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Historia del racismo

(Por Javier Garisoain) –

Los anglosajones y las culturas norteñas en las que nació el racismo contemporáneo se asombran cuando se dan cuenta de que otros muchos pueblos, los mediterráneos de forma distinguida, nunca hemos menospreciado a la gente por el color de su piel. El Islam, por ejemplo, nunca dio la menor importancia a cuestiones raciales. Cuando aniquiló a otros pueblos fue por no someterse y punto. Los romanos lo mismo, esclavizaron a los débiles y a los vencidos, no según criterios étnicos.

En realidad, tomando un poco de perspectiva, es fácil ver que el racismo es un fenómeno muy limitado en el tiempo y que su origen se encuentra principalmente en la soberbia racionalista y cientifista del Occidente ilustrado y masónico. El racionalismo solo cree lo que ve, sólo acepta lo que entiende. Si sólo existe la materia entonces el hombre es un puro animal y, como tal, objeto de clasificación. Así, de la misma forma que hay vacas superiores, tendría que haber razas humanas más perfectas. Pero el racista puede aún empeorar las cosas cuando se le ocurre trasladar el concepto bíblico de pueblo elegido y empieza a pensar que los rostros-pálidos son la raza superior. La más higiénica, la más culta y la mejor vestida.

Es muy curioso ver cómo una especie de mala conciencia heredada mantiene ahora en guardia contra cualquier brote racista a los hijos de aquellos que inventaron el racismo. Ahora estamos en una fase de arrepentimiento y vergüenza de los ilustrados racistas. Se han dado cuenta de la ridiculez e injusticia de sus tesis y bandean en la dirección contraria. Como para compensar. No se dan cuenta de que el antirracismo es igual de ideológico que el racismo. En realidad el antirracismo no es lo que dice ser. No ataca las causas del racismo sino que es otra especie de racismo que rechaza todo lo que no sea mestizo o mezcolanza multicultural. Las razas existen, como las estaturas o las gorduras. No se trata de negarlas sino de ponerlas en su lugar, entendiendo que ni la piel, ni la grasa, ni la longitud del fémur… ni la lengua… hacen a nadie mejor.

Por tanto los hijos de los racistas, en vez de pasarse a una ideología antirracista ridículamente revanchista harían bien en estudiar de dónde vino el racismo de sus abuelos y en renegar de las causas que lo forjaron: el racionalismo y el naturalismo.

Acuérdense de todo esto la próxima vez que un poli gringo se ponga nervioso y salgan entonces a la calle los zombies del black lives matter a liarla.

¡Hijos de la Gran Bretaña! dejen sus prejuicios enfermizos. Si aquí, en España, miramos con recelo al moro no es por la piel que tengan sino porque algo sabemos de la historia. El racismo, cuando ha entrado en el ámbito hispano o en cualquier país católico ha sido por contaminación del racionalismo liberal y por obsesiones cientifistas como las derivadas del darwinismo. El racismo -y el consiguiente antirracismo- en los viejos pueblos católicos es como el jalogüin, una adherencia que nos ha infectado muy recientemente a través de Hollywood y su bazofia audiovisual. Dejen de pasarnos sus locuras. Ni nos interesaba entonces su racismo, ni necesitamos ahora su antirracismo. Cuando más indios mataron los españoles fue, de niños, en el siglo XX, jugando a indios y vaqueros por culpa del supremacismo que enseñaban desde su cine. No nos transmitan ahora su mala conciencia con ridiculeces como la de contemplar cuotas raciales -hada madrina morenita, o elfa negra- en sus teleseries. Pasen página, y dejen a cada persona y a cada pueblo que sean lo que son.

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