Pagar ¿todavía más? por las autovías
(Por Gonzalo García) –
El asunto del pago por uso de toda la red de autovías es más sangrante aún de lo que aparenta. Por supuesto correrán a justificarlo por el inmenso coste que tiene el mantenimiento de una red de la que a la vez presumen, sin olvidar el ingrediente necesario de lo que contamina usted, monstruo salvaje, por ir en coche por autovía en lugar de en burro por caminos. Pero no van a explicar qué justificaba el absurdo de que el 52º país del mundo por extensión fuese el 3º en kilómetros de autovía.
Pero hay que pararse a mirar el origen. Durante los últimos años 80, los 90 y 2000 (hasta el bluf del suflé económico) se dedicó una ingente cantidad de dinero en la creación de una red de autovías ciertamente inmensa (y, añado, desproporcionada). Muchas de las vías que la formaban tenían difícil explicación y evidente inviabilidad, pero nadie pareció preocuparse por eso. Total, el dinero público no era de nadie. Del destino real de los fondos nominalmente asignados a otras deberían hablar los que lo conocen de sobra -hablo de políticos, empresarios y periodistas- pero callaron y callan, y me temo que la mordida correspondiente mantendrá ese silencio ¿verdad, responsables, cómplices y untados por la vergonzosa A-92?
Y deberíamos fijarnos es en cómo y por qué se creó esa red de autovías. Que en su mayoría se pagaron con fondos procedentes de la UE (otras con lo que aquél timador llamado Aznar sacó por malvender el patrimonio nacional) no es ningún secreto, puesto que se presumía de ello y se utilizaba como argumento de la supuesta bondad de nuestro embarque en el proyecto europedo. Las condiciones para ese dispendio tampoco son ningún misterio, aunque no se hable tanto de ello.
Esos fondos podrían haber ido, al menos en parte, a redes de comunicación que facilitaran la vertebración de eso que llamamos ahora la España vaciada, o a otro tipo de infraestructuras que tuvieran una finalidad más productiva -hablando de economía real- o incluso a redes de trenes de cercanías y de corta y media distancia que permitieran una movilidad práctica a los españoles.
No. Se financiaron redes de autovías con dos fines principales y reconocidos (aunque no muy aireados), sobre todo el primero: Facilitar la oferta turística de cara fundamentalmente a países del norte de europa. Ya saben, convertirnos en colonia de vacaciones de jubilados europeos con alcohol barato y… bueno, y el resto de “atracciones” que busca esa gente. Pero el segundo fin, si no fue explícito, está claramente implícito: Con la red de autovías se potenciaba la industria del automóvil, cuyos rendimientos muy mayoritariamente revierten en Francia y Alemania, los países que nos decían para qué podíamos o no podíamos usar el dinero.
Pero por encima de esos dos fines estuvo la condición principal bajo la que se ingresó en la entonces CEE, la condición aceptada por los sucesivos gobiernos partitocráticos: Por cada kilómetro de carretera financiado por la mafia bruselí, una empresa española que se cierre o malvenda. Por cada kilómetro de alta velocidad, una comarca que se quede sin redes de trenes regionales que la vertebren.
Y ahora, cuando no se tiene un puñetero duro para nada porque la deuda tiene ya hipotecadas a las cuatro próximas generaciones (ay, la deuda perpetua, el arma del liberalismo desde su primer minuto de expansión) y descubren que no se pueden mantener porque resulta que cuesta dinero; cuando descubren que por lo mucho menos de lo que cuesta ese disparate se podría tener dignamente mantenida la llamada red secundaria (en estado lamentable en muchos sitios) o que podemos viajar por mucho dinero y muy rápido de punta a punta de España pero es una odisea movernos entre comarcas vecinas; entonces, claro, viene la solución: Oiga, no querrá que le pidamos cuentas a los que diseñaron algo insostenible, curiosamente cuando a todo se le exige sostenibilidad ¿verdad?
Así que no me sea usted fascista heteropatriarcal contaminante e insolidario y dispóngase a aflojar la pasta, que el “regalo” que nos hicieron a cambio de entregar TODA nuestra productividad a la puñetera europa de los millones ahora resulta que hay que pagarlo, porque el pago de nuestra industria, de nuestra capacidad económica, de nuestra economía real no fue suficiente. Cuando la alimaña prueba la sangre, ya es difícil de saciar.
Yo sólo sé que no pienso pagar un céntimo por usar esas carreteras y que si cerca ponen puntos de control, más cerca tengo mi maza con la que corregir según qué excesos. La misma maza que cabría aplicar a cada uno de los responsables (por acción, apoyo u omisión) de nuestra inclusión en ese antro ahora denominado UE.