¡Vota! (Que alguien haga algo, nº 35)
Aprovecho ahora que no tenemos elecciones inmediatas en ciernes para recomendar el voto. Mi lado más purista se resistía a incluir este verbo en esta colección de sugerencias para hombres de acción pero debo reconocer que también votar es hacer algo. Digo algo, y nada más que algo. Porque lo malo del votar es cuando se exagera la importancia del voto único electoral hasta convertirlo en todo. Recuerdo perfectamente cierta campaña institucional de la partitocracia española que, a finales de los años ochenta decía en su lema: “lo suyo es votar”. Cosas del subconsciente de los amos del mundo, porque si lo único que puede hacer el “demos” para demostrar su “cracia” es meter una papeleta en la urna cada cuatro años para que al final salga elegido el tirano a plazos que invirtió más dinero en marketing es que nos conformamos con poco. El lema de la democracia liberal es “un hombre, un voto”. El mío es: “Un hombre, mil votos”.
Cada uno de nosotros, además de una visión general de las cosas de la política, tenemos un auténtico “derecho a decidir” que no tiene nada que ver con la disforia sexual tan de moda ni con la disforia patriótica de los españoles antiespañoles. Se trata del derecho a comprometernos en cada uno de aquellos ámbitos en los que libremente hemos decidido ejercer nuestra libertad. Si uno es padre de familia, charcutero, jugador de ajedrez y vecino del barrio ya tiene, al menos, cuatro votos en su haber, cuatro compromisos, cuatro asuntos de los que sabe y sobre los que tiene todo el derecho del mundo a ser oído.
La forma en la que haya de articularse el ejercicio de este derecho a los mil votos es opinable, discutible y cambiante. Lo que es intolerable es la traición que comete la partitocracia del voto único, que bajo excusa democrática nos exige emitir un voto de renuncia a nuestros otros 999 votos. Olvidan que la palabra “voto” tiene la misma raíz que “boda” y que consiste en formular una promesa sagrada. Nada más y nada menos.
AHORA INFORMACION NUMERO 150