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Crisis de vocaciones y espíritu de servicio

(Por Javier Garisoain) –

Algunos creían, cuando oían eso de “crisis de vocaciones”, que la expresión aludía a la falta de curas o de monjas. Pues no. La crisis es manifiesta en todas las vocaciones. En las sagradas y en las profanas. En todo aquello que signifique voluntad libre, determinación y responsabilidad, perseverancia o compromiso. La misma vocación natural al matrimonio está sumida en una profunda crisis, algo casi inaudito en la historia de las civilizaciones. ¿Sería muy descabellado pensar que el brutal descenso de la nupcialidad es peor aún que la reducción de ordenaciones sacerdotales? Lo peor es esta sensación de que se trata de un plan premeditado. Como si alguien hubiera querido construir un mundo, un sistema, sin familias libres, sin profesionales autónomos, sin aprendices, sin maestros, sin sabiduría, sin tradición. Pensemos en los quebraderos de cabeza que daba el proletariado. Los proletarios eran pobres, habían sido desarraigados y embrutecidos, pero al menos tenían una prole, lazos familiares a los que servir, ganas de luchar por un futuro mejor aunque sólo fuera para sublevarse contra la explotación y morir en el intento. Los tiranos de ahora han conseguido un ejército de solteros que revolotean entre trabajos basura y que no se inmutan mientras les llenen la nevera.

Miren a su alrededor ¿qué profesión honrada puede presumir de un incremento de vocaciones? Mecánicos, albañiles, modistas, arquitectos, médicos, hosteleros, agricultores… Cada vez cuesta más encontrarlos buenos y con espíritu de servicio. Las razones son múltiples y complejas, pero yo diría que la clave está ahí, en esa misma idea de servicio que, en el mundo economicista de las ideologías, ha sido sustituida por el mero afán de lucro.

Sí, por supuesto, existe un ánimo de lucro legítimo. El mismo Jesucristo es comprensivo con el que encuentra un tesoro, recupera una moneda o multiplica los talentos. Pero la vocación es otra cosa. Es servicio más que lucro. Y servicio que no es servilismo sino entrega de uno mismo, por el bien de los demás.

Los primeros liberales, los padres de la patria moderna, tenían fijación por este tema y acusaban de serviles, servilones o encadenados a quienes no apostaran por un individualismo radical. Hoy, 200 años después, así nos va. Ya casi no nos molestamos unos a otros, pero tampoco nos servimos.

No hay que profundizar demasiado para entrever que la raíz teológica en esta cuestión es la del “non serviam” luciferino. Nos han querido vender la idea de un mundo para millonetis, en el que nadie sirve a nadie pero donde todos somos servidos por un servicio invisible y eficaz como el de Downton Abbey. La realidad nos demuestra que esta promesa del liberalismo no es mas que un timo piramidal. Porque donde no hay servicio no hay vocación, ni profesión, ni profesores, ni profesos, ni siquiera profetas.

Volviendo a este valle de lágrimas… ¿Sabían que el principal problema de la hostelería es la falta de personal cualificado? ¿Sabían que en Irlanda se están cerrando casi mas pubs que iglesias? Y esto es solo un botón de muestra…

Servir tiene muy mala prensa. Y sin embargo, como decía en aquella escena magistral de “La vida es bella” de Roberto Begnini el sabio tío Eliseo: “servir es el arte supremo. Dios es el primer servidor”. Ojalá lo entendieran así esos jóvenes postmodernos que renuncian a la gloria de una buena vocación, de un oficio honrado, de un servicio útil a sus semejantes, por una paguita y una suscripción a matrix.

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