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24 de junio de 2024 1 / /

Sobre las maniobras de infiltración LGTB en la Iglesia


(Por Gonzalo García)

Después de confirmar el martes que no se trata de acoger al pecador sino de bendecir al pecado, decidí que tenía que acudir el sábado. La experiencia me confirmó muchas cosas de las que ya sabía.

Nos presentamos mi hijo pequeño (15 años) y yo en el lugar de la convocatoria, apenas 2 minutos después de la hora fijada para la “eucaristía en tierra de acogida”. Tanto la puerta de la iglesia como la del convento estaban cerradas. Se acercan un anciano acompañado de un hombre relativamente joven. Con sólo ver al joven sé que viene a esto. Le dice al anciano “aunque esté cerrado, yo llamo y nos abren” mientras maneja el móvil. Y, efectivamente, la puerta se abre y aparece una mujer con una camiseta de la organización convocante.

Mi hijo y yo desplegamos los carteles desde la acera de enfrente. La suya, recordando un punto del catecismo. La mía, un par de líneas de la 1ª Corintios. Los tres nos miran. Les digo algo así como que “hemos venido a recordarles lo que dice la Iglesia, porque creemos que tienen alguna confusión”. Los dos hombres entran y la mujer cierra rápidamente la puerta. Oímos deslizarse el cerrojo.

Decidimos quedarnos hasta la salida. Durante la hora de espera hablamos. De lo que hacemos allí. De lo que defendemos. De lo que nos van a decir. De la responsabilidad de quien no cumple con su deber al respecto. Le reconozco no tener ninguna gana de estar allí. De no tener ninguna gana de haber estado el martes en la charla. Pero de la necesidad que tienen, no los pobres despistados, sino los organizadores que tienen una intención muy clara, de tener a alguien enfrente. Alguien que no deberíamos ser nosotros, pero ante su cobarde deserción no nos queda más remedio.

Oímos voces y sabemos que van a salir. Nos colocamos -o nos mantenemos, porque llevamos una hora allí- al otro lado de la estrecha calle, justo frente a la puerta. Desplegamos los dos carteles y los mostramos. La puerta se abre y salen.

Nos miran. Alguno se ríe pretendiendo burlarse. Los más parecen sorprendidos. Alguno se muestra enfadado. Comentan entre ellos, sin levantar la voz. Alguno pregunta qué hacemos allí. Y contesto: “Queremos recordar lo que dice el Magisterio, porque nos parece que alguien les está engañando”. Un hombre se acerca. Amablemente nos pregunta de qué congregación somos. A qué carisma pertenecemos. Yo le contesto que somos católicos preocupados, sin más. Me sorprende su insistencia. Mi hijo me dirá después “estuve a punto de decirle que a una congregación llamada Iglesia Católica ¿la conoce?”. Hubiera sido una magnífica respuesta.

Le explico que estamos allí porque comprobamos, en la charla del martes, que no se está hablando de acogida sino de celebración del pecado, y queremos recordarles el magisterio de la Iglesia porque nos preocupa que alguien lo está manipulando. Me corta con una pregunta: “¿ustedes defienden la moral previa al Concilio Vaticano II?”. A pesar de que sabía que algo así se nos iba a plantear, me sorprende el desparpajo de la pregunta, que me hace sonreír. “No, por supuesto que no. Nosotros defendemos la moral de la Iglesia actual… aunque ahora que lo dice, es la misma que la de antes de ese concilio”. Él me lo niega y yo le hago ver que el cartel que sostiene mi hijo es el texto de un punto del catecismo publicado en 1992, 30 años después del CVII. Su respuesta tiene el mismo desparpajo y es tan reveladora como su pregunta. “Bueno, pero es que ese catecismo fue publicado por un papa que no había desarrollado la moral surgida del Vaticano II”. Intentando no parecer descortés, le pregunto cómo es posible que un Concilio Pastoral y no dogmático podría cambiar la moral de la Iglesia y sus dogmas sin tener capacidad para ello. Titubea. Le recuerdo que, aparte de que la moral no ha cambiado, tampoco podría hacerlo ya que es un principio de la Iglesia que lo que niega lo que ella ha defendido siempre es anatema, Le hablo de Santo Tomás de Aquino “que usted habrá leído”, y me viene a decir que, bueno, Santo Tomás, eso es de hace muchos siglos y que ya no vamos a tirar de Santo Tomás para hablar de moral. Le pido perdón humildemente, “no sabía que estaba ante una autoridad superior a la de Santo Tomás”. Una mujer le tira del brazo y se lo lleva.

Viene una señora. Mayor, con mascarilla. Señala el cartel que llevo yo y me dice que decir eso es pecado. “Señora, que es de San Pablo”. “Pues eso no es cristiano, Jesús nos perdonó a todos y nos quiere a todos hagamos lo que hagamos”. “Señora, Jesús nos acoge a todos pero nos pide conversión. A la mujer adúltera le dice vete y no peques más, no le dice que siga con su vida”. Mueve las manos insinuando un “déjame”, vuelve a señalar el cartel y mientras se retira dice algo así como “eso ya no es así, eso no es de Jesús”. Vaya. Tenemos autoridades superiores a Santo Tomás de Aquino y a San Pablo. Aquí hay nivel.

Yo intento volver a argumentar que lo que nos mueve allí es querer recordar el Magisterio de la Iglesia, que todos somos pecadores, y yo el primero, pero que el pecado se perdona cuando se reconoce y nos arrepentimos. Que hay que acoger, ayudar y acompañar al pecador, pero no animarle a que se mantenga en el pecado diciéndole que a Dios eso no le importa.

No puedo. No quieren oír hablar de ello, Estamos provocando, me dicen. Tú no eres cristiano, otra. Los pecados “ya no son una lista”, otro más.

Un hombre se acerca señalándome la cara con evidente nerviosismo “esto es delito de odio, y él es un menor y no puede estar aquí”. “Él es mi hijo y estará donde él quiera y yo considere, no donde diga usted, y ¿dice usted que es delito de odio citar en la puerta de un templo a San Pablo y el catecismo?”. “SIIII; CLARO QUE LO ES” me grita, ofuscándose cada vez más. “Pues no pierda tiempo. Llame a la policía, por favor”. “Estamos en ello”, me dice, Pero desgraciadamente no aparece ningún caballero.

Intento exponer razones con los que se acercan, yo no tomo la iniciativa. A todos con los que lo intento empiezo con “todos somos pecadores, y yo el primero ¿eh? pero la Iglesia nos enseña que todos estamos llamados a la conversión, que la Redención es para los que reconocen y se arrepienten, que….

No se puede razonar. “No sois cristianos, esa no es la Iglesia de Jesús, Jesús ama a todos, sólo perdonáis los pecados de los heterosexuales…”.

Se van yendo. Permanecemos en nuestro sitio hasta que se ha ido el último. Sus comentarios y chascarrillos dan muestra de lo que ellos entienden por caridad. Una chica pasea por la calle, ajena todo, con un perrillo. Uno de los participantes hace la gracia de señalarnos y hacer ademán de achuchar al chuco, valga la redundancia… “ataca, ataca… muerde…” para sobresalto de la dueña. La estampa de achuchador desentonaría por ridícula en una peli de Torrente.

Nos vamos. Hemos pasado un mal rato, porque no es el mejor plan de un sábado por la tarde estar una hora esperando con tanto calor para hablar a quien no quiere oírte. Pero ahí volvería a estar mañana mismo, ya que quien debiera hacer algo no lo hace. Darán cuentas.

Mi conclusión es la misma que al llegar. La mayoría de esta gente es gente engañada. Gente que se ha abrazado a quien les dice que no pasa nada porque sean débiles. Que no pasa nada porque pequen. Gente a la que les han NEGADO el magisterio de la Iglesia, a los que le han mentido miserablemente. Ellos tienen una responsabilidad, por supuesto. El magisterio está ahí, es claro, y deberían acudir a él. Pero hay quien tiene mucha más responsabilidad.

Los primeros, los que se esconden detrás de las siglas y colorines convocantes, que no buscan más que la infiltración en la Iglesia para destruirla. No se enteran de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Los segundos, los sacerdotes y religiosos que o bien prefieren el aplauso del mundo o bien directamente sirven al enemigo, y no sólo abren sus templos para estos akelarres sino que incluso llevan estas barbaridades al mismísimo altar de Dios.

Y terceros, los que deberían ser pastores pero han preferido ser funcionarios eclesiásticos, siempre tan dispuestos a acusar de rigoristas a quien defiende la recta doctrina como a mirar para otro lado ante las aberraciones que domingo tras domingo se produce en tantos templos y parroquias, ante tanta herejía defendida en los ambones, ante las barbaridades defendidas en la llamada “asignatura de religión católica” por muchos profesores que son enviados y confirmados por esos funcionarios, ante el nombramiento como catequistas de tantos y tantos defensores del pecado….

Todos tendremos que dar cuentas. Las mías serán terribles. Pero las de esos tres grupos tendrán difícil defensa.

Termino con dos cosas:

Publiqué en redes dónde estaba el sábado. Algunas respuestas han sido o insultantes (pero no ofende quien quiere sino quien puede) o -en el caso de un miembro de la organización convocante- acudir a citas de la Escritura manipuladas. Ante esto último mi respuesta fue acudir al magisterio. A cambio, más citas, confirmando lo que estaba claro: En todo caso, serían protestantes. Ellos seleccionan lo que les conviene y lo interpretan a su gusto. Y la “nueva iglesia” es la que se amolde a ello.

Reitero que ojalá yo no tuviera que ir a estas cosas. Ojalá yo no tuviera que recordar según qué cosas. Algún pobre despistado dice que lo hago porque odio a los homosexuales, o porque me considero mejor que ellos y quiero “que desaparezcan”. Si fuera por eso me quedaría en mi casa, no iría a intentar recordarles cuál es la puerta estrecha de la Salvación. Para ellos y para mí. Porque es lo que quiero, para mí y para ellos. “Hay que amar al prójimo”, me dice alguno. Precisamente, respondo. Y no les ama quien no quiere para ellos lo mejor. Que no es disfrutar en esta vida, sino en la Vida Eterna. A la que fuimos llamados por Nuestro Señor, no por el Vaticano II.

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Un comentario en “Sobre las maniobras de infiltración LGTB en la Iglesia

  1. Luis Gonzaga Palomar Morán

    Enhorabuena por la acción. Bravo.

    Responder

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