OLVIDO HISTÓRICO INVERNAL: LA BATALLA DE TERUEL
Por Porfirio Gorriti
Los ecos de terror de nuestra guerra civil siguen escuchándose vivos en nuestros días. Siniestros intereses políticos han roto la caja de la Historia para intentar dominar los vientos del pasado, cual dioses mitológicos. A la izquierda le es suficiente con la destrucción de la verdadera historia del siglo XX, pero los nacionalismos vasco y catalán necesitan destruir nuestra historia entera. Por ello, nuestro deber es dispararlos con las postas de los hechos, tal y como auténticamente fueron…
La españolísima ciudad aragonesa de Teruel parece tener como destino un aislamiento tan heroico como poético. Esta injusta realidad secular alcanza de lleno al recuerdo de la terrible batalla que tuvo lugar en el invierno de 1937/38. Los aniversarios de la Batalla de Teruel pasan de puntillas por la opinión pública, al mismo tiempo que otros episodios son versionados ininterrumpidamente por el binomio socio-político actual de izquierda y nacionalismo. En este artículo vamos a rememorar esta sangrienta, congelada y trascendental victoria del bando nacional, hoy en día plenamente afectada por la “memoria olvidadiza histórica”.
Se ha convertido en un debate infinito la cuestión histórica de si nuestra guerra civil fue un hecho inevitable o si pudo ser yugulada de alguna manera. El hecho histórico es que la gran tragedia española estalló en julio de 1936. En Teruel, el Alzamiento triunfó y la ciudad quedó transformada en un ariete que apuntaba al centro de la zona republicana mediterránea. El campo turolense devino súbitamente en feroz frente de guerra en la primera fase de la contienda1. Tras un primer invierno de la guerra con escaramuzas continuas, ningún bando rompió las defensas del otro. Durante el año 1937 la guadaña de la guerra civil marcó otros terrenos y el frente de Teruel quedó aletargado en su tradicional quietud provinciana.
El avatar esencial del segundo año de la guerra fue la victoria total del bando nacional en el Norte. Los requetés carlistas vascos y navarros fueron los peones gloriosos de este terrible capítulo de la historia de España, el cual intentan destruir a martillazos desde hace décadas2. Durante el otoño de 1937, con Francisco Franco convertido ya en mando supremo del bando sublevado3, el pulso militar de la guerra ya se había inclinado hacia la media España que acaudillaba el “Generalísimo” 4. Con los primeros fríos del otoño, se cernía una poderosa ofensiva del Bando Nacional sobre el Madrid del “No pasarán” y el retrato de Lenin en la Puerta de Alcalá. Sin embargo, aún resquebrajada y dividida, la II República no estaba ni mucho menos derrotada política ni militarmente5.
En el invierno de 1937, el bando gubernamental había conseguido levantar un poderoso ejército, con mandos militares profesionales y abundantes recursos materiales en todas las armas; recibía importantes ayudas soviéticas y conservaba las más importantes redes industriales del país. Tras la pérdida de las provincias cantábricas, el Estado Mayor republicano debía jugar muy bien sus cartas y se inclinó por realizar una gran ofensiva contra la posición nacional en Teruel. En un orden militar se trató de un movimiento estratégico diversivo clásico, cuyo objetivo principal era neutralizar las operaciones en curso del enemigo en otro terreno. Por tanto, el objetivo primario de la ofensiva republicana no era conquistar territorio sino paralizar la ofensiva en Madrid mediante la obtención de la iniciativa bélica; además, la conquista de una capital de provincia supondría amplios beneficios morales y propagandísticos. Las directrices del mando fueron culminadas con el triunfo material sobre el terreno. Mas apenas un mes después, la situación viró hacia una derrota trascendental. ¿Qué falló en el bando republicano? 6
El comienzo de la operación fue un éxito total para el bando republicano. Bajo el mando del General Rojo, fue desplegado sigilosamente un grueso de unos 80.000 soldados. La defensa de Teruel, reforzada por numerosos voluntarios locales, estaba dirigida por el coronel Rey D’Harcourt y no superaba los 7.000 hombres. En la madrugada del 15 de diciembre de 1937, brigadas blindadas soviéticas de tanques irrumpieron en el saliente del frente sorprendiendo totalmente a las primeras líneas nacionales. La Batalla de Teruel había comenzado. Los primeros puestos defensivos cayeron ante las avanzadas del Ejército Popular, con la pluma del poeta Miguel Hernández tejiendo la leyenda popular de la división comunista de Líster. El Estado Mayor nacional se inundaba de partes en creciente angustia mientras las capitales republicanas recibían noticias jubilosas. Teruel había dejado de ser una punta de lanza para convertirse en un círculo cercado. Sin embargo, la determinación moral de los soldados nacionales fue palmaria desde los primeros envites de la batalla7.
El día 20 de diciembre, tras cinco días de bombardeos de la aviación republicana y sangrientos combates, la ofensiva alcanza los arrabales de Teruel. El exitoso avance republicano, con sus tanques sobre escombros en blanco y negro, dieron la vuelta al mundo. Tal impacto informativo no fue casual, sino consecuencia de la presencia en la retaguardia miliciana de corresponsales internacionales de postín8. Estos periodistas fueron testigos de una lucha espantosa en el interior de la ciudad, donde Rey D’Harcourt organizó la defensa en los edificios fuertes. Entre las ruinas, se dinamitaba y se disparaba entre ancianos, mujeres y niños escondidos en los sótanos. Los choques fueron feroces en el Casino, en el Banco de España, en el Convento de Santa Clara y en el Gobierno Civil. Se mataba y se moría en cada metro conquistado.
Con la batalla aún sin ganar, las fotografías de trinchera del General Rojo con el ministro Indalecio Prieto9, fueron propagadas al mundo por el gobierno republicano10 como la imagen de la reconquista. La Nochebuena pagana es celebrada con un reparto prematuro de ascensos y medallas, mientras en el corazón congelado de la ciudad se combatía “casa por casa”; expresión de lucha que pudo nacer para la Historia en la Batalla de Teruel. No hubo sitio alguno para la Buena Nueva navideña de 1937 en Teruel. Los agotados soldados nacionales se atrincheraron en su última línea de defensa: el Seminario y la Comandancia Militar. Sin eco mediático alguno, el general Franco hizo llegar sus órdenes a Rey D’Harcourt: “Tened confianza en España, como España confía en vosotros”11.
Bajo la alarma máxima del potente ataque republicano en Teruel, la decisión estratégica de Franco devino en ser una de las más trascendentes de toda la Guerra Civil. El General en Jefe del Bando Nacional renunció a la ofensiva proyectada sobre Madrid y procedió a maniobrar con sus mejores fuerzas hacia el frente roto aragonés. Ya no había marcha atrás para ninguno de los bandos. En la ciudad marcada por el destino de la guerra, mientras tanto, el calendario del año se agotaba con bayonetas heladas en sangre por un termómetro disparado bajo cero. El día 29 de diciembre el cielo se abrió y los soldados republicanos que cerraban las vaguadas recibieron una terrible descarga de artillería. Fue la presentación del coronel Aranda12, uno de los mejores militares del Bando Nacional y el primer refuerzo en llegar para la reconquista del terreno perdido.
En este momento álgido de la batalla, las baterías del General Invierno atronaron por encima de todas y un temporal de nieve cayó sobre todos los humanos en fratricida guerra. El campo de batalla se convirtió en un infierno blanco. Los soldados se envolvían en todo material existente para impedir la congelación en las trincheras, pero muchos no lo consiguieron. Los testimonios de los supervivientes estremecen con el retrato de una pesadilla helada. En la Nochevieja de 1937, requetés carlistas embozados en harapos lograron conquistar la posición estratégica de La Muela. Estos episodios de heroísmo aterrador, compartidos por las dos Españas, no han sido recordados ni investigados suficientemente por la Historia. Tras la nieve llegó un clima polar que inmovilizó a la contraofensiva nacional, salvando el frente republicano cuando éste empezaba a derrumbarse.
En el año nuevo, los macilentos defensores de Teruel perdieron la esperanza al cesar el contraataque nacional. Con sus soldados supervivientes languideciendo de frío, hambre y sed, Rey D’Harcourt claudicó y aceptó la rendición el día 7 de enero 13. De las ruinas emergían las estampas cadavéricas de los soldados vencidos y de los civiles escondidos, entre los que se hallaban el Obispo y el Vicario de la diócesis. En las retaguardias lejanas, se desataron la ira del General Franco y la euforia en Madrid y Barcelona. Se había perdido la hazaña de un segundo Alcázar y el coronel de la plaza fue repudiado cruelmente por cobardía. Los historiadores coinciden en el injusto desprecio sobre la conducta militar de Rey D’Harcourt, quien resistió durante 3 semanas el asedio de las muy superiores fuerzas de Rojo. Sin embargo, el bando republicano iba a perder mucho más por las limitaciones de su acción estratégica. Por los mantos helados aragoneses, mientras unos proseguían con sus victoriosas celebraciones, otros refuerzos llegaban día a día a los valles de Teruel.
Tras la victoria definitiva sobre la ciudad y la detención de la contraofensiva en los cerros, el Estado Mayor republicano mandó establecer Teruel como nuevo frente, sin ningún replanteamiento ofensivo. Líster fue ascendido a teniente coronel y relevado por otro popular mando comunista: “El Campesino”. Durante el mes de enero de 1938, los ataques de hostigamiento fueron continuos en ambas líneas del frente, donde todos los soldados compartían los témpanos de frío, la valentía española y las heridas del combate. Mas transcurrido un mes desde el comienzo de la batalla, la situación global había cambiado completamente. El bando republicano había perdido tanto la superioridad material sobre el terreno como toda iniciativa operativa. El bando nacional había conseguido trasladar sus mejores tropas y acumular mayor potencia artillera. Sobre los cielos, la aviación nacional dominaba el campo de batalla frente a una aviación republicana inoperante, cuyos pilotos, ante la desesperación de los milicianos en sus trincheras, huían nada más detectar la presencia de los aparatos nacionales.
La huida iba a marcar el calendario republicano de Teruel en febrero de 1938. Las deserciones nocturnas hacia las trincheras nacionales se fueron convirtiendo en una gran bola de nieve. Algunos de los fugados aportaron datos esenciales de las defensas republicanas y la guerra de la información empezó también a cambiar su sentido. El Estado Mayor nacional supo que sólo una ofensiva de grandes dimensiones podía hacer saltar la fuerte defensa dispuesta sobre unas rocas aragonesas que empezaban a deshelarse. El día 5 de febrero se inició una operación que iba a decidir la batalla y a pasar a los libros militares: la maniobra del Alfambra. Un ataque confluyente en el flanco oriental por ambos polos, culminado por una carga de caballería transversal, rasga como un sable la tela de las defensas. La penetración es definitiva cuando “El Campesino” huye en desbandada por el río Turia. El 22 de febrero, con los mandos republicanos acuchillándose entre sí con fieras acusaciones, los soldados nacionales entran en un Teruel vacío y fantasmagórico. Las tropas republicanas, bajo la hiel de la derrota, son empujadas a las posiciones de partida de diciembre de 1937.
La Batalla de Teruel está sometida hoy a la condena del olvido histórico, a pesar de que constituye un hito bélico trascendental en la guerra civil española. La ofensiva sobre Madrid fue neutralizada pero al impagable precio de una cifra enorme de bajas y de la debacle anímica en todos los estamentos. El efecto negativo no fue sólo en el plano interno. La resonancia periodística internacional de la batalla constituyó una bomba de retroceso para la imagen de la República y mostró al mundo que era el bando perdedor de la guerra. La derrota fue decisiva, tanto en el orden militar como en el orden político. Tras la batalla, Prieto fue cesado y el aparato comunista adquirió mayor protagonismo dentro de las instituciones republicanas, aumentando las divisiones y las luchas internas de poder. Tampoco hay “memoria histórica” para las sangrientas purgas y enfrentamientos armados entre las facciones de la zona gubernamental.
¿Qué falló en el bando republicano? Por encima de todo, nos encontramos ante un fracaso moral y estratégico que resultaron definitivos. Bajo el imperante espíritu republicano de “resistir es vencer”, el éxito de la ofensiva inicial se limitó a organizar una nueva línea defensiva del frente. El mando republicano no contempló la posibilidad de que el General Franco cogiera el guante y plantease un combate total por Teruel, como así ocurrió. Los generales republicanos no tuvieron la capacidad de entender la importancia de su mismo movimiento, el cual exigía mayores riesgos y determinación. Si los importantes refuerzos nacionales movilizados hubiesen sido derrotados en los cerros de Teruel, las consecuencias sobre el devenir de la guerra habrían sido inimaginables. La verdad histórica es que, tras la batalla, el avance nacional fue tan lento como inexorable. En la posterior batalla del Ebro, resurgirían multiplicados los condicionantes de la batalla de Teruel.
¿Por qué triunfó el bando nacional? La eficaz labor militar de su Estado Mayor y oficiales profesionales fue un factor de primer orden pero no explica el fundamento de la victoria. El papel de los aliados extranjeros fue escaso en Teruel. El mando republicano perdió el pulso estratégico por no aceptar el órdago del General Franco, pero organizó bien la defensa del terreno conquistado y sus directrices tampoco justifican por sí mismas la derrota. La llama de la victoria hay que buscarla en el corazón de aquellos hombres-soldados. En el bando republicano eran numerosos los que combatían bajo auténticas convicciones ideológicas, pero el espíritu de sacrificio fue superior en quienes combatían cohesionados bajo la auténtica España y la Fe en Cristo. El mérito último de la victoria hay que buscarlo en el heroísmo de los soldados que se jugaron la vida, muchos perdiéndola, en la línea roja de sangre del frente.
La “democracia“ y la “libertad”, banderas enarboladas por la II República, eran valores inexistentes en la España republicana de 1936, la cual se precipitaba a la revolución marxista14 con Rusia como modelo. Contra aquella realidad se alzó la sublevación que condujo al espanto de la guerra civil, la cual fue ganada por los miles de españoles contrarrevolucionarios que salieron a combatir, antes que por el General Franco. Y la guerra civil la perdieron, realmente, todos los españoles, abocados a ser verdugos, víctimas o testigos de abominables crímenes. Es una abyección que existan, hoy en día, corrientes políticas que se posicionan con el bando perdedor e instrumentalizan ciertos ideales predominantes en nuestro tiempo.
El hecho histórico es que la gran tragedia española tuvo un bando ganador y otro perdedor. Si la II República hubiese ganado la guerra, España se hubiera convertido en un satélite de Rusia y la inhumanidad del vencedor no hubiera sido menor. La guerra civil debe estar en la Historia de España como su mayor desastre reciente y la mejor lección histórica que impida una nueva implosión entre españoles. La guerra civil debe salir del pulso diario de los españoles de hoy. Tristemente y de la mano de muchos políticos actuales, la realidad cabalga en sentido contrario. Probablemente, la paradoja consistirá en que una plena reconciliación no será posible hasta que una nueva mayoría de españoles vuelva a posicionarse con el bando ganador.
El destino trágico de España está escribiendo un nuevo capítulo, en el que la auténtica España volverá a vencer. No puede caber duda.
Comentarios
1.En los primeros meses de la guerra se produjeron crímenes de guerra en Teruel mediante fusilamientos indiscriminados. Esta matanza tuvo características análogas a tantas otras acontecidas durante la primera fase de la guerra en toda la nación. Esta hecatombe es el núcleo fundamental de las acciones de la “Memoria Histórica”, la cual adolece de amnesia aguda para los crímenes perpetrados en la zona republicana. Muy especialmente, hay un “Olvido Histórico” de los primeros fusilamientos inmisericordes en la Guerra en Madrid y Barcelona, alumbrados por las patrullas anarquistas. Los patéticos significados inmanentes a las palabras “paseo” y “cuneta”, nacieron en la zona republicana.
2. La crónica histórica de la zona republicana en el llamado “Frente del Norte” no es muy conocida, a pesar de la exhaustiva investigación que caracteriza a la Guerra Civil Española. La evolución social de la moderna democracia española ha sustanciado que el entonces derrotado Partido Nacionalista Vasco haya conseguido reescribir una historia de postverdad. El Tiempo pondrá las líneas de la Verdad histórica en su verdadero lugar.
3. Es asombroso el desconocimiento existente en la opinión pública actual sobre los hechos y el contexto históricos de la sublevación cívico-militar de julio de 1936. Esta ignorancia alcanza de lleno, asimismo, al papel que jugaron en la misma los personajes principales. Si bien el General Franco jugó un papel fundamental desde el inicio del Alzamiento, la Historia hubiera sido muy diferente sin las atribuladas muertes de los Generales Sanjurjo, Mola y Goded. La corriente expresión actual de denominar “golpe de estado franquista” a nuestra guerra fratricida es un disparate histórico. El lector interesado tiene a su disposición copiosas fuentes bibliográficas sobre la gestación e inicio de la contienda.
4. Otro error generalizado es considerar al Bando Nacional como ganador virtual de la conflagración bélica desde el inicio de la misma, merced a una supuesta superioridad en medios materiales militares. Ello no fue así en absoluto. Tras el fracaso en una rápida toma del poder por los militares conjurados, la situación global resultante no arrojaba superioridad estratégica ni material para los sublevados. El plan primario de la sublevación no era derribar la República como sistema de gobierno sino formar un directorio militar transitorio. El lector interesado tiene a su disposición una ingente bibliografía.
5. So pena de la enconada rivalidad de las diferentes facciones republicanas, tras año y medio de guerra civil, se había puesto en pie un poderoso ejército en hombres y material que ha pasado a la Historia como el “Ejército Popular”. La inmensa mayoría de los soldados de tropa procedían de levas forzosas de los varones residentes en la zona republicana.
6. El análisis retrospectivo sobre la estrategia y táctica militares seguida por ambos bandos en liza es un aspecto histórico apasionante. Diferentes autores ofrecen diferentes respuestas.
7. Cabe citar el episodio de heroísmo de los defensores del pueblo de Concud, quienes combatieron, frente a todo un ejército, durante un día entero hasta su aniquilación. Su sacrificio no fue en vano porque detuvieron el avance hacia el Norte del Ejercito Popular, en la primera fase de la ofensiva.
8. Entre los periodistas internacionales presentes en la retaguardia del bando republicano en la ofensiva inicial en Teruel, se pueden citar a Herbert Matthews, Robert Capa y el mismísimo Ernest Hemingway. En la legendaria 11ª división comunista del Mayor Enrique Líster, formaba filas el excelso poeta Miguel Hernández. El posicionamiento de artistas, literatos e influyentes medios periodísticos liberales con el bando republicano caracterizó a nuestra guerra civil y es un aspecto de suma importancia para todo análisis del conflicto. Las consecuencias de esta condición son especialmente visibles hoy en día.
9. Indalecio Prieto fue el líder más trascendente del ala anticomunista del partido socialista, así como un personaje de primer orden en el devenir de la sociedad española que condujo a la guerra. En el tiempo de la Batalla de Teruel era el Ministro de Defensa de la República. Tras la derrota final fue cesado debido a las intrigas de mandos comunistas. La publicación histórica sobre su persona es inmensa.
10. En un orden formal, la II República mantenía sus instituciones pero considerar la existencia de un “gobierno republicano” durante la guerra civil es un ejercicio de convencionalismo. El poder en el bando republicano estaba dividido y fragmentado entre sus diferentes zonas, facciones y elementos, con el partido comunista en progresiva infiltración y expansión.
11. Referencia bibliográfica sobre la cita: La guerra civil española. Antony Beevor. 27, pg 496-7.
12. El coronel Aranda fue el héroe de Oviedo para el Bando Nacional, donde logró hacer triunfar el Alzamiento a pesar de una gran inferioridad de fuerzas, mediante una combinación de liderazgo, arrojo e inteligencia militar. En la España de hoy, este tipo de personajes de la guerra civil son denostados por la corriente de pensamiento predominante. Ascendido a general tras su éxito en la defensa de Oviedo, Aranda fue de las escasísimas personalidades que se opusieron abiertamente al posterior régimen dictatorial de Francisco Franco desde dentro del mismo. Su enfrentamiento con el “Caudillo“, reclamando una restauración monárquica, le supuso el paso al ostracismo dentro de la sociedad franquista. Su figura histórica ha caído en el olvido.
13. Los mandos militares republicanos respetaron la vida de los vencidos, quienes fueron conducidos presos a Valencia. Los testimonios recogidos de supervivientes son escasos y están fragmentados en múltiples fuentes, habiéndose perdido para la Historia la mayor parte de las situaciones vividas en la batalla y en el cautiverio. Rey D’Harcourt, el Obispo Polanco y su vicario fueron fusilados finalmente en febrero de 1939, durante la retirada final republicana, en la matanza del barranco de Can Tretze.
14. La historia de España tras la Proclamación de la II República es, según expresión de Stanley Payne, “el camino hacia el 18 de julio”: quema de iglesias, corrupción e ineptitud gubernamental, la revolución de Asturias de 1934, asesinatos indiscriminados…Investigaciones recientes han demostrado que el triunfo del Frente Popular, en las elecciones de 1936, vino de la mano de un considerable fraude electoral en muchas provincias.