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Unos dibujos inéditos de Carlos VII

(por Javier Urcelay)

Dibujo realizado por Carlos VII en 1872. Archivo marqués de Lácar

 

En el archivo de los descendientes del primer marqués de Lácar, Francisco de Borja Cavero y Álvarez de Toledo, se encuentra un cuadernillo con una serie de dibujos, de los que el IV marqués de Lácar, Juan Luis Cavero y Caro, entregó una copia a ese inigualable archivo viviente de la historia del Carlismo que es Víctor Sierra-Sesumaga, que es quien me lo ha hecho llegar ahora a mí, al entender que el ya fallecido IV marqués de Lácar no le mostró ninguna pega a que se diera a conocer.

El cuadernillo de dibujos está encabezado por una hoja con el siguiente texto:

“Entretenimiento de mis ocios en las excursiones de los caseríos de la frontera en 1872.

Recuerdo a Pacucho,

Solrac

Venecia, 22 de diciembre de 1882”.

Bajo el nombre “Solrac” se esconde en realidad la palabra Carlos, escrita al revés, lo que descubre la autoría de los dibujos por parte de Don Carlos de Borbón y Austria-Este, el rey carlista Carlos VII, cuya caligrafía resulta, por otra parte, perfectamente reconocible.

Se trata pues de una pequeña y hasta ahora completamente desconocida colección de dibujos realizados a la plumilla por Carlos VII durante el año 1872, como forma de matar el tiempo en las excursiones que realizó ese año por distintos caseríos de la frontera franco-española.

Para ver la totalidad de los dibujos del cuadernillo, pinchar en el siguiente enlace:

Dibujos realizados por el rey carlista Carlos VII en 1872

Pero vayamos por partes.

El 21 de abril de 1872 se produjo el levantamiento de los partidarios de Don Carlos de Borbón y Austria-Este que daría lugar al comienzo de la tercera guerra carlista. El pretendiente Don Carlos cruzó el 2 de mayo la frontera, cuando la organización del ejército carlista en formación era aún muy precaria. El general Serrano, viendo que don Carlos marchaba junto a su exigua tropa en completo desorden, mandó a Domingo Moriones el ataque. El 3 de mayo se aproximó a Oroquieta, y al día siguiente atacó la localidad navarra donde se encontraban los carlistas.

El pretendiente carlista Carlos VII fue derrotado -la batalla se conoce como “el desastre de Oroquieta”- y estuvo a punto de ser capturado, teniendo que escapar al galope y pasar la frontera, a la espera de que la insurrección tomara mayores bríos. No volvería a entrar en España hasta poco más de un año después, el 16 de julio de 1873.

Ese periodo de catorce meses largos entre la primera y la segunda entrada de Don Carlos al escenario de la guerra, es uno de los peor conocidos en la biografía del rey carlista. Don Carlos deambuló por el sur de Francia, ocultándose mientras los rumores especulaban sobre su posible muerte.

Vivió los primeros tiempos en un castillo en los alrededores de Bayona. Luego pasó a Burdeos, donde, en el Hotel de la France, se hacía pasar por un turista americano. Oculto, deseoso de volver a penetrar en España en cuanto tuviera oportunidad, y siempre temeroso de ser descubierto, Don Carlos constantemente realizaba excursiones por los caseríos cercanos a la frontera, donde era acogido por los vascos franceses, siempre dispuestos a darle asilo y protegerle de la policía.

Con el nuevo año, en enero de 1873 Don Carlos se trasladaría a un castillo situado entre Toulouse y Tarbes, para estar más cerca de los dos frentes, el catalán y el vasco-navarro, donde la guerra se extendía con rapidez.

Es en ese periodo entre mayo y diciembre de 1872 pasado en el territorio vasco-francés, en el que sirviéndole de “entretenimiento de mis ocios en las excursiones de los caseríos de la frontera en 1872”, Don Carlos realizó los dibujos contenidos en el cuadernillo.

Los dibujos muestran la afición de Don Carlos al dibujo, que ya conocíamos por alguna otra muestra. El cuadernillo que ahora presentamos añade, sin embargo, nuevos dibujos hasta ahora inéditos, y, sobre todo, sorprende por su temática, que quizás requiriera de un psicoanalista para su interpretación.

El estilo y la técnica de los dibujos son desgarbados, con trazo suelto y cercanos a los que se usaban en las viñetas o caricaturas, recordando a los que pocos años después veríamos de Toulouse Lautrec. Pero los temas nos resultan enigmáticos. ¿Qué significan esos vagabundos o esas escenas que parecen revelar una intención satírica o de crítica social? ¿Y esa imagen de la flor de lis, la corona y un gallo o gallina hundiéndose en las aguas de un río, ante la mirada inquietante de un personaje que lo contempla desde el puente? ¿Es acaso el propio don Carlos de uniforme el que se autorretrata de uniforme, en otro de los dibujos, abrazado por su esposa Margarita?

Tampoco deja de ser curiosa esa forma de firmar su cuadernillo con el nombre escrito al revés: ¿una forma más de protección para no ser descubierto, o simple pudor?

Don Carlos regaló el cuadernillo en 1882 al general Francisco Cavero, hijo del conde de Sobradiel y barón de Lestosa, y la baronesa de Castellví de Rosanes, al que él mismo había concedido el título de marqués de Lácar en 1876 por haber sido el primero en penetrar en la localidad navarra al frente de la caballería carlista. El mismo Don Carlos le concedería más tarde otros dos títulos como reconocimiento a los muchos servicios prestados a lo largo de su vida a la causa legitimista.

En 1882 Cavero se hallaba exilado en Francia, tras haber atravesado la frontera al final de la guerra con los restos del Ejército del Norte, como comandante general carlista de Castilla y jefe de la división aragonesa.

En la dedicatoria de la primera página, Don Carlos transmite recuerdo a un “Pacucho”, que desconocemos con certeza de quien se trata. Podría ocurrir que fuera el propio general Francisco Cavero, al que Don Carlos se refiriera con esa familiaridad, si es que acaso el cuadernillo no fuera entregado a él, sino a persona de su entorno.

Una cuestión más por resolver, como tantas otras en la biografía de Don Carlos y, en general, en la historia del carlismo, pendientes de que en un futuro no lejano puedan desvelarse, cuando algún día -Dios quiera que antes de que sea tarde- los archivos familiares, como en este caso el de los marqueses de Lácar, puedan ir saliendo a la luz y proporcionando acceso a los investigadores.

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