la comunidad científica y tiene a diversas especies animales como hábitat natural. La colonización infecciosa del ser humano por una mutación es también un supuesto conocido y tal condición ya ha formado parte de pasadas pandemias que han recorrido el planeta. El pavor por esta nueva enfermedad es el titular del telediario del mundo y surge, paradójicamente, del conocimiento y desarrollo científicos. La cuestión es: ¿la humanidad está en riesgo real de sufrir la epidemia de una enfermedad infecciosa que masacre a su población?
Repasemos los principales puntos incuestionables: el covid 19 es un virus de alta transmisibilidad entre humanos ( como un catarro) y de alta capacidad lesiva ( como una gripe); la mayor de personas afectadas se curan por evolución natural, pero no existe tratamiento específico contra la infección, por lo que la Medicina está limitada para ayudar a las personas débiles o vulnerables inmunológicamente. Un porcentaje- muy bajo- de infectados fallecen. Podríamos poner el ejemplo de las pulmonías en la época previa al conocimiento de los antibióticos. Antes de la década de 1940, aunque el cuerpo humano tiene vigorosas defensas naturales contras las infecciones, muchas personas fallecían por esta causa, ante la falta de medicamentos eficaces.
La totalitaria República “Popular” de China intentó ocultar el foco primario de la enfermedad, fracasando en el intento. La enfermedad se hizo pública a Occidente cuando ya se había expandido el virus. Este fracaso no obedece a carencias tecnológicas del gigantesco país asiático- una de las potencias actuales del mundo- sino a la auténtica imposibilidad de frenar el contagio entre humanos por la facilidad de su transmisión. El foco secundario en Europa ha brotado en Italia, pero realmente nos encontramos ante una situación en la que se conoce lo que se identifica; es decir, hay que pensar que hay otros focos secundarios en áreas donde no ha habido capacidad de su detección. En fecha actual, proceder a aislar a poblaciones infectadas para detener el virus, es inútil.
La Medicina se enfrenta a un virus nuevo y se desconoce el futuro evolutivo de su proceso biológico de colonización del ser humano. La mayoría de virus animales que saltan al ser humano evolucionan a su extinción, como sucedió recientemente con el SARS, pero podría suceder lo contrario y mutar el Covid 19 a variantes patógenas más agresivas. Por tanto, es cierto que el mundo va a sufrir, está sufriendo ya, una pandemia por Covid 19 pero la respuesta a la cuestión planteada es negativa: no hay motivos científicos para temer que vaya a producirse una hecatombe. La mayor parte de parámetros científicos invitan al optimismo: el virus es estacional y no sobrevive en temperaturas calurosas, la evolución natural de los coronovirus en el ser humano es su extinción, y por encima de todo, los datos médicos ya conocidos de que la mayor parte de personas afectadas desarrollan casos clínicos leves.
Hoy por hoy, la pandemia por coronavirus es un grave problema de salud pública, sobredimensionado por el universal egoísmo humano y el pánico contextualizado por nuestro mundo globalizado. Las decisiones de prohibir o restringir las actividades o la movilidad públicas deben ser tomadas por las autoridades sanitarias especializadas y no por las autoridades políticas. El remedio no debe ser peor que la enfermedad, hemos dicho siempre los españoles.
Es un grave pecado de soberbia humana considerarse capaz de interpretar los designios divinos. Podemos recordar las crueles atribuciones que recibió el SIDA en los años 80 como un castigo de Dios a los pecadores. Si hay alguna mano sobrenatural sobre el coronavirus y sus consecuencias, será más saludable para el cristiano abominar del Diablo.