Por Miguel Ángel Pavón Biedma
Los que no somos expertos en legitimidad leemos atentos las interesantes disertaciones, razonamientos históricos, avatares que nunca hemos conocido en su total profundidad. Entendemos así, sencillamente que existe, o existía, o seguirá existiendo una monarquía en la que el Rey, verdadero juez, árbitro acaso, defensor del pueblo a veces, jefe de los ejércitos en otros momentos, era el artífice, el punto de unión de lo que fue un gran imperio que quizás siga existiendo aunque aparentemente fragmentado. Me atrevo a sugerir que el hispanismo, tantas veces olvidado, es motivo suficiente para seguir existiendo, para enarbolar banderas y también para recordar que la bandera con la Cruz de San Andrés sigue presente en la mente de muchos y hasta aparece en determinados momentos, en esta tesitura en la que junto a los denigradores de nuestra historia hay también un pequeño, pero cualificado grupo de intelectuales que en todas esas repúblicas reivindican verdades del pasado. El Hispanismo emerge como fuerza política alternativa a partidos fragmentarios, a nostálgicos de una u otra ideología. Basta estudiar la farsa del indigenismo para encontrar que, en su época, encontraron en la monarquía su mejor refugio, los mejores valedores y que los que hoy lo reivindican son los descendientes de los que trasgredieron normas y costumbres milenarias. Tampoco podemos olvidar que, carente de votantes, ausentes de las votaciones partitocráticas el Carlismo es dueño de una extensa red de fundaciones, antiguas bibliotecas, rincones olvidados que no vamos a recordar ahora pero que han marcado la historia de los países, el devenir de los tiempos. Tampoco hace falta recordar la importancia de pertenecer a un grupo político, una Comunión, que se basa en los principios éticos del cristianismo y, más concretamente en la doctrina social católica, de un control ético de la tecnología al servicio del hombre y no al contrario. Es el Rey el que tiene que aceptar y jurar todos esos valores y nunca al contrario. En el funeral carlista el cuerpo del monarca fallecido no “entra” hasta reconocerse un pobre mortal y es ese el resumen de lo que es un rey carlista, un pobre mortal al servicio de todos.