Cristóbal Romero Martell: el dramático fin de un tradicionalista
Cristóbal Romero Martell fue inmolado en una encrucijada histórica que anunciaba un enfrentamiento entre las dos España que produjo un millón de muertos, una guerra de tres años y la existencia de un partido único durante cuarenta años. El «Dragón Rápido», pilotado por el coronel Bebb, aterrizó el día 15 de julio de 1936 en el aeropuerto de Gador. El día 17 de julio de 1936, a las tres de la tarde, el coronel Solans y los tenientes coroneles Seguí, Gazapo y Bertomeu distribuyeron, en la ciudad de Melilla, las postreras instrucciones para iniciar el alzamiento programado por el brigadier Emilio Mola Vidal. El general Manuel Romerales Quintero, fue destituido y arrestado, por el coronel José Solans y por el teniente coronel Seguí. Cuando Santiago Casares Quiroga, jefe de Gobierno, llamó por teléfono al comandante militar de Melilla, el coronel Solans lo tranquilizó, con la célebre frase: «Aquí no pasa nada». El general Manuel Romerales Quintero fue pasado por las armas por negarse a entregar la Comandancia Militar.
Paralelamente, el teniente coronel Juan Yagüe Blanco, al frente de la VII Bandera de la Legión, se apoderó de la ciudad de Ceuta. En Tetuán, el coronel Eduardo Sáenz de Buruaga, dirigió la sublevación. Al llegar la noche, la ciudad entera, se encontraba bajo el mando de su Regimiento. Al amanecer del día 18 de julio de 1936, el aeródromo de Sania Renal quedó ocupado por los regulares del coronel Asencio y el comandante Lapuente Franco, que se negó a entregarlo, fue fusilado. ¡Melilla, Ceuta y Tetuán quedaron en poder del ejército!
Fue nombrado Alto Comisario de España en Marruecos el coronel Sáenz de Buruaga. ¡Había comenzado la Guerra Civil de 1936 a 1939 en el protectorado de Marruecos!
El día 12 de julio de 1936, en el instante en que el oficial de la Guardia de Asalto, José Castillo, caminaba por la calle Augusto Figueroa en dirección a la avenida Fuencarral, de Madrid, fue asesinado a tiros. Prestaba servicios en el Cuartel de Pontejos. Se dirigía, precisamente, para incorporarse al servicio. Parece que fue víctima de aquella dramática Ley del Talión que se estaba observando en el seno de la sociedad española, imponiéndose, con frialdad, realismo e indiferencia. Sus compañeros de armas exigían, con violencia, una represalia ejemplar que condujera a la derecha española a sentir miedo. Comenzaron a manejarse los nombres de José María Gil Robles y José Calvo Sotelo, como figuras de la derecha española contra las que perpetrar un magnicidio que generase un escándalo de dimensiones nacionales. En realidad, desde aquel momento, José Calvo Sotelo, cerebro del Bloque Nacional, y José María Gil Robles, como capitán de la Confederación Española de Derechas Autónomas, se encontraban al alcance de la bala mortal de un pistolero. Pronto el vehículo número 17 de la Guardia de Asalto del Cuartel de Pontejos, partió para cubrir un servicio. El vehículo era conducido por el guardia Orencio Bravo Cambronero. En el interior ocupaban asientos Victoriano Cuenca, pistolero que prestó servicios al presidente Machado, de Cuba; José María Hernández, guardia que perteneció a la escolta de la diputada Margarita Nelcken, y los números Amalio Martínez Cano, Enrique Robles Radica, Sergio García, Bienvenido Pérez Rojo, Ismael Bueno, Ricardo Cruz y Nicolás Castro Piñeiro. El vehículo se dirigió a la calle Velázquez número 88, donde tenía establecido su domicilio José Calvo Sotelo, jefe del Bloque Nacional. Consiguieron sacar a Calvo Sotelo de su domicilio. Las horas de la madrugada transcurrieron, con su pesada lentitud, sin que Calvo Sotelo regresara a su domicilio. Su esposa y sus hijas comenzaron a preocuparse. A las ocho de la mañana, en la Dirección General de Seguridad, se disponía de una información completa del asesinato de Calvo Sotelo. El ministro de Gobernación, Juan Mole, conocía la trágica realidad; José Calvo Sotelo había sido abandonado en la puerta del cementerio del Este. Se atribuyó el asesinato a Victoriano Cuenca.
El día 18 de julio de 1936, el movimiento iniciado en Marruecos tuvo su repercusión en la península. Estos hechos produjeron una conmoción en el seno del gobierno de Santiago Casares Quirogas. Aquel gabinete se sintió desbordado por el fluir de los acontecimientos. Ni el presidente de la II República Española, Manuel Azaña Díaz, ni el jefe de gobierno, Santiago Casares Quirogas, fueron capaces de interpretar la gravedad del momento histórico. Resultaron incapaces de comprender que se encontraban en una encrucijada histórica.
Si se pudiera encontrar una denominación al ciclo de la Utrera que se extendió desde los días 20 al 27 de julio de 1936, tal vez ninguna se le ajustara mejor que «El terror del 36». Fue una época de terror donde unos setecientos cincuenta anarquistas, procedentes en su mayoría de las obras del embalse de la Torre del Águila, sin otra autoridad que una escopeta y una canana repleta de cartuchos, derramaron la sangre de algunos hijos de Utrera y sembraron el pánico por sus calles y plazas. Se puede decir que fue una semana de terror y violencia que marcó una huela en la historia de la Utrera contemporánea. Comenzaron a funcionar las listas de hombres de derechas y de burgueses moderados de Utrera para ser extirpados de la sociedad.
El día 24 de julio de 1936, un comando anarquista, armado de escopetas y cananas repletas de cartuchos, se presentó en la calle Saltera, donde tenía su domicilio Cristóbal Romero Martell, miembro distinguido del Bloque Nacional. Desde hacía muchos años pertenecía a la Comunión Tradicionalista. Llevaba las oficinas de la Cámara Local Agraria con la colaboración, como secretario, de Francisco Rodríguez Ojeda, «Currito el Montañés». Su mejor amigo fue Antonio Torres Santiago, que fue asesinado, en Madrid, en la plaza del Ángel. Asistía a los mítines que pronunciaba, en la Utrera republicana, Rosa María Urraca Pastor, el Conde Rodezno, Ginés Martínez Rubio, Isabel Careaga, Domingo Tejera Quesada y Manuel Fal Conde. En 1932 sufrió privación de libertad, juntamente con Francisco Gutiérrez Delgado y Antonio de los Ríos Duque, por supuesta complicidad en la trama civil del golpe militar del general José Sanjurjo y Sacanell. Asistió al desfile de los cinco mil requetés en los llanos de «El Quintillo» encabezados por el comandante Enrique Barrau. Visitó al general Sanjurjo cuando cumplía condena en el Penal del Dueso. Fue padrino de boda del general Mola en sus segundas nupcias con Consuelo Gascón.
El día 22 de enero de 1936 se procedió, en Utrera, a un acto lleno de trascendencia; la fundación del Bloque Nacional. Su nacencia tuvo lugar en el bello patio, neoclásico, de la Casa Señorial de doña María Gallardo, que se encontraba ubicada en el número 31 de la calle Cánovas del Castillo. Se trasladaron, de Sevilla, los miembros de Renovación Nacional, Pedro Solís, el marqués de la Ribera del Tajo y José Pemartín. La Primera Junta de Gobierno de Utrera la formaron: Federico de la Cuadra, como presidente; Valentín Franco Arias, como vicepresidente; Cristóbal Romero Martell, como secretario; Rafael Carro Murube, Diego Vélez Calero, Miguel Agredano López, José Romero Santiago, Cipriano Crespo García de Vinuesa y Cristóbal Romero Santiago, como vocales. Frente al Bloque Nacional se encontraba el Frente Popular.
Aquel día se encontraban, en su domicilio de la calle Saltera, Cristóbal Romero Martell, Teresa Santiago y Calvo de la Banda, su esposa, que era sobrina del Marqués de Casa Ulloa, Ignacia, José y Cristóbal Romero Santiago, sus hijos, y Dolores Carrillo, prometida del primogénito. La pesada puerta de la calle se encontraba cerrada y asegurada con un cerrojo de hierro. Cuando los milicianos analizaron la pesada puerta comprendieron que era imposible arrollarse. Pensaron destruir la puerta con el auxilio de dos hachas de leñadores. A los pocos minutos estaban descargando violentos hachazos sobre las maderas de la puerta. A continuación abrieron el portón. Aquella masa de hombres, con escopetas y cananas repletas de cartuchos, se derramaron por las habitaciones buscando, sedientos de sangre, tres hombres que asesinar. En la planta baja no encontraron a nadie. El patio estaba solitario. Descubrieron una escalera que ofrecía acceso a la azotea. En violento tropel subieron la escalera. Allí encontraron a la familia de Romero Martell. Ignacio Romero Santiago se abrazó a su padre. Teresa Santiago Calvo de la Banda sufrió un ataque de nerviosismo. Aquellos milicianos se echaron las escopetas a la cara y con la mayor frialdad comenzaron a disparar. Dolores Carrillo, que se había abrazado a su prometido, se desplomó. Las escopetas bramaron. Vomitaron fuego y perdigones de plomo. Cristóbal Romero Martell y sus dos hijos quedaron muertos sobre un charco de sangre. Los gritos de dolor de aquellas mujeres se repitieron por todos los rincones de la calle Saltera.
A continuación expulsaron de su domicilio a Teresa Santiago Calvo de la Banda, a Ignacia Romero Santiago y a Dolores Carrillo. Inmediatamente procedieron a incendiar la casa. Sólo se apreciaba, desde el exterior, algunas paredes manchadas con el color negro que graba el fuego. La casa permaneció, algunos años, solitaria y deshabitada.
Éste es el drama violento de la muerte de Cristóbal Romero Martell y sus dos hijos, hombres que militaron en la Comunión Tradicionalista y que formaron en las filas del Bloque Nacional, que representó José Calvo Sotelo.
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