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Trivializar la muerte, síntoma de una sociedad sin Dios y sin esperanza

Por Javier Navascués.-

Recientemente causó mucha conmoción en toda Francia la muerte de Agnès Lasalle, una profesora de español que fue asesinada por un alumno de 16 años y no es para menos pues es algo ciertamente inusual y terrorífico que un adolescente asesine a su propia profesora.

La gente estaba muy sensible ante tal espeluznante asesinato. Poco después tuvo lugar el funeral y el hecho se hizo viral porque su esposo la despidió con un baile al compás de lo que parece una canción muy popular en Francia y después muchos de los presentes se pusieron a bailar delante del ataúd de la fallecida.

Vi claramente que cuando un servidor acabase los compromisos de las entrevistas pendientes, el hecho tenía un buen artículo de opinión que podía ayudar a reflexionar sobre uno de los síntomas de la decadencia de nuestra sociedad actual.

Por supuesto que no juzgo la intención del esposo que presupongo muy buena y el amor que sentía por su mujer y que estaba muy sensible ante tan horrendo crimen y fue una especie de catarsis. Seguramente pensó que la mejor manera de honrarla era dedicarle el que presumiblemente sería uno de sus bailes preferidos.

Humanamente no hay nada reprochable, aunque si elevamos la reflexión al plano sobrenatural, estoy convencido de que, aunque la intención fuese buena acabo siendo una manera de trivializar la muerte. Y me impactó mucho el contraste entre ese baile mundano y la gravedad católica ante las postrimerías, en donde el alma abandona este valle de lágrimas y es juzgada por Dios. La Iglesia siempre ha enseñado que también se guarde un gran respeto por los cuerpos.

La costumbre católica es rezar por los muertos. Es muy edificante cuando una persona fallece ver como sus familiares rezan varios rosarios ante su capilla ardiente y unirse a rezar con ellos. También es lo propio asistir a la Santa Misa de difuntos, con un grave sermón, el responso y todas las oraciones tradicionales de la recomendación del alma.

Además de las oraciones, entre las cuales no hay nada mejor que las Misas gregorianas (30 Misas seguidas por el alma del difunto), lo propio es el silencio ante la gravedad de la muerte. Y no me refiero a los minutos de silencio (que es una costumbre pagana muy extendida y que viene a sustituir a la oración por su alma). Me refiero al silencio respetuoso en el funeral y después acompañando el cuerpo del finado al cementerio. Por supuesto que esa actitud de silencio no es incompatible con dar el pésame o consolar a los familiares del fallecido o incluso en una comida posterior recordar las virtudes del ausente.

También hay unos cánticos muy bonitos específicos para estos momentos. La muerte es el verdadero termómetro de la vida espiritual, el barómetro de nuestra fe y la debemos afrontar con recia entereza y con firme esperanza, algo que no excluye las lágrimas, pues hasta el mismo Cristo lloró la muerte de su amigo Lázaro. Esa es la actitud cristiana edificante para afrontar el final de la vida terrena.

Todas las trivializaciones de la muerte me parecen de muy mal gusto, aunque probablemente muchos no saben lo que hacen. El colmo de la trivialización es esa costumbre tan macabra de algunos países (afortunadamente muy minoritaria aún) de no velar a los muertos en el ataúd, sino exhibirlos en una moto o en un sofá fumando un puro etc…Siempre vi algo muy siniestro en ello y en general he sido muy sensible con aquellas costumbres mundanas que tienden a trivializar y banalizar algo tan grave y tan serio como la muerte.

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