Las ciudades civilizaron América
La conquista, civilización y evangelización de los pueblos de América, se caracterizó por la creación sistemática de ciudades. Esta tendencia casi unánime de los españoles en distintos escenarios y, desconectados entre sí, por la creación de ciudades, no fue ni una casualidad, ni una consigna que llevaran desde Madrid o Sevilla los que allí se embarcaban en la gran aventura. Si esto hacían los españoles era, porque lo llevaban en su cultura, en sus costumbres. Los españoles habían heredado esta costumbre de Roma.
Los romanos, sí que llevaban la consigna de fundar ciudades allá por donde fueren. El objetivo era la romanización de los habitantes de las zonas conquistadas, el control económico y militar, el asentamiento de los romanos que decidían quedarse a vivir en esa zona, ya que era a lo que estaban acostumbrados, y ¿cómo no?, la civilización de esos pueblos hasta entonces bárbaros. No debemos de olvidar que la palabra civilización deriva de la palabra cívitas, es decir, ciudad. Aquí ya podemos empezar a vislumbrar la importancia que han tenido las ciudades en la historia de la humanidad ya que, “las ciudades civilizan”.
No fueron los romanos los inventores de las ciudades. Las ciudades nacieron de una forma más o menos simultánea en el llamado “Creciente fértil”: los valles de Mesotopamia, a orillas de los ríos Tigris y Eufrates, pasando por Siria y Palestina, hasta llegar a Egipto a orilla del Nilo. Se nombran como ciudades más antiguas, Alepo, Jericó, Megido, Jerusalen, Erbil, etcétera.
La aparición de ciudades se debe al fenómeno de la sedentarización, que no es consecuencia como comúnmente se cree de la aparición de la agricultura, ya esta en un principio era nómada y se practicaba por medio de roturaciones temporales. La sedentarización tiene lugar como consecuencia de la invención del regadío. Éste, permitía a los hombres volver las tierras muchos más productivas pero, a cambio tenían necesidad de defender estas obras de regadío y que, por otro lada no iba a abandonar puesto que les producía tanto beneficio y les había costado tanto el construirlas. Así pues, por pura lógica, las primeras ciudades nacen a orillas de los grandes ríos que son los que mejor permiten importantes obras de regadío.
Las ciudades, como dijimos antes, civilizan, esto quiere decir que aportan a los hombres grandes beneficios y supuso en su momento un gran motor de progreso. Para ello conviene contemplar, aunque sea someramente, las características principales de la ciudad primitiva y sus consecuentes beneficios.
En primer lugar y, como consecuencia de su incipiente prosperidad, la ciudad tiene que defenderse de los otros hombres, los bárbaros, ya que estos, mucho más menesterosos, codician los excedentes de comida que la ciudad guarda. En consecuencia aparece la muralla. Elemento esencial a la hora de distinguir lo que podemos considerar como una ciudad de la antigüedad y una mera aglomeración humana. Pero la ciudad, también protegía de los ataques de la naturaleza, como los diversos animales que entonces existían en el creciente fértil. La muralla, al separar al hombre de la naturaleza, lo rescata de su inmersión en ésta y le hace verse, por primera vez, como algo distinto y especial dentro de la creación. Por primera vez el hombre de la ciudad empieza a darse cuenta de su humanidad. Para los griegos, ya civilizados, el bárbaro, no era un hombre completo. Ya decía Aristóteles que “el hombre es un animal político”. Se estaba refiriendo precisamente a esto, que el hombre verdadero, el hombre completo es el que vive en ciudades. La muralla era tan importante que llegó a considerarse como algo sagrado. Según cuenta Tito Livio en su historia de Roma, en la fundación de Roma, Rómulo trazó con un arado las que iban a ser las murallas de la ciudad, y con esto, ya eran las murallas de Roma. Remo se burló de su hermano, traspasando ese trazado, por lo que Rómulo lo mató, ya que había atentado contra algo sagrado como era la muralla.
La ciudad, también tiene como característica el ser un cruce de caminos, ya que atraía gentes de todas partes, diversas gentes, distintas entre sí, que se mezclan y comparten ideas, noticias, conocimientos… Aparece con ello la innovación. Innovación que, gracias a la Tradición oral, se transmite permitiendo que el progreso diferencie cada vez más al hombre civilizado del nómada.
Entre los geroglíficos egipcios existe uno para nombrar a la ciudad, consistente en una cruz, sobre un círculo, es decir, una muralla y un cruce de caminos.
Y con el cruce de caminos, aparece el ágora, el foro o, la plaza mayor. Este elemento de la ciudad, ha generado más cultura que todas las universidades, bibliotecas, laboratorios… etc.
En la plaza, se charla, se comercia, se aprende, se copia de otros. En la plaza se producen encuentros aleatorios, no programados, se aprende a convivir con los vecinos. Con ello se crea Urbanidad.
En la ciudad, igualmente se acumula la riqueza que no ha sido necesario consumir durante el año, y aparece el granero, los almacenes, los silos… Y esto implica que hay que llevar un contabilidad de lo que hay, de lo que se consume, de lo que a cada uno se le da, etcétera. De este modo, apareció la escritura y las matemáticas. Y con la escritura, se da un inmenso salto cultural pues, por primera vez se puede almacenar la memoria colectiva de toda una sociedad. La Tradición además de ser oral, recibe la gran ayuda de la escritura. Con ella, además de registrarse todos los acontecimientos históricos acaecidos, se pueden anotar toda clase de inventos, descubrimientos, teorías…
La escritura permite a su vez la aparición de la Historia y de la Ley. Anteriormente a su aparición las sociedades, se regían simplemente por la costumbre, esto hacía que el fuerte oprimiera, en su beneficio, al débil. La Ley es la primera garantía que los débiles tienen con respecto al fuerte. Por muy injusta que fuera la Ley, siempre era preferible a la “Ley de la Selva”, este mismo nombre, está haciendo alusión a la vida bárbara. Tenemos como ejemplo, la Ley de las Doce Tablas de Roma.
Por otra parte, la acumulación de riqueza, permite no tener que trabajar todo el día para alcanzar el sustento cotidiano, como le ocurría al nómada. Este tiempo sobrante permitió al los hombres religarse, contemplar, pensar, charlar, filosofar.
Además aparece la especialización. Aparecen los artesanos, herreros, carpinteros. Y con ellos la diversidad y las clases sociales.
En la ciudad, por su propia esencia, los habitantes están constreñidos por las dimensiones que marca la muralla, por lo tanto, se tienen que someter a unas medidas máximas para construir sus casas que además, quedan limitadas por la de sus vecinos. Además debe respetar un mínimo de limpieza pública, no debe molestar con ruidos a determinadas horas de la noche, etcétera. Todo esto hace que en el hombre civilizado, vaya apareciendo el concepto de mesura. Todo tiene que tener la medida justa y no se debe sobrepasar la misma si no se quiere romper las normas de convivencia. Este concepto de medida no la tiene el bárbaro aislado en su granja en medio de un bosque o una estepa o el nómada con toda la pradera por delante para moverse a voluntad. El bárbaro, y posteriormente el no romanizado, no sabe cuando parar, trabaja sin medida, descansa sin medida, bebe sin mesura alguna y, así con todo. Es en este sentido y no en el que se concibe en el Renacimiento, en el que Protágoras enunció su célebre máxima “El hombre es la medida para todas las cosas. No se estaba refiriendo aquí, al sentido antropocentrista que empezaron a entender los humanistas del Renacimiento, sino a que la Polis debía estar hecha a la medida del hombre. Sófocles afirmó: “La Polis es la gente”. La Polis era para el ciudadano y no al contrario. Todo esto viene bien resaltarlo porque, la Polis griega no era demasiado grande y podía ser contemplada por el ciudadano con un golpe de vista y la conocía entera, sabía donde estaban los puntos débiles de la muralla, podía ver sus campos, el puerto, el ágora, la acrópolis; veía sus límites y donde vivía cada uno. La comprendía no sólo con la mente sino también con los sentidos. Estamos hablando por tanto de las ciudades antiguas, que dieron lugar a la civilización y no a las megápolis actuales. Este dato es de la máxima importancia, como veremos más adelante.
El Papa Pio XI, en la encíclica Divini Redemptoris escribió que, “La ciudad es para el ciudadano y no al revés. Pero no debe entenderse tampoco como liberalismo individualista, sino que mediante la ordenada unión orgánica de la sociedad, sea posible la verdadera felicidad eterna”. Y Pio XII afirmó que “Es aquí donde la idea de patria, para un gran número de personas, halla su raíz más profunda. Si existe una legítima sumisión de los municipios respecto de la nación que nadie pondrá en duda, a la inversa, una autonomía bastante amplia constituye un estímulo eficaz de enrgías provechosas para el Estado mismo”.
Y como sabemos, la ciudad preparó la evangelización de los pueblos ya que, allí resultaba más fácil predicarlo a más número de personas gracias a concentración de las mismas en poco espacio. Lo contrario que ocurría en las zonas rurales. Por eso en el Imperio Romano, las últimas evangelizadas fueron las zonas rurales, “el pagus”, de donde nos viene la palabra pagano.
Y los españoles, llevaron la ciudades a América y con ellas todas las ventajas arriba enumeradas y otras omitidas a fin de no hacer este texto demasiado prolijo. De esta forma, América recibió con las ciudades una civilización y con ella el Santo Evangelio, y otros muchos beneficios en, relativamente, poco tiempo. Ya que si la ciudad necesitaba agua, se construía un acueducto, y si necesitaba un puerto, se construía y, como las ciudades necesitaban conectarse unas con otras, se construían caminos y así, se construyeron, ayuntamientos, iglesias, catedrales,, audiencias y cárceles, escuelas y universidades, hospitales y bibliotecas… Y poco a poco. fue surgiendo la América tan envidiadas por viajeros extranjeros procedentes de la Europa del Norte, la no romanizada, la que conoció el nacimiento de ciudades en la Edad Media gracias a la creación de Monasterios. Y por esta razón, cuando los ingleses llegan a América crean factorías y no ciudades y cuando ya independizados los colonos, penetran en el continente, van colonizándolo a base de granjas aisladas y fuertes militares, esto es algo que ellos mismos reflejan muy bien en las películas del Oeste. (Su epopeya, pues no tienen otra).
Pues bien, considerando todo esto, vemos de la importancia de las ciudades en lo que fue y debe ser una vida urbana y civilizada. No queremos decir con esto que, el que viva en una aldea o una granja, más o menos aislada sea una persona incivilizada o falta de urbanidad, ya que estos lugares, participan perfectamente de las ventajas de la ciudad siempre y cuando pertenezcan a una sociedad en la que existan ciudades pues, por pura ósmosis recibirán todos estos beneficios. No debemos olvidar que los pueblos antiguos, incluso los más civilizados, era sociedades preferentemente rurales. Y lo mismo ocurría en la Edad Media. El abandono masivo del campo, es un fenómeno relatívamente reciente, provocado artificialmente y perjudicial para toda la sociedad ya que, no se trata de crear nuevas ciudades sino de hacer crecer inhumanamente las megápolis.
La megápolis es una parodia de la vida en la selva y poco tienen que ver con las verdaderas ciudades, sino aquello que aún perdura en la memoria de una sociedad que se ve obligada a vivir en ellas, mal que les pese. Es por esto por lo que deberían hacerse políticas tendentes a reducir el monstruoso tamaño de tales ciudades y favorecer la vuelta de la población a zonas rurales para aprovechar así todos los recursos que la Naturaleza nos ofrece. Pero esto entra ya dentro de un terreno que no es el que nos interesa aquí.