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28 de diciembre de 2016 0 / /

Una maldición gitana o el himeneo de Lucrecia. (Versión completa)

Noche De Bodas, Novia, Novio, Fuerza

Lokistán, tenía un sistema político que se decía “monarquía parlamentaria”, mas no por la Gracia de Dios, sino por la culpa de los hombres.

Había conseguido entrar en la Unión Europea, para ello se tuvo que desmantelar gran parte de la industria, arrancar viñas y olivos, matar vacas, etc, pero merecía la pena. Todo por estar en Europa.
Después llegó la crisis que por supuesto no era culpa del despilfarro y el saqueo de los partidos políticos como maliciosamente decía el populacho sin pruebas ninguna para ello. La crisis, como decimos llegó, y hubo que ajustarse el cinturón. Los bancos y los partidos políticos no, porque esos usan tirantes. Doña Ángela insistía que el cinturón había que apretarlo más, y más y más…. Y llegó un momento que los lokistañoles parecían tener la cintura más apretada que una lechuga.
Pero el gobierno de Lokistán les recodaba periódicamente a sus habitantes que afortunadamente tenían democracia y con esa palabra todos se ponían la mar de contentos y seguían siendo felices, dejando que el gobierno continuara obedeciendo las órdenes de doña Ángela.
A pesar de todo, doña Ángela, seguía descontenta con Lokistán y a final decidió visitar aquel exótico país y cantarle las cuarenta al presidente del gobierno.
En Lokistán se volcaron en el recibimiento a doña Ángela y ésta muy agradecida, a cambio les dio a los lokistañoles, las recetas para una buena administración. No nos paramos a detallar los detalles de aquella dichosa recita pues es bien conocida por todos. Solo nos detendremos en subrayar el interés que doña Ángela puso en la necesidad de una reforma de la justicia. Y ahí es donde se lució el gobierno de Lokistán, primero con su ministro de justicia Gallinón y después con su sucesor Cataplán.
Lo tenían todo calculado, nada podía salir mal y de esta manera, llevaron un día a doña Ángela a una sala de vistas del Tribunal Supremo. Y allí doña Ángela volvió a repetir su ya conocido discurso:
-Es necesario que Lokistán se ajuste nuevamente el cinturón para salir de la crisis, necesitan ustedes suprimir la siesta, los toros, eliminar todas las fiestas y domingos, reducir el salario a la mitad, poner la jornada laboral de veintitrés horas diarias y, por supuesto, reformar su sistema judicial que, es de lo peor que hay en Europa o de lo contrario les doy a ustedes una patada en el traseren y los echo de la Unión Europea ipso facto.
El presidente que ya estaba hartito de oir siempre lo mismo le contestó:
Por supuesto doña Ángela, se hará como usted diga, precisamente, por eso la hemos traído hoy aquí, porque mi ministro de Justicia, el señor Cataplán, ha reformado el sistema judicial de arriba abajo.
En efecto, -dijo Cataplán-, teniendo en cuenta los sabios preceptos de Triboniano, Alfonso X el Sabio, Raimundo de Peñafort y otros sabios doctores de la Ley, todos pertenecientes a nuestro partido, he creado una reforma de la administración de justicia, contundente y eficaz. Y precisamente, ahora, va a tener lugar, en su presencia, el primer juicio contra un grave delito de contrabando.
Y dando unas palmadas continuó. -¡Que empiece el juicio!
Entonces entraron en la sala de vistas, el juez, el letrado de la administración de justicia, el abogado y el agente judicial. Cada uno, sabiendo muy bien su papel fueron a ocupar sus respectivos puestos en la sala, y hecho esto, el juez exclamó: – Proceda a la lectura del resumen de lo actuado el señor letrado de la administración de justicia. Aff, aff, aff. ¡Con lo fácil y cortito que era decir secretario!
– Resumiendo todo lo actuado, -dijo éste- de momento solamente falta la declaración de la testigo doña Esperanza Perdida del Todo, para que testifique si la carta interceptada a los dos contrabandistas era verdaderamente blanca o por el contrario, era de color marrón.
– Que pase la testigo. Exclamó el juez. Pero el abogado defensor dijo que previamente tendrían que estar presentes los acusados.
– Es cierto. -dijo el juez-. Que pasen los acusados y la testigo.
Enseguida entraron Jesús, Federico y Esperanza. Jesús y Federico no tenían un aspecto nada tranquilizador, seguramente por ello, iban acompañados por sendos agentes de la Policía Nacional. El juez, con firmeza los mandó sentar en sus respectivos asientos y ordenó al letrado de la administración de justicia, que tomara juramento a la testigo según la nueva forma prevista en la nueva reforma judicial, y ordenó al agente que trajera el Código Penal
El agente judicial, no se molestó lo más mínimo en ir a buscar un ejemplar de dicho Código, se limitó a entregar al juez el libro de Mortadelo y Filemón que estaba leyendo. El juez lo tomó en sus manos y se dirigió a Esperanza diciéndole: -¿Jura usted decir la verdad siempre y cuando sea políticamente correcto?
– Sí, juro un poquito, -dijo-. Y siguieron el diálogo:
– Diga la testigo a este Tribunal de qué color era la carta que usted vio entregar por los acusados a los reaccionarios aquellos que usted ya sabe.
-Pues verá señor juez, la carta era amarilla. Pero no amarillo pálido, no, sino amarillo amarillo, pero no amarillo fuerte, sino un amarillo limón, usted ya sabe, un amarillo tirando a verde pero, no verde botella, sino más bien verde pistacho, casi anaranjado, de ese color naranja que tienen las naranjas cuando está maduran que parecen como tomates, así de rojo, pero no de un rojo cualquiera, sino un rojo subido, casi “amoratao”, tirando a berenjena, con algunos reflejos azules, que cuando usted lo ve, dice: Qué azul más bonito, si parece el mar en una puesta de sol cuando el mar se vuelve de ese color rosa pálido, como la piel de un bebé de ochenta años.… Pues ese era el color señoría.
El juez le preguntó entonces a Cataplán. -Y ahora ¿qué?
Cataplán dijo, -Siga con lo previsto hombre, siga, ¿para qué está la independencia judicial?
Así que el juez cortó por lo sano y añadió. – Sí, bien, claro. Bueno pues una vez que ha quedado probado que la carta era de color blanco. Se condena a los dos acusados a la pena máxima.
No es necesario que digan si tienen algo que manifestar porque, no va a servir para nada.
Doña Ángela preguntó a Cataplán.-¿Cuál es la pena máxima?
– ¡Oh! Ya verá, ya verá, es lo mejor de mi reforma. Y el juez añadió.
– Como la nueva reforma pretende alcanzar la máxima rapidez en la administración de justicia, se va a proceder inmediatamente a la ejecución de la condena.
A Jesús se le había cambiado la cara y la de Federico estaba más blanca que la leche.
-Pero, ¡¿Qué nos van a hacer?!. ¡Federico!.
-¡Ay Dios mio, están todos locos!
Mas su abogado exclamó: -¡Protesto!
Que conste en acta, le dijo el juez a letrado de la administración de etc, etc,…
Y, esa protesta ¿para qué sirve?, le preguntó Jesús.
– Yo qué sé, yo sólo cumplo con mi obligación.
– Guarde silencio, señor letrado. -le dijo el Juez, y añadió al agente: -a ver, que pasen las verduguesas.
Doña Ángela, se preocupó y alarmada por la duda que se le instaló en el interior de su cuadriculado cráneo interpeló al presidente: -Pero, la pena máxima no será la pena de muerte, ¿verdad?
– ¡Oh! No, por supuesto, nosotros pertenecemos a un partido provida, estamos siempre a favor de la vida, eso es cosa bien sabida por todos, y apoyamos el derecho a vivir.
Cataplán le corrigió -No, es Derecho a vivir quién nos apoya a nosotros.
-Bueno, qué más dará.
Mientras tanto habían entrado en la sala dos típicas y tópicas gitanas, madre e hija, Beregona y Cerfilanta se llamaban, pero nadie sabe por qué.
La madre era Beregona y con mucha resolución dijo: -Buenos días, ¿a quién hay que ejecutar hoy?
A esos dos, dijo el juez señalando a Jesús y Federico, mientras los policías nacionales los esposaban a sus respectivos asientos impidiéndoles todo movimiento.
Doña Ángela, no las tenía todas consigo, sabía la fama de bestias que tenían los lokistañoles. -Pero, ¿qué es lo que van a hacer?
Cataplán, lleno de orgullo tomó la palabra y le dijo.- Esto que va a presenciar es la idea estrella de nuestro sistema judicial. La pena máxima en este país ya no es la pena de muerte, ni la cárcel, ni ninguna de esas antiguallas. Es una maldición gitana.
Doña Ángela, dijo: -Òh!. Pero, eso es una tontería.
– Si, sí. Ya verá.
Cerfilanta, se fue derecha a Jesús, se puso delante suya mirándole muy fijamente haciéndole visajes. -Ahora verás….
Jesús, sonriéndole y en tono burlón le dijo: -Je, je. ¡A mí una maldición gitana…! si yo también soy gitano, hombre, y sé de maldiciones veinte veces más que tú.
– Sí pero tú no has estudiado la carrera en París, ni has hecho el doctorado en Oxford.
Ni has hecho dos cursos homologados del sindicato de verdugos y verduguesas.
Bueno, vamos a lío. Y poniéndose en posición y haciéndole pases con las manos con mucho oficio, dijo:
-Por las parcas guadañudas
Que habitan en el Averno.
Por Hécate, la gran diosa
Imperante en el infierno
Tuyos sean cien millones
Y los expropie el gobierno
¡¡Fu!!
Jesús ni se inmutó y le dijo: – Pues ahora verás tú:
Huélgome mucho en oírte
Pues con las parcas me entiendo
Y Hécate no me asusta
Se te fastidió el invento
Que me quedo los millones
Y tú allá con el gobierno.
¡¡Fu!! ¡¡Fu!!
Cerfilanta cayó al suelo, y retorciéndose como si le sacaran las tripas, gritaba: -Aaaaag!, ¡Oooooh!
– Oooooh. Dijeron todos a la vez. Pero Beregona, muy segura de sí misma le gritó a Cerfilanta: – Ánimo hija. Inténtalo con otra.
– Voy, voy. -Se puso de nuevo en posición y empiezó otra vez-:
-Que las harpías me asistan
Que el dios del Hades me valga
Que Perséfone me ayude
Que el maleficio me salga
Y el Can Cerbero te muerda
Donde termina la espalda.
¡Fu!
Jesús contestó:- Ahora verás:
Tú sí que eres una harpía
Mas conmigo no te vale
Que ni ese chucho me muerde
Ni a ti te vale el del Hades
Ni Perséfone te ayuda
Ni el maleficio te sale
¡¡Fu!! ¡¡Fu!!
Cerfilanta volvió a caer por tierra. -Aaaaaah, oooh, ooog. Madre, que me muero
Ya voy hija, ya voy. Y Beregona, poniéndose delante de su hija le dijo: -Curita sana, curita de rana, sin no sanas hoy, sanarás mañana.
Cerfilanta, se levantó como nueva. -Gracias madre.
Y Beregona le dijo al juez.- Señoría, esto le pasa a mi hija porque es un poco novata, pero déjeme a mí con el otro reo y verá como sale todo bien.
– Adelante.
Beregona dirigiéndose a Federico: A ti te toca.
Federico muerto de miedo: Noooo, a mí no, que yo no soy gitano y no sé nada de maldiciones.
Pero Jesús le dijo, tú tranquilo quillo que aquí estoy yo.
– Ah bueno. En ti confío.
Beregona haciéndole pases, gritó: -¡Silencio!:
Talabor de ayivés de la soniblón
Paro, paro, que será de Condorachi
Que piripi la pigüey casi me cachi
Estoglosia caniposa remojón.
– Jesús desconcertado sólo acertó a decir: -Ni idea no tengo ni idea.
Federico, se revolvía y gritaba como lo hizo ante Cerfilanta. -Jesús, ayúdame.
– No sé.
– Galachí nachimpón
Tripilí mira aquí
Pelundín galovió
Cerfilanta empezó a bailotear tocando las palmas.- Ole, ole.
-Se está ensañando, -dijo el abogado.
Jesús, di algo. -Le rogó Federico.
– Estoooo,…. ¡malage!, -fue lo único que pudo decir el pobre Jesús-.
Y Beregona, continuaba:- Alegrí natolú
Ladrochú Katmandú.
– Katmandú, ¡me ha dicho Katmandú.!
-¡Katmandú! -repitió Jesús asombradísimo-. -Es que me puede. No tengo ni idea-.
– Peluquín que te ví
Sugüés de la lachí…
Cataplán intervinó: -Basta ya. -Se callaron todos- Y dirigiéndose a Ángela: -Ahora, como verá, en nuestro país, además de la reforma judicial que hemos puesto en marcha, aplicamos también, los principios filantrópicos y, al reo, antes de terminar con la ejecución le damos la oportunidad de librarse de la misma, mediante la aceptación de una pequeña condición.
Ángela, con cara de asombre le dijo: -Si no lo veo, no lo creo. Usted dirá.
Cataplán dirigiéndose a Federico le dijo muy melosamente: -Te puedes librar de continuar con esta maldición aceptando una pequeña propuesta sin importancia.
Federico aceptó de inmediato.- Lo que sea, lo que sea.
-Pues es bien sencillo, -añadió el ministro-, sólo te tienes que casar con la única hija de nuestro actual jefe del estado.
-Acepto. Lo que sea.
Presidente, cogiendo la ocasión por los pelos, dispuso que la hija del jefe de estado acudiera inmediatamente y le dijo al ministro: -Cataplán puede casarla inmediatamente..
Anda y eso ¿por qué?, -se atrevió a preguntar Jesús.
Porque la dinastía está hecha un asquito, y a la hija del jefe del estado no hay quien la case.
-¿Por qué?,- insistió Jesús
– Ya lo comprenderán.
Y el pobre Federico se atrevió a hablar también: -Y la boda ¿tiene que ser por la Iglesia o por lo civil?
-Pues ya que es usted un reo, será por lo criminal. -Aclaró Cataplán cargado de toda lógica.
Federico insistió: – Pero, ¿se puede uno divorciar?
– Sí, claro, pero, por lo criminal.
– Y eso ¿Cómo es?
– Usted sabrá como es un divorcio por lo civil, ¿verdad?
– Sí
– Pues imagínese como será por lo criminal.
Fue entonces el momento histórico, cuando entró la princesa Lucrecia. Más cursi que tocar diana con un violín. Y más loca que la jaca de la Algaba. Se dirigió a Jesús: -¡Oh! Amado mío, ¡cuánto tiempo esperándote! Eres tal como te imaginaba.
-Es la princesa Lucrecia.- Dijo el presidente.
Jesús dando un salto en su asiento gritó: -no, que no soy yo. Es Federico.
– ¡Chivato!. -Exclamó Federico.
Lucrecia, se encogió de hombros, y dirigiéndose a Federico con los brazos extendidos dijo, -Ah! Bueno es igual. -Lo abrazó y añadió.- Seremos perdices, comeremos felices y tendremos casos de corrupción. ¿No te hace ilusión?
– ¡Puf!. -Federico, cuando se emocionaba era de pocas palabras, y es comprensible.
Hasta aquí llegó la historia del histórico juicio que consiguió el imposible himeno de la princesa Lucrecia, porque doña Ángela interrumpió: -Bueno, ya he visto bastante. Verdaderamente han hecho ustedes una eficaz reforma jurídica. Espero que las demás condiciones que les he indicado las cumplan. Importantísimo la reducción del salario a la mitad.
– Por supuesto, claro que sí. -Exclamó el presidente.
– Pues, en ese caso, si se portan ustedes bien, le mandaré quinientos turistas alemanes más cada verano.
– ¡Viva doña Ángela!, -gritó el presidente.
-¡Viva!, corearon todos. Y a Doña Ángela emocionada se le escapó: -¡Viva el cuarto Reich!, digo ¡viva la Unión Europea.!-.
-Verdaderamente, da gusto tener unos socios tan tontos. -Añadió
-Y el abogado apostilló: -Verdaderamente, da asco tener unos gobernantes tan traidores.

Fin de la tragicomedia: Una maldición gitana o el himeneo de Lucrecia.

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