¿Somos extremistas por pensar así? Todos sabemos que, como dice cierta ministra siempre habrá alguien de extrema, extrema, extrema… normalidad. Y esos somos los que nos negamos a pasar por el aro anticatólico y antiespañol que nos proponen.
¿Pero no sería mejor, más práctico -nos dice el abogado del diablo- trabajar desde dentro del sistema para cambiarlo desde dentro? Esa sería precisamente nuestra mayor ilusión: vivir, trabajar, participar en un sistema de libertad, de leyes justas y de autoridad legítima. Pero es muy ingenuo pensar que sea posible hacer algo parecido en las actuales circunstancias. El peaje que habría que pagar para que los políticamente correctos nos permitieran meter un pie dentro del sistema sería elevadísimo: reconocimiento de la Constitución liberal y laicista, atea en la práctica; definición de España como una marca; aceptación de la falsa monarquía; sometimiento a las reglas mentirosas del juego electoral; aprobación de la soberanía nacional y del estatalismo; sumisión a la cultura extranjerizante; olvido de la hermandad hispana… No, no merece la pena. Deseamos lo mejor a quienes, con su mejor voluntad, creen que aún es posible explorar esa vía. Pero nosotros, los carlistas, no haremos ese viaje. Pagar ese precio sería tanto como dar por muerta a la España tradicional. Renunciar a una reconstrucción plena del orden cristiano.Y si perdiéramos esa esperanza ¿qué nos quedaría?