La memoria histórica: el 18 de julio y las Navas de Tolosa
Nosotros no nos fiamos de la memoria. La veneramos como lo que es, la madre de la civilización y el sostén de la personalidad cotidiana de cualquiera. Pero cuando lo que está en juego no es la lista de la compra sino el ser de nuestro pueblo somos de esos que prefieren apuntar las cosas. Para que no se olviden, y porque todo el mundo sabe que las cosas se explican mejor cuando se escriben, se piensan y se maduran en ese viaje que va desde la memoria hasta el papel. Existe un oficio, que es el del historiador, que al igual que sucede con el trabajo de los jueces no se puede desarrollar correctamente bajo el tumulto, la amenaza o el soborno. Los historiadores necesitan respeto e instituciones académicas libres que protejan su búsqueda minuciosa de la verdad así como el relato sincero de los hechos pasados. Cuando eso falta, tanto para los jueces del presente como para los jueces de la memoria que nunca prescribe, se corroen los cimientos de la comunidad polítíca. Lo peor de las ideologías modernas, que vivieron una cumbre en maestría diabólica con los estatalismos totalitarios del siglo XX, es el uso de la mentira como herramienta política éticamente aceptable en la lucha por el poder. A medida que ha ido calando este permisivismo hacia la falsedad, primero en virtud de la “razón de estado”, luego como simple propaganda o como leyenda negra, y finalmente como mentira despiadada nos hemos ido acercando a ese infierno intelectual del “Ministerio de la Verdad” que profetizó G. Orwell en su novela 1984.
Necesitamos testigos -mártires- que prefieran la muerte antes que la mentira. Necesitamos historiadores buenos, que prefieran el ostracismo académico antes que los laureles siniestros de un poder mentiroso. Necesitamos periodistas rigurosos y divulgadores fieles a la realidad, que más allá de opiniones discutibles, por encima de matices legítimos, sean capaces de resistir con valentía a las tiranías de la neolengua, de la historia prefabricada y del discurso dominante de la hegemonía cultural progre.
Está en peligro el recuerdo de aquella Reconquista que nos configura como pueblo. Sufre porque es tergiversada y ocultada la verdad de lo que sucedió en España hace 80 años. Nuestra causa es justa porque es la causa de la luz, porque no buscamos ni justificación de las inevitables miserias humanas ni leyendas doradas sino la verdad pura y dura. ¡Españoles! -dirían aquellos alcaldes de Móstoles de 1808- no es ahora tanto nuestra Patria sino la historia de nuestra Patria lo que está en peligro. “Tomemos, pues, las más activas providencias para escarmentar tal perfidia”.
EDITORIAL REVISTA AHORA 153 (JUL-AGO)