(Por Javier Garisoain) –
Los drones, las agencias de verificación, los fondos de inversión, los comités de expertos… Todos los tentáculos y herramientas de la dictadura progre tienen el mismo aspecto opaco que los demonios. ¿Quiénes son? ¿Hasta dónde llega su poder? ¿Qué es lo que pretenden realmente? La respuesta a estas preguntas conlleva la etiqueta de conspiranoico para cualquiera que se atreva a formularlas.
Matar, desprestigiar, arruinar, engañar… Al fin y al cabo es lo de siempre, pero lo que resulta admirable es la capacidad de adaptación y renovación que demuestran. Su arte para lanzar la piedra y esconder la mano. Para dirigir al rebaño sin que se sepa cómo. ¿Cómo se explica esta humildad aparente, esta discreta presencia tan alejada del orgullo extremo que ha sido siempre la tentación preferente de los poderosos?
Dicen que el mayor éxito del Demonio es hacer creer a la gente que no existe. No es que no ansíe un reconocimiento total de sus discípulos y sus víctimas. La cuestión es que es astuto y sabe esperar. Por eso creo que el progreso de sus discípulos se observa también en esto: no necesitan que se sepa que son los que mandan. Hasta hace poco los bombarderos, los periodistas comprados, los banqueros sin escrúpulos y los científicos corruptos eran más fáciles de ver. De alguna manera sabíamos cómo ponernos a salvo de sus malas artes. Sus responsables aparentes solían coincidir con los reales. Uno podía poner cara a los genocidas. Ahora viven agazapados en la sombra y no es tan fácil escapar de ellos. George Soros o Bill Gates son una excepción. Y hasta es posible que sean un señuelo para facilitar el anonimato de sus colegas.
He dicho que todo esto es admirable, pero nunca será imitable. Nuestros reyes, profetas, santos y mártires actuaron normalmente a pecho descubierto y gustaban de dar la cara andando en la verdad, sin falsa humildad. Ciertamente los hijos de la luz no somos tan astutos. Ni falta que hace.