Et erunt in carnem unam IV
(Por Castúo de Adaja)
A la hora de explicar el surgimiento del matrimonio, acudo en esta ocasión a una metáfora que ha tiempo descubrí en mi sentir, vivir y en mi caminar. Pareciera, pues, que pretendo escapar ahora de los proverbios y la sabiduría de los santos, mas hete aquí que es reflejo de lo aprendido de ellos. De esta manera, la relación del noviazgo la comparo yo con la construcción de una catedral medieval.
Comienza este sagrado y fructífero empeño con la selección del lugar donde se establecerá la piedra fundacional. Este proceso es similar al joven que busca a la doncella. Tal y como Cristo explicó en la parábola de quien erige su hogar sobre piedra[1], el lugar de edificación dispone el futuro del mismo. Así, el vir ha de hallar lugar que sea el emplazamiento más propicio para su fin; y aquí ha de entenderse que cada edificación precisa de un lugar diferente. No es a una localidad de 1.000 habitantes lo mismo que a un burgo de 10.000, si se quiere poner el ejemplo. Así, cada varón ha de encontrar su localización-doncella según lo que le es conveniente a él mismo – o al revés, en caso de que se opte por tomar de ejemplo a una doncella que busca un buen varón. Los ríos son fuente de vida, y las estepas lugares llanos; las mujeres que portan la virtud de la castidad desprenden jovialidad y ungüento a la vista y sentido del varón. Una vez localizado el lugar, se procede a colocar la piedra fundante, que no es otra cosa que el acto por el que el varón solicita la confianza de la doncella para comenzar a entregarse. La piedra debe estar bien colocada, midiéndose con armonía según las proporciones que se tengan en mente; las palabras del varón han de estar bien escogidas y dispuestas en tiempo oportuno: si el día es lluvioso, la piedra resbalará; si el varón no escoge el día oportuno, sus palabras, aunque sinceras, pueden ser derramadas en el triste charco del fracaso. En todo caso, antes de cualquier acción – de ahora en adelante – es preciso conocer bien a la doncella, saberse dotado de intelecto y proceder por medio de la oración.
Una vez fundada la base, comienza el período de discernimiento. El tiempo de noviazgo es el de conocer las virtudes y defectos de uno y otro, de la misma manera que se han de conocer los materiales y las herramientas. Con delicados cinceles, los artesanos tallan cada roca para que ocupe su lugar oportuno; se levantan los andamios y se contrata el jornal. De la misma manera, el varón debe orar y saber escoger sabiamente sus acciones, pues este proyecto no es otro que el destinado a dar mayor gloria a Dios, y como símil puede compararse el jornal contratado para la construcción con la escasez de obreros para la mucha mies que destaca Cristo[2]. Durante la construcción, habrá momentos en que el proyecto varíe: bien sea por cambios programados o por circunstancias que el Señor Todopoderoso imponga. En nada han de temer los novios: si un muro se cae, se vuelve a levantar; si se derrumba un dintel, se colocan contrafuertes. Lo vital y lo importante es ser constantes. Muchas construcciones hoy en día son abandonadas en cuanto aparecen las primeras grietas, y el solar queda infértil y ocupado; marchitan en él los lirios del campo que estaban llamados a crecer sin fatigarse ni tejer[3]. Poco a poco, la estructura se va levantando: donde antes había la nada, comienzan a divisarse capiteles; donde pradera, ahora torres y cimbras fuertes.
El trabajo no lo realiza un único obrero, sino que la empresa es llevada a cabo como si de un organismo vivo se tratara. Así ha de ser la construcción del matrimonio: a dos manos; donde se halla la oración conjunta, ahí se encuentra la tercera y decisiva mano que supondrá el culmen fructífero de la imprescindible obra. No obstante, el objeto no es levantar un edificio como quien construye un establo, pues hasta un mísero pesebre fue trono del Rey de reyes en su momento. No puede concluirse la obra hasta que ésta es consagrada al culto, que es semejante al acto del matrimonio. Si se celebrara culto antes de la consagración, se correría el riesgo de paralizar los trabajos, de disminuir los objetivos a una burda imitación de lo que debió ser. No obstante, la culminación la determina la Santa Iglesia, en el momento en que los novios se desposan dejándose llevar por la mano de Dios Todopoderoso. Y, aun acabada la estructura, no puede entenderse ésta por finalizada, pues lo mismo ocurre con el matrimonio: éste se cuida, se limpia, se mantiene… Y de la misma manera que nuevas capillas y ornamentos son añadidos con el paso del tiempo, así se mantiene la fecundidad del matrimonio: siendo apóstoles de Cristo mediante la obra, el testimonio y la prole.
¡Oh, tan bellas son las construcciones fuertes! En ello ha de entenderse el rol de la mujer. Quien fuera preservada de todo pecado se convirtió en el sancta sanctorum del varón, pues portó en su vientre al Hijo de Dios, convirtiéndose en sagrario vivo. En época de Nehemías se solicitó a las autoridades permiso para la reconstrucción del templo, mas Cristo vino a rasgar el velo con su santa y dulce muerte. De la misma manera, obró con las mujeres que le seguían, haciéndoles partícipe de su acción inmortal. La mujer es tesoro en el hogar, pues mantiene encendida la llama que aporta vida. Si esta se apagare, ¿qué luz alumbraría las tinieblas de la noche? No obstante, las noches pasaron y el día se acercó, siendo la mujer artífice de que el arón camine de día honestamente, como solicita San Pablo en su epístola a los Romanos[4]. A fin de cuentas, ¿no es acaso el hombre lo que la mujer hace? Como madre, hija y sierva, teje la vida de sus hijos como vela por la de su marido y esposo, pues “las señoras cristianas, las matronas y jóvenes católicas, es necesario que lo comprendan, ellas tienen entre sus manos nuestros destinos morales”[5].
Notas
[1] Cf. Mt. 7,21-29.
[2] Cf. Mt. 9,37: “ Messis quidem multa, operarii autem pauci“.
[3] Cf. Mt. 6,28.
[4] Rm. 13,12-13: “Nox processit, dies autem appropiavit. Abiciamus ergo opera tenebrarum et induamur arma lucis. Sicut in die honeste ambulemus” – “La noche pasó y el día se acercó. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas vistámonos las armas de la luz. Caminemos, como el día, honestamente”.
[5] Bianchetti, L. (1890). La mujer católica. Hija, esposa y madre. Montevideo.