Ello nos lo contaba en los momentos en que el carlismo empezaba a recomponerse tras mil crisis y divisiones. Eran los tiempos en los que se empezaba a forjar la actual Comunión Tradicionalista Carlista. Él quiso con su ejemplo, y desde todos los cargos de responsabilidad política que en aquél tiempo ocupaba, predicar el perdón y la reconciliación entre carlistas. También predicó con el ejemplo la entrega y dedicación absoluta a la Causa carlista hasta que su cuerpo, que no su voluntad, lo impidió. De él aprendimos carlismo, de ese carlismo que sólo se transmite con amor y se dirige de corazón al corazón.
Si algo mantuvo siempre por encima del carlismo fue sólo Dios. Podríamos hablar de muchas de sus virtudes, pero seguro que él no querría un panegírico de este estilo. Pero no podemos menos que resaltar su entrega vital a la Adoración Nocturna Española. Promotor incansable de la devoción y adoración al Santísimo Sacramento, este Amor fue el que movió toda su vida y sus ideales políticos. Durante casi 70 años fue un adorador nocturno ejemplar alcanzando casi 900 vigilias y contribuyó a su consolidación desde el Consejo Nacional de la Adoración Nocturna.
Pedimos a Dios por su alma. Un alma sencilla y humilde que al presentarse ante Nuestro Señor, resplandecerá precisamente por su humildad y caridad, para con sus familiares, correligionarios e incluso sus enemigos. Porque él, como nadie, supo cumplir con los preceptos evangélicos y con el deber de amor a la Patria y la Tradición.
Que desde el Cielo, con su boina roja que siempre llevó con la más alta honra y dignidad, interceda por nosotros estos pobres carlistas y nuestra España y la Santa Causa de Dios, Patria y Rey.