Mis primeras palabras como presidente
(Discurso pronunciado
en el acto de clausura del XIII Congreso de la Comunión, el 14 de octubre de 2018)
Me gustaría dirigir mis primeras palabras como presidente de la Comunión Tradicionalista a “la gente normal”. No a mis amigos y correligionarios, tampoco a mis adversarios políticos… No quiero decir con esto que los carlistas no sean gente normal. Nada de eso. A los enemigos del carlismo les gustaría que los carlistas fuéramos una caricatura de nosotros mismos: cascarrabias, aguafiestas, puristas, especialistas en enumerar las cosas malas que hay en el mundo, frikis. Pero los carlistas no somos frikis. Somos padres de familia normales, trabajadores, jubilados, hombres y mujeres normales, tan normales que a veces parecemos raros. Y una cosa tenemos muy clara, que estamos en esto para servir.
Me gustaría dirigirme a la gente normal de España, a toda esa gente normal que cree en Dios, que lucha por su familia, que ama a su Patria, que está harta de ideologías y de un estado cada vez más absorbente. A esa gente que está harta aunque a veces no sea capaz de definir o de identificar correctamente ese hartazgo. A esa gente normal que está harta de este sistema porque se ha convertido en una dictadura perfecta.
Este sistema dictatorial es el que nosotros definimos como partitocracia. Porque su pieza básica son los partidos políticos, unas entidades medio públicas medio privadas que son las que dirigen toda la vida política y las que han usurpado en gran medida la misma vida social.
Los partidos son como los mosquitos. Molestan. Pican… Pero lo peor que tienen los mosquitos es que transmiten enfermedades. Y las enfermedades que transmiten los partidos son realmente peligrosas. Lo peor que tienen los partidos no es que sean mafias de poder, muchas veces corruptas, que se organizan para el asalto de las instituciones y el reparto de los cargos, los sueldos y las subvenciones. Lo peor que tienen es que trabajan para contaminar a toda la sociedad con las ideologías de las que son portadores: liberalismo, socialismo, marxismo, individualismo, capitalismo, indiferentismo religioso, ateísmo, feminismo, animalismo, homosexualismo político, ideología de género… todas estas ideologías, y todos estos partidos que como mosquitos forman un enjambre amenazador dan miedo. Es normal que la gente normal tenga miedo. Porque el estado en manos de los partidos es poderoso. Tiene leyes, tribunales, inspectores, impuestos, multas, cárceles. Y tiene una prensa afín que puede ridiculizar, chantajear y hasta destrozar la vida a cualquiera que ose alzar la voz en contra de esos partidos. Se hace difícil ser libre, decir lo que se piensa y vivir sin miedo.
Cuando alguien es capaz de superar esa barrera y de romper ese miedo, entonces, es cuando se encuentra con los cipayos del sistema, esos perros fieles que son los movimientos de extrema izquierda como Podemos y compañía. No es verdad que Podemos haya venido para acabar con el sistema. Al revés. Han venido para dar cumplimiento a los principios de la Constitución del 78. No es verdad que sean partidos antisistema. Son la herramienta que utiliza el sistema para extender el miedo a los disidentes y consolidar su poder. Los auténticos escraches de Podemos no son para los banqueros corruptos, no nos engañemos, son para los católicos. Es a los católicos a quienes intentan amedrentar.
Pero aún así, aunque fuera posible superar todo ese miedo, el miedo al sistema, el miedo a los perros del sistema, existen aún otras armas. Yo soy Navarro, nacido y crecido en Pamplona, y soy testigo de cómo la ETA no solo hizo mil asesinados, que eso ya sería suficiente para hacerles pasar a la historia como una cumbre de la inmoralidad. Además, la ETA, hizo 40 millones de cobardes. Porque el terrorismo es así, y funciona, y está pensado para extender el miedo.
Pues bien. Ante toda esta maquinaria del miedo el Carlismo, con su historia larga de 185 años, puede enseñarnos a los españoles lo que significa vivir sin miedo, vivir derrotados pero con dignidad, decir lo que se piensa, no caer en el malminorismo.
Los carlistas hemos venido para servir. Y es posible que nuestro mayor servicio en este siglo XXI sea el de abrir las mentes y los corazones. Para enseñar a la gente normal que es posible vivir de otra manera.
El sistema político es como una pecera. Tenemos la parte del centro de la pecera. Tenemos la parte de la izquierda de la pecera. Tenemos la parte derecha de la pecera. La parte extrema derecha de la pecera. E incluso la parte de la extrema derecha de la extrema derecha de la pecera. Nosotros estamos fuera de la pecera. Y os decimos: ¡gente normal, no tenéis branquias. No sois peces. No tenéis por qué vivir en esa pecera! Es posible soñar con una España, con una Hispanidad, con un mundo sin partidos políticos.
Lo que pedimos los carlistas, lo que llevamos pidiendo desde hace 185 años es muy sencillo. Sólo queremos un gobierno justo y una sociedad libre. Una sociedad sin miedo. Nada más. Y estas ideas tan sencillas están recogidas en una vieja canción que habla de un rey que tiene que venir “a la Corte de Madrid” y de una sociedad que quiere ser libre viviendo conforme a sus tradiciones. En esa canción se explica que el Carlismo no es un partido político. En todo caso lo nuestro serían más las partidas que los partidos. Un partido, por definición, es una estructura creada para alcanzar el poder. En cambio una partida es un grupo de personas que luchan para apoyar el gobierno legítimo. Nosotros no reclamamos ningún poder ni nos hemos organizado para ello, pero sí que queremos para Las Españas un gobierno legítimo.
Es por eso que os invito a cantar conmigo el Oriamendi. Sin miedo.