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15 de noviembre de 2020 0

Si quieres seguir pensando que le han robado a Trump, no leas esto

(Por Miguel Angel Belmonte) –

En vísperas de las elecciones de 2016 dije a unos amigos que Trump podía resultar Presidente con la misma combinación que llevó a Bush a la presidencia en 2000: con una victoria en el Colegio Electoral a pesar de una derrota en el conjunto del voto popular nacional. No es que yo tenga un conocimiento profundo de la sociedad estadounidense, ni tengo ningún primo en Arizona, simplemente había leído algunas predicciones de sociólogos según los cuales de cada 100 escenarios posibles, Trump ganaba de esa manera en 15. Y se hizo realidad uno de esos 15. Algo parecido decían las encuestas para estas elecciones de 2020. Pero como es difícil que te toque la lotería dos veces seguidas, esta vez le dije a mis amigos que pensaba que iba a ganar Biden (no Bin Laden como dijo nuestra ministra de exteriores). Al fin y al cabo, Trump ya se había encontrado un mes antes en una situación numéricamente parecida: con su edad, enfermar de covid-19 suponía un riesgo de 15% de morir… y no murió, o sea ocurrió algo dentro del otro 85% de probabilidades. En el momento de escribir estas líneas, Biden es el ganador de las elecciones, aunque los trumpistas hablan de fraude. Por supuesto, pueden ocurrir muchas cosas. Pueden aterrizar unos marcianos en Washington y dar un golpe de estado interplanetario. Puede aparecer un virus superdestructivo que elimine los vehículos a motor y destruya las conexiones eléctricas. Pero lo que veo bastante más difícil es que el poder judicial –ni a nivel estatal ni a nivel federal- dé la razón a los republicanos en sus reclamaciones respecto a irregularidades en el recuento de los votos. También es altamente improbable que los electores que se reunirán en diciembre en cada estado para formular el famoso voto electoral se desdigan de su compromiso. Y, francamente, ya me gustaría estar equivocado, pero ‘amicus Plato sed magis veritas’.

Yo no digo que no haya habido fraude en las elecciones, simplemente no lo sé. Lo que sí sé es que cuando ganó Trump en 2016, supuestos expertos y activistas internáuticos aseguraban que las elecciones las habían ganado unos hackers rusos… lo cual me parecía tan estúpido como decir ahora que hay evidencias de fraude electoral. Lo más absurdo de todo es pensar que hay fraude por el hecho de que en un momento del recuento va ganando un candidato y en otro momento del recuento, otro. Especialmente si la masa de votos por correo es tan grande como lo ha sido en estas elecciones. El comportamiento electoral en Estados Unidos depende en gran medida de la movilización de los activistas puerta a puerta. Esto más allí que en España, por ejemplo, porque allí es obligatorio registrarse como elector antes de poder votar. Eso quiere decir que una persona ha de hacer dos “esfuerzos” para votar: primero, registrarse; segundo, votar. En la regulación del proceso electoral, cada estado decide por su cuenta. Los estados con gobernadores demócratas en general tienden a aumentar las facilidades para que aquellos dos esfuerzos sean aliviados. Por ejemplo, en Nevada los electores reciben en su casa un sobre para votar por correo sin que ni siquiera lo tengan que solicitar previamente.

Tradicionalmente las personas menos integradas socialmente (pobres, parados, enfermos de larga duración, viudos sin estudios ni familia, jóvenes ninis…) participan poco en sistemas en los que se les exige ese ‘doble esfuerzo’ (registrarse primero y votar después, o pedir el voto por correo y esperar a recibir el material para poder votar). Pero los activistas, especialmente los del partido demócrata, se dedican a detectar este tipo de personas y guiarles en la solicitud del voto y en la cumplimentación de los formularios de votación (no solo se vota el Presidente y el Vicepresidente sino un representante a la cámara baja, eventualmente un senador, a veces el gobernador del Estado, el sheriff del distrito, el juez de paz local o hasta la legalización del consumo recreativo de marihuana…, por poner ejemplos que varían de un estado a otro). Lógicamente los activistas no hacen esta tarea por puro amor a la democracia sino con la expectativa de que acaben votando a sus candidatos. A estos dos factores sistémicos se ha unido en 2020 el escenario pandémico. La aplicación de medidas extraordinarias de seguridad higiénica se ha traducido en cambios en algunos estados respecto a los criterios para validar el voto anticipado, incentivando y faciitando el voto por correo.

En Pennsylvania, ejemplo clave, la ley electoral estatal preveía que solo se validaran los votos por correo recibidos hasta el día de las elecciones. Pero el tribunal superior de justicia del estado dictó que, excepcionalmente, debido a la situación sanitaria y a la recomendación de evitar aglomeraciones (como las colas típicas en un lugar de votación), se aceptarían votos enviados por correo antes del día de las elecciones, aunque llegaran días más tarde. Los republicanos argumentan que tal decisión va contra la ley estatal y exigen que no se cuenten los votos que llegaron después del 3 de noviembre. Pero difícilmente los tribunales estatales les darán la razón: la adopción de medidas extraordinarias justificadas por la crisis pandémica ha sido todo este año ya una rutina. Y aunque lo de Pennsylvania acabase en el Supremo dando la razón a los republicanos y otorgando sus 20 votos electorales a Trump, igualmente gana Biden mientras conserve Georgia o Arizona. La noche de las elecciones Trump acumulaba una amplia ventaja en Pennsylvania, pero a medida que el recuento empezaba a incluir en los días siguientes los votos recibidos por correo, se esfumó su ventaja. Redondeando, Trump ganaba por 2.600.000 a 2.000.000 al acabar el primer día de recuentos. Pero faltaban por contar todavía dos millones de votos por correo (se calcula que en todo el país, de los 150 millones de votos, hubo cerca de 100 millones de votos entre voto anticipado y voto por correo). Solo un tercio de votos se depositaron durante el “election day”. El propio Trump había votado unos días antes. El recuento provisional oficial -más allá de recursos puntuales que puedan hacer anular unos centenares de votos- da en Pennsylvania 3.418.435 votos a Biden y 3.352.569 a Trump. ¿Es descabellado pensar que dos de cada tres votos por correo fueran para Biden? No lo es en absoluto si tenemos en cuenta el papel antes indicado de los activistas. Otra cuestión es si podemos medir la presión ejercida por los activistas sobre los votantes o, incluso, si puede haber activistas que usurpen la personalidad de electores de los que poco se pueda esperar algún tipo de control sobre su propio voto. Pero, francamente, ese tipo de manipulación tanto la pueden hacer los de un bando como los del otro. Insisto en que yo no digo que no haya habido ningún tipo de fraude en ningún sitio. Lo que digo es que no hay, por el momento, ninguna evidencia de que haya habido fraudes de tal naturaleza que el poder judicial vaya a declarar inválidos los recuentos que dan la victoria a Biden.

Lo cierto es que 67.000 votos más para Trump bien repartidos así: 10.000 en Arizona, 14.000 en Georgia, 20.000 en Wisconsin y 23.000 en el distrito 2 de Nebraska hubieran dado la presidencia a Trump, incluso perdiendo en Pennsylvania, por cierto. Una cantidad irrisoria de votos teniendo en cuenta que las cifras provisionales acumuladas son de unos 73 y 78 millones de votos para Trump y Biden respectivamente. Además, se ha de tener muy en cuenta el resultado en las elecciones legislativas, que han arrojado un equilibrio de fuerzas entre demócratas y republicanos. Será decisiva la elección en segunda vuelta de los dos senadores por Georgia, pero si ganan los dos republicanos, cosa nada fuera de lo normal en función de los resultados del 3 de noviembre, Biden estará atado de pies y manos. Cuántas veces olvidan esto de la división de poderes los paladines de la democracia en Europa. Hace unos días La Vanguardia titulaba en portada: “Biden cambiará las leyes de Trump”. El número de estúpidos es infinito, pero la estupidez de los periodistas encargados de elaborar los titulares está más allá del infinito.

Es absurdo entusiasmarse con unas elecciones cuando ganan los que me caen bien y pensar que todo son manipulaciones cuando ganan los otros. En un chiste que corría por internet estos días, alguien preguntaba ¿qué es el neoimperialismo? Y otro respondía: que la geopolítica mundial la decida un votante de Pennsylvania. Era un chiste que pretendía ser antiamericano, antiglobalización y antitrump, pero, en realidad, escamotea una realidad significativa: quizás gran parte de la geopolítica mundial la decide una sola persona, sí, pero se llama Xi Jinping, secretario general del partido comunista chino, no un votante de Pennsylvania. Que unos pocos centenares de votos en un swing state -como Florida en el año 2000- decidan quién es Presidente de Estados Unidos durante cuatro años, parece bastante más transparente. Incluso si alguien objetara que la victoria de Bush en 2000 fue efecto de la casualidad, a veces eso puede servir para relativizar precisamente la democracia y no convertir los procesos electorales en algo así como sacramentales que dotan de ‘gracia’ política a los elegidos (tras ganar las elecciones veremos a Biden revestido de un aura de carisma como no había tenido en su vida: es lo que Weber llamaba la inversión democrática del carisma).

Por cierto, que la casualidad influyera en la victoria de Bush en el año 2000 resulta bastante fácil de explicar por el asunto de las famosas papeletas mariposa: en el condado de Palm Beach el diseño de la papeleta produjo una tasa de errores en la elección por parte de los votantes de los candidatos de su preferencia suficientemente grande como para resultar decisivos en la victoria final. Uno de los aspectos de los que menos hablan los medios de comunicación cuando tratan información electoral es la modalidad de voto. Este es un aspecto tan importante como el distrito electoral, la conversión de votos en escaños o la existencia de juntas electorales, por ejemplo. La modalidad de voto incluye el diseño de la papeleta (o formularios, a veces son formularios inacabables), el material del que esté hecho (sea papel, cartón, plástico o aplicativos virtuales), etc. Pues resulta que cuanto más detalladas y específicas sean las preferencias que se solicitan al elector, más compleja y sofisticada será la papeleta en cuestión. Y parece que -desde un punto de vista democrático- cuanto más se le pregunte al ciudadano y más opción se le dé de expresar sus preferencias, más fortalecido estará el sistema democrático. Sin embargo, a mayor complejidad de la papeleta, más probabilidades de que se produzcan errores en el acto de votar. Paradójicamente, puede pasar que un resultado ajustado acabe decantándose por actos fallidos. Por poner un ejemplo cercano, en el sistema electoral actualmente vigente para las cortes españolas, la modalidad de voto para el Congreso de los Diputados es la más sencilla posible, resulta prácticamente imposible equivocarse: una lista ya impresa por cada candidatura que simplemente hay que meter en un sobre. No hay que hacer nada más, ni subrayar a los preferidos dentro de la lista ni nada parecido. Sin embargo, en la papeleta para el Senado -cuyo diseño ha cambiado sustancialmente desde las elecciones de 1977 hasta la actualidad- el grado de sofisticación es mayor. Y en paralelo aumenta la tasa de votos erróneos. A veces esos votos erróneos son simplemente nulos. A veces no son técnicamente nulos y han de contabilizarse como votos para candidatos en realidad no preferidos por el elector. No es que el elector sea tonto, o sea no hace falta votar erróneamente para ser elector y tonto. Pero ser algo disléxico, por ejemplo, ayuda enormemente a votar erróneamente si la modalidad de voto es sofisticada. Sería interesante saber cuántos disléxicos había en Palm Beach en 2000. También en el año 2000, por cierto, tuve ocasión de comprobar muy de cerca cómo un cierto diseño de la papeleta garantiza una tasa de error cercana al uno por mil. Precisamente fue en unas elecciones al Senado en las que aproximadamente uno de cada mil votantes socialistas equivocaba su preferencia y la dirigía hacia un partido muy minoritario de cuyo nombre no quiero acordarme. Lógicamente, por el mismo tipo de elección, tal tasa de error no afectó en ningún caso a la asignación final de los puestos en el Senado y todo quedó simplemente en una anécdota. No sé cuántos disléxicos había en Barcelona en el año 2000 pero sí que era divertido ver cómo los candidatos de aquel pequeño partido veían crecer milagrosamente sus votos en proporción a la cantidad total de votos socialistas. Quizá hubieran hecho bien en aprovechar la situación para satirizar los procesos electorales en general, en lugar de atribuirse una cantidad de votantes irreal.

La famosa papeleta mariposa de Palm Beach
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