Paradojas de la Navidad
(Por Javier Garisoain) –
No hay nada más paradójico que la Navidad. Eso quiere decir que no hay nada más auténtico pues, tal como nos enseñó Chesterton, la paradoja es la huella que deja lo verdadero. Y allí donde reside la verdad se acumulan las paradojas de la misma forma que la concentración de caminos permite a los habitantes de cualquier país llegar a su capital común lo mismo desde el norte que desde el sur.
Navidad significa natividad, nacimiento. Es vida y es muerte, porque toda irrupción en el tiempo es, por definición, temporal y, como tal, prefigura un final. Es vida en el seno de Santa María y es muerte el día de los Santos Inocentes. Aunque -otra paradoja- la Navidad cristiana no es única pues tiene su réplica en la segunda “natividad” de Jesús, en la otra pascua, la del renacimiento o resurrección que cierra la historia de los Evangelios con final feliz.
Navidad es pobreza y es riqueza. Es no tener siquiera un techo y hablar de reyes que se postran y regalan oro. Es grandeza y es pequeñez. Dejar huella en la conjunción de los planetas y calentarse con el vaho de una mula. Es sabiduría e inocencia. Profecías rumiadas por los estudiosos y sorpresa en pastores analfabetos. Es lo ordinario y lo extraordinario. Un niño más, entre miles de millones, que sigue teniendo su fiesta de cumpleaños en todo el mundo dos mil años después. Es íntimo y es popular. Una celebración que invita a la introspección, a los momentos íntimos, al rincón familiar, pero que también, por alguna razón, impulsa a iluminar las calles, incluso las de aquellos que perdieron la fe.
La Navidad es, a la vez, magnífica y cultísima como el Mesías de Haendel y suave y simple como el Stille Nacht y los villancicos. Es fría como la nieve y la noche y cálida como las hogueras y las palmeras. Desde el punto de vista literario la historia de la Navidad ofrece varias lecturas paradójicas. Es un cuento para niños, y a la vez una trama novelesca de primera categoría para lectores exigentes.
La Navidad es, en fin, un canto sorprendente a la espiritualidad encarnada, o a la carne divinizada. Legiones de ángeles, espíritus puros, comparecen en la primera Navidad para glorificar la materialización de Dios. Y esta es seguramente la más sublime paradoja, el abajamiento del Todopoderoso. El Primero que se hace último, ahora en el pesebre y después en la cruz. Y todo como un signo profundo que nos deja pensando. Pues esa y no otra es la función que, como el juego de los puzzles, cumplen las paradojas: nos ayudan a pensar, a recomponer el dibujo de las cosas, a encontrar la verdad de todo.
¡Feliz Navidad!