Icono del sitio Ahora Información

¿Te gusta Trump?

 

La retransmisión del acto de toma de posesión de Donald Trump de su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos ha sido un acontecimiento histórico, seguido ayer por cientos o miles de millones de espectadores en el mundo entero.

No solo nos permitió contemplar una ceremonia envidiable en tantos aspectos -una nación unida en torno a su historia, sus leyes, sus símbolos y sus instituciones-, sino escuchar el discurso programático de Donald Trump, completo, en directo y sin que fuera un sesgado intermediario quien nos lo contara.

No hay más que leer o escuchar a los medios de comunicación del sanchismo para apreciar la colitis y desesperanza que la llegada de Trump al poder ha provocado en las mesnadas de la progresía dominante, la sensación de que, efectivamente, se les va a acabar la fiesta.

La cultura Woke, el Me too, la dictadura de la corrección política, el revisionismo histórico, la imposición de la ideología de género, el victimismo social, el feminismo radical, el buenismo ante la inmigración ilegal, el control higiénico de la población, el camelo de cambio climático, el ecologismo de salón, la matraca de la sostenibilidad  y demás señas de identidad de este progresismo tóxico que ha hecho entrar al mundo occidental en un periodo de indisimulable decadencia y ocaso del sentido común, parece que tienen los días contados.

Oír a un presidente de Estados Unidos la declaración rotunda y sin concesiones -ante las propias narices del decrépito Biden y la actriz de reparto Kamala- de su intención de barrer del mapa esa bazofia progre, resulta muy esperanzador, y permite comprender el entusiasmo que la figura de Trump despierta en muchos sectores en nuestro país, y no solo entre los simpatizantes de Vox.

Como escribe con acierto Luís Ventoso en El Debate, el conjunto del discurso de Trump fue “una estimulante apelación a la confianza en el futuro y al aprecio patriótico por la propia nación”, proporcionando a su país “un chute de autoestima”, como en su día hizo Reagan en su investidura. “¡Ojalá -concluye el periodista- tuviésemos en España un político que nos hablase con esa claridad, esa fe en las potencialidades del país y ese optimismo!

Y yo lo suscribo, aunque confieso, sin embargo, que a mí hay algo de los que vi y oí ayer, que no me acaba de gustar, que no me deja tranquilo. Y no es por la liturgia de exaltación de la Democracia, o las discrepancias ideológicas respecto a un convencido liberal que se me pueden suponer por mi condición de tradicionalista. Sería ridículo esperar otra cosa de un presidente de Estados Unidos, así que no es por eso.

No me gusta el nacionalismo, que algunos confunden con el verdadero patriotismo, y que no solo no son sinónimos, sino que son antitéticos. Al nacionalismo deben los siglos XIX, XX y lo que va del XXI muchas de sus páginas más sangrientas.

No me gusta el mesianismo, colectivamente expresado en la idea de ser la nación escogida, e individualmente en la autoconsideración de ser el salvador del mundo.

No me gusta el liderazgo que se rodea de determinado tipo de gente, referentes planetarios de la codicia, la insolidaridad y la falta de justicia social.

No me gusta el maniqueísmo ni la polarización, la división del mundo en buenos y malos, en amigos y enemigos.

No me gustan los que solo se preocupan de ganar, y se desentienden del destino del que pierde.

No me gustan los que creen que el fin justifica los medios, a lo Netanyahu, ni que los intereses nacionales conceden una ilimitada patente de corso para actuar como el sheriff de la pradera.

No me gusta el que invoca a Dios, pero sólo para proclamar que Dios está de su parte, y no él de parte de Dios.

Ese mesianismo, ese nacionalismo cerrado, esa determinación a imponer sus ideas caiga quien caiga, me recordaron a otras figuras históricas que también suscitaron esperanzas de un nuevo renacer y acabaron preludiando tenebrosos desenlaces.

Trump ejemplifica un mecanismo de acción y reacción a nivel de una sociedad  harta de un wokismo que solo alimenta su burbuja ideológica, despreocupándose de los problemas reales de una población crecientemente empobrecida y coaccionada.

Los que lo han generado no pueden llevarse ahora las manos a la cabeza. No es la primera vez en la historia que esto ocurre, que la gente se agarre a alguien que le libere de la pesadilla.

Por eso la llegada a la Casa Blanca de un hombre como Trump, que anuncia que el mundo entra con él en una nueva era, me produce una mezcla de esperanza y de intranquilidad.

No comparto la cobardía del PP, siempre temeroso de lo que la izquierda pueda decir de ellos, y mucho menos la cruzada antitrumpista de Sánchez, que en esta ocasión atenta, además, contra el interés nacional.

Pero tampoco me sumo al entusiasmo de algunos, que creen que lo que necesitamos es traer lo de Trump a España para hacernos “great again”.

Siguiendo con los anglicismos, prefiero un prudente y expectante “wait and see”

 

 

 

 

Salir de la versión móvil