Por Javier Garisoain
Vuelven algunos a ponerse un poco nerviosos por culpa de frases entresacadas de un documento pontificio. La encíclica Fratelli Tutti, como cualquier otro documento papal, podría trocearse en miles de tuits y dar lugar a lecturas absolutamente contradictorias. Tengamos cuidado con esas lecturas sesgadas y con la manipulación constante a la que se somete cualquier texto eclesial. Es importante leer estas cosas en su conjunto, entender quién es el destinatario de cada mensaje y saber darse por aludido sólo cuando corresponda.
En cualquier caso -y esto sirve para cualquier polémica de las que suelen acompañar cada vez más a los Papas en estos tiempos- diga lo que diga o haga lo que haga el Obispo de Roma recuerden que la palabra “Papa” significa padre y que no está bien alborotarse o mucho menos menospreciar o ridiculizar sus enseñanzas. En ningún caso. Como dice el Libro del Eclesiastés 3, 2-6: “aunque chochee”. ¿Que oímos o leemos algo que no nos cuadra? No pasa nada, vayamos al Magisterio, acudamos a la Tradición perenne y no nos equivocaremos.
En el punto 285 de su reciente encíclica, el Papa se refiere a cierta declaración compartida con un importante clérigo musulmán. En ese párrafo afirma: “En efecto, Dios, el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente”. Yo, desde luego, como cristiano, español y carlista no me siendo aludido por esta advertencia, y pienso sin embargo que sí resulta un aviso muy oportuno dirigido al islamismo radical.
Nosotros, los carlistas, a pesar de nuestros himnos y de nuestros lemas, no luchamos “por Dios” en sentido literal. Eso es lo que quiso hacer el bueno de San Pedro cuando sacó la espada en Getsemaní y el mismo Jesús se lo impidió recordándole que, si lo hubiera querido, habría tenido legiones de ángeles a su servicio. Nuestra lucha es más bien como la de los santos Macabeos: es una lucha por la Religión, por la civilización cristiana, por nuestra Tradición. Si se puede decir que salimos “en defensa de Dios” es en tanto que lo hacemos en defensa de nuestros hermanos, de los pobres y de los débiles recordando aquello de “… a Mí me lo hicísteis”. Salvando errores y pecados que no hay por qué ocultar, podríamos afirmar que los españoles defensores de la España tradicional, siempre que hemos tomado las armas lo hemos hecho con espíritu defensivo, para luchar contra el invasor o contra el usurpador; nada que ver por tanto con la yihad de los musulmanes o con las guerras imperialistas de las ideologías o de los tiranos.
Nos hierve la sangre estos días viendo las imágenes de templos en llamas que nos llegan desde Chile. La excusa de una protesta política contra el gobierno, el recurso a señalar estos hechos como casos aislados, obra de exaltados, no pueden ocultar que el objetivo último de las ideologías hegemónicas es acabar con la Civilización cristiana, el último bastión que impide la destrucción de la naturaleza del hombre. No es la primera vez que la Revolución descubre su lado satánico con la quema de iglesias. Ni será la última. Todo parece indicar que llegan tiempos recios para los que tendremos que prepararnos en cuerpo y alma. Defendiendo los templos, y a la vez cuidando el espíritu para que no se nos contagie la espiral del odio.