Ni izquierda ni derecha: armonía sintética
(Por Javier Garisoain) –
Uno de mis hermanos me ha pasado un artículo de Francisco Canals Vidal, leído allá por 1967, en un Congreso de Amigos de la Ciudad Católica, titulado “Monismo y pluralismo en la vida social“. Es magnífico. Como no podía ser de otra manera, la única “receta” que ofrece es esta: “… el de la soberanía de Dios, único principio que puede asegurar en lo político la armonía sintética y ordenada de la unidad y de la multiplicidad.”
Las palabras de Francisco Canals siempre, y ese artículo en concreto, ofrecen mucha luz. Me asombra particularmente cómo ilumina la acción política. En él nos enseña por ejemplo que dividir el mundo entre izquierda y derecha es lo mismo que cronificar todas nuestras enfermedades sociales. Que en realidad, son todo ese tipo de divisiones diabólicas -valga la redundancia- lo que nos aleja de la verdad, el bien y la belleza. Aberraciones gnósticas y maniqueas que nos impiden vivir en paz.
Año 1967: en aquel entonces ya todos andaban pensando en categorías de izquierda o derecha, y en qué pasaría cuando faltara Franco. Canals no. Él pensaba, como Dios manda, en la armonía sintética. En aquella coyuntura el Carlismo, que siempre ha querido ser una armonía sintética al estilo español, fue manipulado por unos para cobijar a iluminados de izquierdas y por otros para tratar de convertirlo en mamporrero de las derechas. Gracias a Dios salimos de aquellas trampas. Maltrechos y menguados, pero salimos. Yo no se qué percepción tendrán ustedes de la Comunión Tradicionalista actual, pero en lo que de mí dependa estaremos trabajando por esa armonía sintética de la que hablaba Canals.
No se trata de caer en el indiferentismo, el accidentalismo, el neutralismo, el buenismo o el centrismo. Se trata de amar con locura la verdad y la realidad de las cosas. Y de estar dispuesto a encontrarlas allí donde quiera que se encuentren. Porque lo cierto es que el mal actúa siempre, necesariamente, a través del bien; que el pecado se propaga atravesando e hiriendo como primera víctima al pecador; que el mal no tiene entidad. Por eso no tiene mucho sentido hablar de “ellos y nosotros”, de “los buenos y los malos”. El amor a los enemigos no es ninguna locura. Tiene toda su lógica en tanto que nos exige huir de la soberbia para poder aprovechar todo lo que hay de bueno allí donde pensábamos que solo habría cizaña.
Pero volviendo a la armonía en política. Eso es lo que siempre aprendimos de los viejos carlistas. Ellos se habían convertido en facciosos a su pesar, en banderizos y partidarios forzosos cuando lo que anhelaba su corazón era la bendita unidad en una patria de hermanos. Carlos VII ofreciendo una tregua, Luis de Trelles canjeando prisioneros, el requeté cargando en sus espaldas con su enemigo malherido, abogados carlistas defendiendo a los anarquistas, María Rosa Urraca Pastor amiga de Dolores Ibarruri, Alvaro d’Ors carteándose con el republicano Sánchez-Albornoz, mi padre de tertulia con el jefe comunista del pueblo… ¡Tantos y tantos ejemplos que podría poner!
Insisto, no se trata de buenismo ni de beaterías, se trata de entender que esto, lo de tejas abajo, no lo arreglarán ni la izquierda ni la derecha. Que ningún reduccionismo de moda nos ha de traer ni la paz, ni el respeto, ni la alegría de vivir. Que el “único principio que puede asegurar en lo político la armonía sintética y ordenada de la unidad y de la multiplicidad” es reconocer la soberanía de Dios. Nada más y nada menos.