Las autonomías llevan -lógicamente- a la independencia
El cáncer separatista que está estallando en el siglo XXI nació en los años de la Transición, cuando alguien decidió que las regiones españolas tenían que empezar a llamarse “autonomías”. No se tuvo en cuenta, -o sí- que autonomía es lo que dan los padres a los hijos como preparación para su independencia natural. Sin embargo entre cónyuges lo que se requiere es lealtad y respeto. La relación que existe entre las regiones de España, esos territorios que, como pudieron haber llegado a ser estados independientes (como Portugal o Andorra), es una relación conyugal. Fuimos poco más que vecinos, pero por avatares de la historia acabamos compartiendo este proyecto vital indisoluble que se llama España.
No tienen nada que ver el centralismo moderno que concede autonomías y el regionalismo tradicional que respeta los fueros, la personalidad de regiones preexistentes a un estado común. El sistema político tradicional que configuró las Españas acabó trasladando a los territorios los pactos matrimoniales que iban uniendo a las diferentes familias reales peninsulares. Así es como llegamos a ser lo que somos. No somos hermanos necesitados de bronca paterna; no somos hijos de una metrópoli-madre; somos familia, porque así lo quisieron nuestros tatarabuelos. Las regiones españolas no necesitamos autonomía sino, simplemente, amarnos y respetarnos hasta que la muerte nos separe.