Todo a la vez
(Por Javier Garisoain) –
Las explicaciones de la realidad no son la realidad. Cada vez que diseccionamos algo dificultamos la explicación de todo. Cada vez que memorizamos un capítulo de la vida afeamos el conjunto. Cada vez que decimos que el arco iris tiene siete colores ocultamos que está compuesto por una gradación infinita de tonalidades. Cada vez que partimos un pastel nos dejamos parte del mismo en el cuchillo. Los mapas reflejan la realidad, pero no son la realidad.
La primera ciencia, la más infantil y la más divertida es la taxonomía: la clasificación de las cosas. ¿No fue esa la primera tarea que asumió como propia Adán en el Paraíso? Ahora sabemos que dar nombre a los animales, a las plantas y a todos los seres u objetos es una ciencia sin fin. Porque para desesperación de nuestros pequeños cerebros el mundo no es matemático sino casi matemático. No es perfecto sino casi perfecto. En el mundo científico hay tantas normas como excepciones a la norma. Por eso el racionalismo siempre se queda corto y acaba superado por cosas tan incomprensibles como la relatividad, la curvatura del espacio-tiempo, o los saltos en la evolución.
Y si esto es así en el mundo físico no digamos en el de las ideas. De hecho es posible que no exista entre ambos mundos ese abismo tajante que solemos imaginar. Puede que la división entre lo visible y lo invisible no sea en el fondo mas que otra convención a la que nos aferramos para ir tirando. Y no creo que haga falta hacerse budista para sospecharlo. Lo cierto es que las pesquisas de los científicos y los descubridores a veces se reducen a eso, a hacer visibles cosas invisibles como los microbios, el átomo, las ondas, el núcleo terrestre o los agujeros negros… Tanto el espíritu como la materia son partes de la hermana realidad, esa que no depende de nuestra opinión. Tal vez no fuera extraño que también ahí, como en el arcoiris, hubiera estados intermedios. Algo de eso dicen que andaba rumiando Nikola Tesla al final de sus días.
Cada vez que hacemos una lista de conceptos o vamos por partes nos perdemos algo importante por el camino. Nuestras listas son inevitables, nos ayudan a memorizar, y a transmitir nuestros conocimientos a los jóvenes, pero esta descomposición de la sabiduría, que nos parece tan necesaria para aprender, no es mas que un truco que usamos para entender las cosas. También el aparato digestivo descompone los alimentos para hacer posible la asimilación de nutrientes.
No podemos vivir sin orden, y no podemos hablar sin ordinales. “Primero va esto, luego va aquello”. “Esto es más importante, y después lo otro…” Sin embargo para Dios no es así. Para Él todo es a la vez, todo ocupa el mismo espacio y el mismo tiempo. Aunque ese todo, siendo todo, tampoco es una masa informe de energía, sino un conjunto armonioso de seres, límites y formas. Cuando Dios nos enseña los Mandamientos no es para que tengamos a mano una lista de verificación, sino para que entren en nuestra mollera. Son sólo diez -y uno hacer fiesta-, pero cuando nos volvemos mezquinos, farisaicos, racionalistas o cientifistas, se nos convierten en mil preceptos, o en cien mil. Cuando vino el Hijo nos pidió el esfuerzo de entender que todo era uno, que bastaba con un solo mandamiento: el del amor.
Y así sucede con todo. La huella divina es la unidad, la armonía gradual, los cambios imperceptibles, los trajes a medida. Ojo con las listas, las explicaciones, el encasillamiento, las divisiones arbitrarias y el sesgo pedagógico a la hora de contemplar la realidad. Más humildad. Al final la verdad es una, y siempre nos supera. Mañana celebraremos que nuestro planeta ha completado otra vuelta al sol y que la era de Cristo ha cumplido 2024 años. Pura convención, pues lo que hace la Tierra visto desde el centro de la galaxia no es una órbita elíptica sino una helicoide; y porque la era del Verbo es la del alfa y la omega. Pura y bendita convención, en fin, porque gracias a ella podemos decir: ¡feliz año nuevo!