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30 de diciembre de 2024 0

Escudo y nombre del Reino de Valencia

 

Introducción

El Reino de Valencia es una de las Españas peninsulares o europeas, parte constitutiva de la Hispanidad desde su constitución jurídica hace casi ocho siglos. Tiene muchas características sociales, culturales y consuetudinarias compartidas con las otras Españas, y también algunas particulares.

Entre estas podemos citar el del nombre y estatus de su lengua propia (que no única), su nomenclatura oficial, la llamada “vertebración” del mismo (en el caso valenciano, la división provincial es manifiestamente ahistórica), su bandera (a la Real Señera coronada y su simbolismo dediqué previamente este artículo), y su escudo de armas, asunto al que propongo dedicar las próximas líneas.

El escudo de armas del Regne es un caso único entre todos los españoles, ya que a diferencia de ellos (excepto el de Andalucía), no representa un escudo militar con más o menos soportes o timbres, sino que de hecho representa básicamente una cimera, en la que el escudo propiamente dicho parece un colgante inferior.

La confusión aumenta porque, según la Ley del actual gobierno autonómico (Ley 8/1984 de 4 de diciembre), ese escudo es el “emblema de la Generalitat Valenciana, constituido con la heráldica del Rey Pedro el ceremonioso, representativa del histórico Reino de Valencia”, mezclando en un símbolo tres conceptos distintos, que parecen identificarse o superponerse.

 

El actual escudo de la mal llamada Generalitat

Comencemos describiendo el escudo, como aparece en la imagen que reproduzco más abajo: una cimera bajo medieval, cerrada, coronada y con una figura de un dragón rampante en lo alto. Se trata de una representación del yelmo de combate del monarca de la corona de Aragón (la tradición dice que el dragón proviene del casco del propio rey don Jaime I, conquistador de Mallorca y Valencia, y el más prominente miembro de la familia). Añade en la parte posterior un mantelete o capucha en azul marino, que lleva bordado en lo alto una cruz patada en plata, apuntada en su brazo inferior (sobre vástago), atribuida infundadamente a Íñigo Arista, primer rey de Pamplona a principios del siglo IX, y antepasado remoto de la casa de Aragón. En realidad, no es hasta el reinado de Sancho Ramírez, segundo rey de Aragón (1063-1094), que este símbolo aparece en algunas monedas (y ni siquiera está claro qué representaba en ese momento).

Por debajo de la cimera aparece, torcido hacia la izquierda, el conocido escudo de armas de la casa real de Aragón, con los cuatro palos o bastones de gules verticales sobre fondo de oro.

Todo este escudo fue diseñado y escogido como sello personal por el rey Pedro IV el Ceremonioso de Aragón (1344-1387), que recibió este título precisamente por su interés en reglamentar los usos y símbolos de la corte aragonesa. Fue él quien decretó que los palos del escudo familiar fuesen cuatro, pues hasta entonces se habían representado en número dispar (desde solo dos hasta diez). También fue él el que dio por buena la cruz patada como un símbolo real de su antepasado Sancho Ramírez.

En otras palabras, ese símbolo es el sello personal de un monarca. Ni siquiera es el sello de un linaje, pues cada rey elaboraba el suyo.

El “Consejo del País Valenciano” excusó la elección de este símbolo en 1978 afirmando que “es el símbolo representativo del Reino de Valencia más antiguo que se conoce”, a propósito de su presencia documentada en la puerta de la Xerea de la propia ciudad de Valencia. Como hemos visto, ese escudo únicamente representaba al cuarto rey Pedro, acaso porque durante su reinado se reconstruyó o amplió dicha puerta (la más oriental de la muralla árabe de la ciudad). Por tanto, si el símbolo era privativo de un monarca concreto (además, ni el fundador, ni su única posesión soberana), mal podía ser representativo de todo un reino.

Pero además, como hemos visto, la ley valenciana especifica que ese sello real se refiere actualmente a la Generalitat valenciana, es decir, al gobierno autonómico. Pasaremos ahora por alto la aberración histórica de haber dado el respetable nombre de la Diputación del General de las Cortes tradicionales valencianas a un gobiernito liberal autonómico, y nos centraremos en que la propia ley confunde territorio y comunidad humana históricas con gobierno autonómico, como ya confundió antes gobierno autonómico con sello real.

 

El nombre sí importa

Así pues, si el actual “escudo de armas de la Comunitat Valenciana” ni es escudo sino sello, ni es de la Comunidad sino de su gobierno (ni este tiene continuidad o identificación alguna con el monarca que creó ese sello); si, en suma, ese escudo es en sí mismo un error, ¿cuál debería ser el escudo de armas “auténtico” del Reino de Valencia?

Debemos retroceder de nuevo a un concepto que ya he descrito, el del nombre del territorio histórico al que aludimos, que también supone, en parte, una excepción.

En efecto, todos los reinos cristianos del norte de la península durante las primeras fases de la reconquista (con la excepción del reino de León, y parcialmente del de Portugal) se nombraron desde motivos diversos, pero nunca en relación con su capital: Galicia, Navarra, Asturias, Castilla, Vizcaya, Álava, Aragón o Cataluña son nombres comunes o “genéricos” para todos los habitantes del territorio, y no solo para el de los capitalinos. Esa norma comienza a quebrarse en 1086 con la conquista cristiana de Toledo, la capital de la llamada “Marca Media” (al Tagr al Awsat) del califato cordobés (por entonces ya un taifa independiente), con cuyo territorio conquistado en los siglos posteriores se creó en la submeseta sur un reino cristiano nominalmente llamado de Toledo, aunque de nula autonomía, por cuanto se incorporó plenamente a Castilla.

En la gran oleada conquistadora del siglo XIII, los monarcas van a continuar nombrando a los reinos reconquistados como la taifa que les da origen (aunque no corresponda el territorio con exactitud): dentro de la Corona de Castilla por Fernando III el Santo serán los de Sevilla, Córdoba, Jaén y Murcia, todos ellos nombrados por la capital y ciudad principal durante la dominación islámica. En la fachada oriental, Jaime I el Conquistador mantendrá esa costumbre, nombrando al reino de Mallorca por su capital (que entonces tenía el nombre de Madinat Mayurqa o Ciutat de Majorca en romance) e igualmente al de Valencia por su ciudad más importante (en este caso, incluía territorios que no estaban en ese momento bajo el gobierno del emir taifa de Valencia).

De hecho, esa toponimia se mantuvo también en el reino de Granada hasta su reconquista.

Admitamos que dar el nombre de una región o territorio amplio por el de su ciudad principal o capital, por muy preponderante que sea, resulta incómodo y hasta ajeno para todos aquellos habitantes que viven lejos de dicha urbe (que se lo digan a los movimientos leonesistas, que encuentran el frontal rechazo de los habitantes de las “provincias” de Zamora y Salamanca). Siempre es mucho mejor buscar nombres, como se dice ahora, “inclusivos”. Al sur de Sierra Morena se resolvió el asunto uniendo a los reinos del Guadalquivir con el término “Reynos del Andaluzia” (reduciendo, por cierto, el concepto de Al Andalus, que incluye a toda la península ibérica en el árabe original, a su parte más meridional, y no necesariamente la más arabizada), que en tiempos modernos incluyó al ya cristiano reino de Granada. En Mallorca optaron por cambiar el nombre de la capital, recuperando el romano “Palma”, y dejando Mallorca para el de la isla, como era en origen.

 

Buscando una nomenclatura común

Así, únicamente Valencia y Murcia, junto a León, quedan como reinos históricos con “nombre de capital”, lo cual es harto inconveniente, pero inevitable, salvo que uno quiera manipular la historia. En tiempos de Roma y los visigodos no tuvo esta tierra un nombre particular, repartido entre las provincias de Tarraconense y Cartaginense. Durante el emirato de Al Andalus una parte del actual Regne (provincia actual de Valencia y norte de Alicante, pero incluyendo también territorio del actual Teruel) recibió el nombre de Amur Bathr, pero estuvo vigente unas pocas décadas, y no arraigó. A partir del califato de Córdoba este territorio estuvo incluido en un término muy vago e impreciso denominado Al-Xarq, el Oriente o Levante, que abarcaba toda la parte oriental de la península que no perteneciese a la Marca Superior con capital en Zaragoza. Lo cierto es que desde la primera división taifal, a mediados del siglo XI, la región recibió el nombre de taifa de Balansiya (Valencia en árabe), aunque en ese turbulento periodo, su territorio varió, y partes del actual Regne pertenecieron a la taifa de Zaragoza, a la de Tortosa, a la de Denia o a la de Murcia.

Resulta difícil pues “inventarse” un nuevo nombre mínimamente histórico para el Reino de Valencia, cuya nomenclatura se remonta, si contamos las taifas, casi mil años. Añadamos, para empeorar las cosas, que el primer (y muy frecuentemente usado en los siglos siguientes) nombre oficial del reino cristiano fue “ciutat e Regne de Valencia”, es decir, que el propio rey don Jaime el Conquistador, reconociendo la importancia y peso que la ciudad tenía dentro de todo el territorio, la dotó de un ascendiente legal y social sobre todo el reino que ha perdurado hasta nuestros días. Eso sin contar con que los fueros o leyes propios de Valencia fueron el modelo para el resto de ciudades reales del reino y, a la postre y con unas pocas modificaciones, los del propio Regne (y son los fueros y leyes propios la principal argamasa histórica para el “ser” valenciano, y no lengua, etnia o geografía). De hecho, el título tradicional de la capital es cap i casal, que se podría traducir como “cabeza y sede” del Reino.

Ha habido diversos intentos de aliviar esa referencia omnipresente, principalmente modificando el nombre de la capital, como “Ciudad de Valencia” o Valencia-ciudad (incluso de forma oficial), con poco éxito. Posiblemente, una forma coloquial tradicional sería una buena solución: la de llamar Regne a secas al Regne de Valéncia en el lenguaje cotidiano. Ni Aragón ni Cataluña emplearían ese acortamiento (Aragón emplea el término “reino” tanto en castellano como en aragonés, y Cataluña es un principado). Sí la podría emplear Mallorca (oficialmente “Regne de Majorca”), pero al no sufrir el problema que sí tiene Valencia, no se ve precisado a usar ese apodo, y por tanto no se prestaría a confusión. Solución similar acontecía en el antiguo Reino de Nápoles, el cual era llamado por el vulgo Regno a secas, para no molestar a los habitantes de Calabria, Apulia y otras partes alejadas de la Campania napolitana.

Ese peso político, demográfico y económico de la capital, en la práctica, se extiende forma natural a un territorio poco más grande que el de la provincia homónima. A partir de la comarca de la Plana hacia el norte, o de las montañas de la serranía Prebética hacia el sur, la influencia y atracción naturales de Valencia ciudad se atenúan progresivamente hasta desdibujarse. Ahí la desafección hacia la ciudad, y cuanto le represente, se incrementa en igual medida. Añadamos que, sin ser un territorio muy grande- el Reino mide unos trescientos sesenta kilómetros en su borde más largo, el costero- está atravesado por la cordillera Prebética entre sus dos tercios septentrionales y el meridional, que pertenece a un entorno geográfico y climático distinto, más seco y caluroso. Sin alcanzar alturas excesivamente notables, este accidente geográfico divide a los valencianos de uno y otro lado, generando cierta separación humana, y poniendo en contacto más cercano a los valencianos del sur con Murcia que con el resto del Regne. Diferencia que se complementa con el hecho histórico de que esas tierras se incorporaron al Reino en 1296, más tarde que el núcleo principal, gracias a la intervención del rey Jaime II de Aragón en las querellas dinásticas castellanas, procedentes, precisamente, del Reino cristiano de Murcia. La rectificación de fronteras fue sancionada en la sentencia arbitral de Torrellas de 1304.

Así pues, si además de la capitalidad, el nombre y las leyes tradicionales, resulta que el escudo de Valencia es más o menos el mismo que el del Reino, el centralismo puede resultar ciertamente agobiante para el resto de valencianos.

 

El escudo de armas de la ciudad de Valencia

Hagamos un breve repaso a la historia del escudo de armas de la ciudad de Valencia para entrar en materia con propiedad.

Me anticiparé diciendo que el escudo de la capital y el del Reino no son en realidad tan iguales, y sus semejanzas tienen mucho en común con otros súbditos del monarca aragonés, más que propiamente con el cap i casal.

Desde la conquista por don Jaime I (año 1238), la ciudad empleó un escudo cuadrado en la parte superior y apuntado en la inferior, como era uso en la época, alternativamente con una ciudad de plata sobre ondas del mismo color en fondo de azur, o el señal real de Aragón, esto es, los bastones gules sobre fondo de oro.

Este último, que simplemente señalaba a quién pertenecía el señorío de la plaza, se fue haciendo preponderante. A partir del reinado del mismo Pedro IV el Ceremonioso al que ya hemos aludido, y por real orden del año 1377, le fue concedido a la ciudad el derecho a usar el blasón en forma de rombo o cairó (signo de que era ciudad real o libre, no sujeta a feudo) y ostentar por encima la corona real, que en Aragón era abierta, como se ve en este escudo de armas.

Este honor le fue concedido a la ciudad por la fidelidad mostrada al monarca en la llamada “guerra de los dos Pedros”, sostenida contra Castilla, en la que la ciudad soportó eficazmente dos asedios del ejército castellano, motivo por el que apellidó a Valencia como “la dos veces leal”.

Digamos, no obstante, que esa condición de “ciudad real”, con la correspondiente heráldica, la obtuvieron posteriormente muchas otras ciudades del Regne, particularmente las más importantes: Sagunto, Morella, Villarreal, Alzira, Játiva, Cullera, Castellón, Alicante, Alcoy… y la ostentan en sus escudos de armas hasta la actualidad. Es decir, es un modelo “básico” de ciudad real valenciana.

Ese es un buen punto para señalar que el escudo de armas del Reino en realidad deriva no meramente del de su capital, sino del de muchas de sus grandes ciudades, casi todas las importantes.

En el caso de la ciudad de Valencia, en los siglos posteriores se le añadieron un murciélago, relacionado con diversas leyendas, pero probablemente una representación esquemática- y por ello malinterpretada- del yelmo de Pedro IV; las dos letras “L” coronadas a cada lado del escudo, en recuerdo de las antedichas “dos veces leal”; y finalmente, tras la guerra contra Napoleón, dos coronas de laurel que representan la resistencia de la ciudad al sitio del general francés Moncey, otorgadas por el rey Fernando VII de Borbón.

La actual Reial Senyera Coronada, que como dije en el artículo a propósito de la misma, no es sino la plasmación vexilológica del escudo de la ciudad (y así es también bandera oficial de la misma), adolece de todos los aditamentos agregados posteriormente al escudo del cap i casal, y de hecho representa, como dije antes, al modelo básico de los escudos de todas las grandes ciudades del reino.

De hecho, durante la existencia como ente jurídicamente autónomo del reino de Valencia, ese escudo no varió. Y dado que el escudo de armas de un reino, al no ser una ciudad, no puede ser romboidal, nos quedaría que el escudo genuino del Reino de Valencia… es igual que el de la monarquía aragonesa, que hemos visto un poco más arriba.

Quizá por eso se entiende el follón que supone elaborar el escudo de armas del Regne. Se añade a este lío el hecho de que la actual Comunidad autónoma de Cataluña decidió, antes que la valenciana, mantener para sí tanto el escudo como la bandera propias de la enseña real de la Corona de Aragón, vedando su uso para el resto de antiguos territorios de aquel soberano, en aras a evitar equívocos. Para ser exactos, Cataluña ha mudado la corona abierta del soberano de Aragón, por la cerrada de la monarquía hispánica, remontando esa reclamación al breve periodo en que, abandonada por el archiduque Carlos, sostuvo la reivindicación de la genuina representación de la corona española frente a Felipe V de Borbón, a quien la Generalitat catalana consideró un usurpador hasta el final.

No obstante, si de evitar confusiones se trata, bien podemos invertir el camino desde el escudo del Reino hacia la real Señera en sentido contrario, y “cuartelar” la corona aragonesa para incluirla en el escudo de un modo que le diferencie claramente, no sólo del escudo catalán, sino del de otros reinos y territorios que antaño pertenecieron a los soberanos aragoneses.

Con perdón de los artistas del ramo, probablemente un escudo de armas del Reino de Valencia debería parecerse a algo así, más o menos.

O quizá así.

Por cierto que circula por la red un diseño de escudo de armas que pretende sustituir al actual, partido, con el señal real de Aragón en el cuartel izquierdo y la ciudad de plata sobre ondas en fondo azur en el derecho. Se trata de un pastiche moderno, jamás empleado históricamente y que, de hecho, es más centralista que la Real Senyera, ya que como dije, esta en realidad representa a todas las ciudades reales del Regne, mientras que la obsoletísima ciudad de plata sobre azur fue exclusiva de la capital.

Sea cual fuere el diseño, sería muy interesante dotar a nuestro Reino de una divisa coherente, específica (no confundida con la de su gobierno autónomo) y respetuosa con la historia. En el camino de la famosa “vertebración” del Regne, sería probablemente un paso hacia adelante.

 

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