(Por Javier Garisoain) –
Hay quien afirma que los pueblos, como los hombres, son también criaturas de Dios, que tienen su propio ángel, y que están también llamados a la salvación y, por qué no, a la muerte y a la resurrección. Es una tesis atrevida que se puede defender siempre que no se caiga en el nacionalismo y siempre que no se olvide que la salvación es personal como recuerdan los versos populares: “pues al final de la jornada aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”. En cualquier caso los pueblos y las naciones son compañía imprescindible para ordenar nuestra dimensión comunitaria pues, como suele decir el papa: “nadie se salva solo”.
Dicen los Evangelios que el día de la resurrección el ángel envió este mensaje a los discípulos: “id a Galilea”. Esto siempre se ha interpretado como un llamamiento a volver a los orígenes -y ¿por qué no?- a las fuentes primeras de la tradición. Nuestra historia como pueblo tiene muchos hitos: las modernas cruzadas contra la Revolución, la expansión de la Hispanidad, la Reconquista, los concilios de Toledo… Pero antes de todo eso está la historia de Santiago apóstol en Zaragoza. El Pilar, junto al Ebro, es nuestra Galilea hispana. En estos momentos oscuros, cuando todo parece humanamente perdido ante el empuje imparable de las ideologías, cuando España se desangra espiritual, social y demográficamente, volvamos a nuestra Galilea. Volvamos juntos en unión, renovando los ánimos y la moral de victoria. Tengamos confianza. España es mucho España. Las Españas son también resucitables.
¡Felices Pascuas!