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Elogio de la austeridad y de la vida interior

Por Javier Navascués.-

Pasadas las fiestas navideñas, que suelen ser un gran derroche de consumo conspicuo y en donde se tiende a gastar más de la cuenta, viene inmisericorde la llamada cuesta de enero, en donde acusamos los excesos superfluos que se dilapidan en Navidad. También a veces se sufren los excesos gastronómicos y etílicos y una profunda acidez de estómago y mal humor. En definitiva, si no se han vivido cristianamente dejan un gran vacío y un abismo de tristeza.

Las navidades cada vez son más descafeinadas en nuestras ciudades secularizadas, sin villancicos, con cabalgatas dirigidas por ayuntamientos laicos, sin alma. Solo buscando verdaderos refugios espirituales se puede vivir el misterio navideño, pues nada en las calles invita a recogerse. Masificación entre ruidos estridentes y espejismos de neón, que secan el alma y hielan el ánimo.

Hoy en día que todo el mundo se queja de la subida de la luz, de la gasolina, de los propios alimentos… quería reflexionar sobre la importancia de acostumbrarse en general a llevar una vida austera y sobria, como el Niño que ha nacido en Belén. Esto no quiere decir que no se pueda hacer alguna excepción en algún momento especial, siempre y cuando no nos apeguemos a ello, pues es frecuente en los momentos de tristeza darse un capricho, buscando una consolación, aunque eso es paliar el síntoma sin ahondar en la causa.

A veces creemos que el mucho gastar nos va a dar una sensación placentera, incluso algo parecido a la felicidad, cuando en realidad es vana ilusión. No solo no nos llena, sino que nos deja una sensación de insatisfacción y con frecuencia de remordimiento por haber gastado más de la cuenta. En el fondo lo que nos duele es no haber tenido auto dominio y el gasto nos ha dominado a nosotros y no al revés en el frenesí del consumismo.

Por eso es bueno en la medida que se pueda, tener hábitos de vida austeros y virtuosos durante todo el año y pensar hasta que punto determinados lujos son necesarios o nos van a aportar algo. Hay gente que si no gasta no sabe que hacer, ha perdido el gusto de dar un paseo, ir a una biblioteca o a una capilla y rezar en silencio. Necesita constantes estímulos para los sentidos, vive en lo exterior y cada vez encuentra más vaciedad en las cosas.

Una buena comida, puede estar muy bien de vez en cuando, pero acompañada de una buena compañía y una buena conversación. Celebrar la amistad es en sí lo que importa, la comida en sí es un envoltorio que lo puede hacer más agradable, pero que en el fondo no es nada.

Da mucha paz tener hábitos austeros y sencillos, aprendiendo a valorar las pequeñas cosas cotidianas y buscando el gozo en lo interior, en lo que es invisible a los sentidos, como dijo el zorro al principito en la inmortal obra de Saint-Exupéry.

Me despido con unos admirables versos del poema Elogio de la vida sencilla de José María Pemán, que compendia bellamente las ideas que he expresado.

Conciencia tranquila y sana
es el tesoro que quiero;
nada pido y nada espero
para el día de mañana.

Y así, si me da ese día
algo, aunque poco quizás,
siempre me parece más
de lo que yo le pedía.

Ni voy de la gloria en pos,
ni torpe ambición me afana,
y al nacer cada mañana
tan sólo le pido a Dios

casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer
y un Cristo para rezar;

que el que se esfuerza y se agita
nada encuentra que le llene,
y el que menos necesita
tiene más que el que más tiene.

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