Obedece – Que alguien haga algo (nº 30)
El que obedece, como el que paga, descansa. Y no se equivoca si no se ha equivocado en el momento solemne de reconocer a su autoridad. Tiene tan mala prensa la obediencia que parece que extraña hasta incluirla en esta lista de cosas para hacer. Porque pudiera parecer que obedecer es como no hacer nada cuando es realmente una facultad que tan solo afecta a la moralidad de lo que se hace y no a la actividad en sí misma. Nuestro “¡que alguien haga algo!” no deja de ser un mandato digno de ser obedecido. Y si quien define ese algo lo hace con autoridad, con sabiduría, buscando el bien, no tendremos más remedio que obedecer. Al fin y al cabo toda autoridad viene de Dios y lo que manda lo hace obedeciendo a su vez al mandato supremo del “hágase tu Voluntad así en la Tierra como en el Cielo”.
Una de las escuelas de la obediencia es la milicia. En ella se demuestra como en ninguna otra organización humana que la disciplina -la obediencia transmitida por una cadena de mando-, multiplica los esfuerzos y supera en excelencia al mismísimo valor. Este se presupone, pero la disciplina no; la obediencia cuesta más porque, al revés que la valentía, exige matar el amor propio y ahogar el orgullo; es uno de los frutos del espíritu elevado y un verdadero progreso de la civilización. Solo con disciplina se pueden alcanzar los grandes objetivos comunitarios, como los que en momentos dramáticos sirven para la defensa de un pueblo.
La obediencia, la sumisión o la disciplina solamente asustan a quien ignora los límites de las cosas. A quien no sabe que puede ser legítimo desobedecer si se hace por obediencia a la recta conciencia o al justo deber. Nada pues que ver con el temor o la tiranía. La obediencia es una de las caras de la libertad, y la mejor forma por cierto de respetar, compartir y confiar, solidariamente, en la libertad del otro.